Earthworm burrow

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Autor: Bernardo Pino R.

Darwin es reconocido como el primero en capturar claramente la idea de que las capacidades cognitivas de los “animales inferiores” podrían dar luces acerca de las facultades psicológicas superiores de los humanos. Mucho del interés experimental actual en este respecto se debe al argumento de que, entre humanos y animales, aquello que nos hace parecidos es bastante más que aquello que nos hace diferentes. No es de extrañar, por lo tanto, que lo que se investiga en los humanos como un razonamiento basado en estructuras representacionales modales, e.g. la “abducción visual”, también sea estudiado en los animales no-humanos, asumiendo una continuidad entre procesos cognitivos presumiblemente relacionados.

En el caso de los humanos, y específicamente en los científicos, la abducción visual hace referencia al rol que las imágenes visuales (sensoriales y perceptuales) jugarían en la construcción de hipótesis o en las explicación de determinados hechos observados. En el ámbito de la arqueología, por ejemplo, Shelley (1996) ha estudiado la abducción visual que enfatiza la representación icónica, tanto de las formas como de las estructuras. Tal como detallaré, un caso concreto hace alusión a cómo la historia causal de las formas pareciera estar determinada por un proceso imaginativo que sirve para explicar la forma actual de ciertos objetos. Las dos observaciones siguientes, presentadas por Shelley, se refieren a un tipo de piedras cortantes o lascas que se han ido encontrando en yacimientos paleolíticos:

1.         Las lascas tenían dos formas distintas: ‘diestras’ y ‘zurdas’.

2.         La proporción de lascas diestras y zurdas era de 57:43 por ciento. (p. 156)

Una descripción más en detalle describe que, en la forma de las lasca diestra, el extremo derecho es más largo que el izquierdo, y que la superficie superior (que corresponde a la cara externa de la piedra original) es suave, en contraste a la inferior (“creada” por el tallador) que es más áspera. La lasca izquierda es un espejo de la diestra.

Se puede conceder que no resulta inmediatamente obvio por qué debieran haberse producido dos tipos de lascas, o por qué los términos “diestras” y “zurdas” son apropiados. Lo que resulta interesante en esto, sin embargo, es el experimento de pensamiento visual al que se alude para explicar las razones pertinentes. Según este experimento, los científicos aludidos por Shelley reportan algo como esto: si se atiende a lo que típicamente haría un fabricante de herramientas diestro a través de golpes repetidos, se apreciaría que dicho individuo tiende a sostener la piedra que usa para martillar en la mano derecha dominante, y aquella otra que se quiere tallar en la mano izquierda. La mano izquierda cumple básicamente la función de torno, orientando apropiadamente la posición de la piedra que se talla, con el fin de facilitar golpes sucesivos. Aquí, hay una tendencia a girar la mano izquierda en el sentido de las manecillas del reloj, en la medida que se desprenden las lascas. Y así sucesivamente. Luego, una lasca zurda debiera ser fabricada por un tallador zurdo, siguiendo el mismo procedimiento, pero intercambiando el rol de cada mano.

Shelley razona, adicionalmente, que también puede haber sido el caso de que las lascas zurdas se partieran por donde la piedra tallada tiene fisuras naturales, pero un procedimiento de tallado predominantemente diestro también puede explicar la mayor cantidad de lascas diestras. Para confirmar esto, se ha recurrido a experimentos donde se lleva a cabo este tipo de procedimiento de tallado, sin recurrir a al procedimiento zurdo, hallándose un proporción de lascas diestras y zurdas muy similar a las encontradas en los yacimientos señalados (56:44 por ciento).

Lo que se destaca como significativo en este ejemplo es que ilustraría cómo las formas de ciertos objetos puede tener una importancia teórica en el contexto de la investigación científica, y cómo es que imaginar una “historia causal” de aquellas formas (en este caso el método de fabricación de lascas) puede sugerir explicaciones de las mismas. La parte que destaco en cursiva en la oración anterior me parece de interés, puesto que ejemplifica una manera recurrente de hacer referencia a la participación de aspectos externalistas como constitutivos de los procesos de razonamiento inferenciales responsables de la explicación. No me parece muy especulativo sostener que dicho rol constitutivo resulta poco obvio, o difícil de aceptar, especialmente cuando no se visualiza claramente la naturaleza de los procesos inferenciales relevantes. Dicho de otra manera, aún cuando se aceptara que, en último término, la explicación final descansa en inferencias realizadas sobre la base de estructuras lingüiformes, no quedaría claro o bien cómo se vinculan constitutivamente las representaciones modélicas a las tradicionales, o bien cómo podría funcionar una inferencia en base a modelos independientemente de las inferencias tradicionales.

