Publicado originalmente en CivilCinema, 2004.

Es obvio: mire la manera como él le está apretando la mano con las suyas y se está inclinando hacia ella. ¿Y ve cómo ella se aleja presentándose al más sano macho alfa? Ella es insensible, él inseguro. Eso es un simulacro de matrimonio, no pasión. Ella desearía que el varón dominante la eligiera y así dejar de ser ella la dominante.

Lady Heather en CSI. “Slaves of Las Vegas”. Episodio 8. Segunda Temporada.

Variable 01: sistematizadores vs. empatizadoras

Tenía que ocurrir, Simon Baron-Cohen se puso pop, lo que no es nuevo en el ámbito de la investigación académica acerca del comportamiento humano: ya había pasado con Paul Watzlawick, Deborah Tannen, Paul Ekman y Steven Pinker.

Baron-Cohen publicó en 1985 junto a Uta Frith y Alan Leslie “Does the autistic child have a «theory of mind»?”, el artículo que inició el predominio, que se prolonga hasta nuestros días, de la Teoría de la Mente como uno de los principales campos de estudio de la cognición humana. Ahora extremó su teoría: los hombres típicamente poseen un cerebro sistematizador; las mujeres, un cerebro empático. Qué significa esto: que en promedio los hombres usamos más el cerebro para establecer sistemas –científicos, tecnológicos, legales, académicos, etc.–, mientras que las mujeres lo utilizan para desarrollar relaciones personales, en las que lo más importante son las emociones compartidas. Es por esto que los hombres no escuchan y las mujeres no pueden entender los mapas (Pease & Pease 1998). En uno de los extremos de esta diferencia se encuentran los cerebros Súper S, aquellos que poseen los hombres con una inclinación desmedida por la sistematización, en especial los que se incluyen en los desórdenes del espectro autista. La teoría fue enunciada en el último libro del autor (The essential difference, Baron-Cohen 2003a); mereció un reportaje en The Guardian (Baron-Cohen 2003b), en cuya versión en línea se acompaña un test para medir nuestro Coeficiente de Sistematización y de Empatía; y se respalda en investigaciones de lustros que han tratado de las diferentes habilidades masculinas y femeninas desde el nacimiento: un infante de solo un día de vida atenderá más al estímulo de un rostro humano que a un móvil si es una niña, e inversamente si se trata de un niño; y las niñitas jugarán socialmente con sus Barbies, mientras que los niñitos preferirán el más sistemático Mortal Kombat (Cassell & Jenkins 1998).

Variable 02: machos alfa, beta y omega

Aunque los ámbitos de atención a los que nos abocamos como hombres o mujeres son distintos (matemática masculina, lenguaje femenino; ciencias naturales masculinas, ciencias sociales femeninas, etc.) hay un campo donde las habilidades son comunes, la comprensión de las jerarquías sociales: hombres y mujeres tenemos competencias similares para determinar el papel que jugamos dentro de nuestros grupos de referencia, así como el papel de los demás (cf. Sperber & Hirschfeld 2004). Se trata de una habilidad que se ha desarrollado en todos los mamíferos llamados sociales (lobos terrestres y marinos, leones, simios, etc.). Cuando se iniciaron los estudios acerca de estos grupos, hacia inicios del siglo XX, los investigadores rápidamente cayeron en la cuenta de que no todos los miembros de estas poblaciones tenían los mismos comportamientos, y que en consecuencia las organizaciones se hallaban estructuradas jerárquicamente (cf. Cheney & Seyfarth 1990): llamaron macho alfa al macho dominante en el grupo, que era el primero en comer de una presa, el que iba a la delatera de la manada, y, lo que es más importante, el que tenía más prerrogativas para aparearse. El macho alfa debe ser el más apto, darwinianamente hablando, el más sano y el más fuerte.

En el mundo de los mamíferos sociales “el ganador lo toma todo”, mientras que los machos de las categorías inferiores deben ceder algunos o todos sus “derechos” al líder. Por supuesto, el asunto no es tan simple, detrás del macho alfa se encuentra el macho beta, que no es el líder, pero desea serlo, y más atrás todavía, machos gama, delta, etc. Para adquirir la posición dominante hay, entre todos los mamíferos de este tipo, diferentes rituales de combate o competencia que permiten determinar cuál será el próximo jefe. La lógica jerárquica entre los mamíferos es simple y transitiva: si A vence a B y B vence a C, entonces se supone que A vence a C. Así A pasa a ser alfa, B, beta y C, gama. En el nivel inferior de la pirámide se encuentra el macho omega, el paria del grupo, al que todos vencen, el último en comer de una presa, el que marca la cola de la manada en las caminatas, y por fin, el que no tiene ninguna posibilidad de reproducirse, a menos que recurra a la violación de alguna hembra débil cuando el líder no esté observándolo. Huelga decir que las hembras de los grupos se organizan de manera análoga, y así hay aquí también alfas, betas y omegas.

La pregunta del millón es: ¿ocurre algo similar con los grupos humanos? Los teóricos de la psicología evolucionaria creen que sí (cf. Tooby & Cosmides 1992, Cosmides & Tooby 2000, o Thornhill & Palmer 2000, el más polémico de los libros de esta línea, puesto que propone una explicación evolucionaria para el tema de la violación en humanos). Evidentemente los modos de adquirir estatus en la jerarquía humana son mucho más sofisticados que los que se utilizan en el reino animal, pero, los objetivos son los mismos: el poder y, fundamentalmente, el sexo (Dawkins 1976). Los últimos años han visto el despliegue de muchos estudios de esta naturaleza acerca de las jerarquías femeninas, donde la salud es, al parecer, una de las variables definitivas. Salud, curiosa, pero no tan curiosamente, correlaciona con belleza (Ben Zeev 2000, Kimura 2000).

¿Qué pasa con la vida y esperanzas del macho omega en las sociedades humanas?, quizá nadie lo haya planteado mejor que Michel Houellebecq en Ampliación del Campo de Batalla: “El liberalismo sexual, ampliando el campo de batalla del liberalismo económico, ha acabado por producir efectos igualmente devastadores: algunos acumulan considerables fortunas, otros se hunden en el paro y en la miseria; algunos tienen una vida erótica variada y excitante, otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad”.

Variable 03: el cerebro adolescente

Si este texto se hubiera escrito hace cinco años, la presentación de variables hubiera terminado aquí. Pero, aún nos encontramos en la ya bastante larga “década del cerebro”, y nos falta una pieza del puzle: los comportamientos para alcanzar los sitiales de privilegio en las jerarquías sociales no solo varían entre la especie humana y otras, sino que también al interior de la propia familia humana. Estudios que se vienen realizando desde fines de los noventa (MacCoby 1998) revelan que en el mundo adolescente en particular, las prácticas para llegar a ser macho alfa son bastante más corporales que en el caso de los adultos. Mientras estos descansan en el despliegue de habilidades intelectuales (hombres) o empáticas (mujeres) para ascender en el escalafón social, los primeros usan, o mejor abusan, de la simple fuerza física (hombres) o psicológica (mujeres). La explicación, en este caso, se encuentra en el cerebro. El cerebro adolescente ya no se considera, como ocurría hace algún tiempo, un cerebro completamente maduro (NIMH 2001, Herrman 2005), en él la mayor parte del trabajo la realiza el sistema emocional o límbico, mientras que en los adultos las decisiones sobre el comportamiento son realizadas por el lóbulo frontal. Este descubrimiento, a causa de su novedad, ha merecido una amplia cobertura periodística (Wendel 2003, TIME 2004), e incluso la tramitación de nuevos ordenamientos legales referidos a las acciones delictuales de los jóvenes (Beckman 2005).

Promedio Rojo desde la ciencia cognitiva y la psicología evolucionaria

En Promedio Rojo tenemos un colegio de clase alta, el “Valiño High School”, un recinto cerrado, con una población muy delimitada. Como cualquier colegio se trata de un campo de batalla donde hombres y mujeres tratarán de hacer todo lo posible por ubicarse en el mejor puesto de la pirámide social. Desde el principio de la película la jerarquía masculina es clara y estable: Fele (Benjamín Vicuña) es el macho alfa por antonomasia, es el más sano (buenmozo), y el más fuerte, no solo lidera a gran parte de su curso, sino que también es el que puede desarrollar, en su condición de tal, más encuentros sexuales; los secuaces de Fele son los machos beta, cuya principal función es mantener la estructura jerárquica del grupo; y, en la base de la pirámide, en el último lugar, encontramos a los machos omega, hazmerreir del resto, víctimas de violencia física y psicológica, sin posibilidad de aparearse: ellos son Papitas (Sebastián Muñiz), Condoro (Nicolás Martínez), y, el más omega de todos, Roberto Rodríguez (Ariel Levy). La jerarquía femenina, en cambio, va a ser desestabilizada por el arribo de una nueva alumna, Cristina (Xenia Tostado), quien rápidamente escalará la pirámide hasta convertirse en la hembra alfa, entregándose por cierto al macho alfa (Fele).

Todo sería muy simple y el guión acabaría aquí, si no fuera porque en esta, como en tantas otras cintas, un macho de categoría inferior se enamora de la hembra alfa. La gran diferencia es que en esta, el macho que se enamora de la hembra alfa no es un beta (el tema predilecto de las comedias dramáticas juveniles norteamericanas: metáfora de una sociedad fuertemente regida por estos principios jerárquicos, pero que a la vez se quiere ver como una donde sí es posible el ascenso social, el sueño americano), sino un omega: que en la jerga juvenil contemporánea ha tomado los eufemísticos nombres de nerd, freak, o en buen chileno, perno.

Houellebecquianamente, como ya comentó Daniel Villalobos, nuestro perno o loser, Roberto Rodríguez, se ve atrapado entonces en un “círculo vicioso de soledad y masturbación”. A pesar de esto, su cerebro masculino –en la nomenclatura de Baron-Cohen, un cerebro Extremo Masculino o Súper S: todos los nerds, freaks, geeks, etc. tienden a ser Súper S– sigue funcionando. Y haciendo sistemas: sistemas que se especializan en un ámbito cultural bastante delimitado, el cómic, Star Wars, etc. Es esta habilidad la que permitirá el giro que muestra la película y la que explica en términos más generales cómo un macho omega puede convertirse en alfa, cómo los pernos terminan venciendo a los bacanes.

Variable 04: la cultura

Hemos dicho anteriormente que “los modos de adquirir estatus en la jerarquía humana son mucho más sofisticados que los que se utilizan en el reino animal”, ¿en qué consisten estos modos? En nuestra cuarta variable: la cultura. Las líneas de investigación que hemos citado a lo largo de este texto se enmarcan en una forma de enfocar los fenómenos humanos que se denomina ciencia cognitiva, y, más en particular dentro de ella, la psicología evolucionaria. No es una orientación sobre la que haya un consenso universal, pues se opone a la visión de que lo más importante para estudiar a los seres humanos es enfocarse en la cultura. A esta disputa se le denomina el debate nature-nurture. En los últimos diez años, sin embargo, las ciencias cognitivas han practicado un fuerte ataque al modelo culturalista (nurture), encabezado por Cosmides y Tooby, y secundado hace poco por Pinker (Pinker 2002, 2004). En la actualidad las ciencias cognitivas han logrado desarrollar modelos para abordar la cultura, de los cuales, a mi juicio el más sobresaliente es el de Bradd Shore en su libro Culture in Mind: Cognition, Culture and the Problem of Meaning (Shore 1996). En este, Shore postula que la cultura es un conjunto de guiones o esquemas o patrones de comportamiento (cf. Schank & Abelson 1977), compartidos más allá de las mentes individuales. La cultura es el conjunto de prácticas sociales, físicas o abstractas que ha evolucionado desde los rituales comportamentales de los mamíferos sociales, hasta Joyce, Kandinsky, o Violeta Parra. El mundo donde compiten los mamíferos humanos, no es ya solo el mundo ecológico físico, sino que el mundo cultural (esto es lo que se denomina cognición situada: cf. Clark 1999, Markman & Dietrich 2000).

¿Quiénes son los machos alfa en este nuevo mundo? Por supuesto: los Súper S. Los que mejor se pueden desenvolver en el mundo cultural humano son los que mejor comprenden la cultura humana, y eso, a mi parecer, solo lo pueden hacer quienes son en extremo sistematizadores.

Se viló la toltilla: los Súper S transformados en alfas cuando los cerebros cambian

En el mundo adolescente, con cerebros no maduros, los machos alfa son muy parecidos a los machos alfa de otras especies de mamíferos, básicamente los más bellos y fuertes. En el mundo adulto, los machos alfa son los que pueden desenvolverse mejor en un ambiente que está culturalmente establecido. Como bien dice Baron-Cohen: “Una forma sorprendente de ascender por esta jerarquía (…) consiste en ser bueno en una actividad: ser experto y dotado en un sistema particular” (Baron-Cohen 2003a:59). Es ese paso de la juventud a la adultez, ese paso de un ambiente físico a uno cultural, lo que de manera impecable retrata esta película de Nicolás López. Sin quererlo, ha hecho quizá el mayor manifiesto de una transformación que se vive día a día en nuestra sociedad contemporánea.

No es el único, quiero citar algunos párrafos del guión de 4ºC de Alberto Fuguet y Martín Rodriguez, al que le ha “metido mano” Francisco Ortega (Ortega 2005), sobran los comentarios, y va en la misma línea que Promedio Rojo:

“Todos ustedes se atracaban a las minas del curso en el viaje de estudios y yo con el Guatón nos fuimos a meter en Calama a un Topless. Ladilla con ladillas (…) Nadie se acuerda de él. Ni yo, como nunca fui una estrella como tú. Vino un rato, miró a la gente, no saludó a nadie y se fue… No, espera: te saludó a ti. De lejos, pero te saludó. Que irónica es la vida. Fuiste su elegido. El elegido del más looser de todos (…) Durante muchos años te odié, Walker. Te envidié… a ti y a todos… Ustedes se creían la raja y ahora.. Dentro de todo a mí me ha ido mejor. Yo subí, ustedes cayeron…”.

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Referencias: BARON-COHEN, S. (2003a) La gran diferencia. Barcelona: AMAT. 2005.

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