Lo que habría que suponer, considerando la alusión que se ha hecho con respecto a la manera en que se interrelacionan las categorías de la faneroscopía de Peirce (Pohjola, 2007), es que dicho vínculo constitutivo debe estar autorizado por la tendencia unificadora de la terceridad, a pesar de que aún no haya sido claramente descrito experimentalmente. En este caso, lo descriptivo se subordina a lo normativo, en el entendido de que la tendencia unificadora reflexionada por Peirce cumple un rol regulador de las hipótesis explicativas. Sea o no este un planteamiento plausible, lo que está claro es que el tipo de explicaciones como la ilustrada aquí suele ser analizada como el resultado de un proceso abductivo, determinado por una suerte de entendimiento visual acerca del diseño de instrumentos/herramientas/artefactos paleolíticos como las lascas.

Al igual que en el caso de abducción visual presentado, otro ejemplo en el mismo campo de la arqueología reconstructiva tiene que ver con el desafío de abducir la características que deben haber tenido las estructuras superiores de aquellas edificaciones de las cuales sólo se han desenterrado sus restos inferiores. En este caso, se recurre a la construcción y destrucción experimental de posibles réplicas, con el doble fin de comparar los restos con las ruinas originales y de considerar posible evidencia aún desatendida en áreas de excavación relacionadas. Esto último tiene la importancia de facilitar el posible hallazgo de estructuras superiores desprendidas de la edificación, muy difíciles de identificar a no ser del estudio de aquellas otras “ruinas” producidas experimentalmente.

Esta manera de dar cuenta de la relevancia de la denominada abducción visual en la formación de hipótesis científicas es recurrente en los enfoques externalistas. Complementariamente a estos casos, también se suelen proponer diversos esquemas representacionales para implementar simulaciones computacionales, como son el caso de Layton (1989) y  Thagard et al. (1997), por mencionar algunos. La visión optimista de Shelley (1996) se resume así:

“Un mejor entendimiento de la abducción visual tiene amplias implicancias. Promete proporcionar una teoría mejorada de los procesos cognitivos inherentes a la conducta científica […]” (p. 158).

En el caso del resto de los animales, como se dijo anteriormente, también se ha defendido la posibilidad de cierto tipo de representaciones relacionadas con (o basadas en) la acción ecológica pueda servir de base al tipo de estados modélicos y simuladores internos típicamente humanos (Magnani, 2007), como los que se asumen en el caso de la arqueología cognitiva, previamente descrito. Lo que se sostiene, específicamente, es un tipo de representaciones intrínsecamente entrelazadas con la percepción y ciertas habilidades kinestésicas.

El razonamiento en el que se basa la visión anterior tiene que ver con la observación Darwiniana de que ciertos conductas en animales muy simples, como la fabricación de galerías especialmente taponadas que realizan ciertos gusanos de tierra, son demasiado regulares para considerárseles una conducta azarosa, y demasiado variables para considerárseles meramente instintivas. Se sostiene, por ejemplo, que la tendencia de dichos organismos a taponar las madrigueras con hojas  y, especialmente, púas de pino – considerando que éste no es un árbol nativo –  a las que doblan sus extremos más agudos, requiere de ciertas condiciones para “evaluar” [judge] la manera en que se explotan dichos recursos. Dicha condiciones de evaluación se basaría en el sensorio táctil, a partir de lo cual se puede hablar de la posibilidad de “adquirir el hábito” para dicha conducta, como una manera de dar plausibilidad a una forma material, interactiva, y corporalizada de consciencia del mundo por parte del organismo en cuestión.

Lo que Magnani (2007b) rescata de estas observaciones es que se estaría manifestando un antecedente a favor de la evidencia existente acerca de la manera en que los animales (incluido el humano) usan artefactos no como meros instrumentos, sino como “mediadores epistémicos”, los que juegan un rol fundamental en proceso de “construcción de nichos cognitivos”. Sobre estas bases, se defiende la posibilidad de que tanto la generación de hipótesis como la cognición son fenómenos cuyo origen no es dependiente del surgimiento del lenguaje humano, sino más bien dependiente de facultades instintivas y no-lingüísticas. El rol que le cabe al lenguaje humano en esta visión es aquel propuesto por la paleo-antropología cognitiva, donde se hipotetiza que el lenguaje hace posible la integración, en ambientes sociales, de módulos de dominio específico preexistentes y separados en homínidos pre-lingüísticos. Estos módulos deben entenderse, básicamente, como complejas habilidades motoras aprendidas inicialmente por imitación o por procesos creativos independientes. La integración mencionada es la que habría posibilitado el surgimiento de la fabricación de herramientas y artefactos, a través del proceso de “descorporalización de la mente” (Magnani, 2007a y b, por ejemplo).

De lo anterior se hipotetiza la existencia de estados representacionales no lingüísticos, sino más bien meramente basados en modelos (relacionados con la acción y de base perceptivo-kinestética), distintos, a su vez, de los casos clásicos de tropismo y condicionamiento, puesto que éstos últimos resultan invariantes desde el momento que son registrados por primera vez. Corresponde aclarar aquí que Magnani no es indiferente al doble problema referido como la “inconmensurabilidad del significado”. Por un lado, es un problema dar cuenta de representaciones pre-lingüísticas en animales de distintas especies que sólo podrían hacerlas explícitas por medio de la conducta superficial externa. Por otro lado, es un problema tratar de dar cuenta de representaciones modélicas basadas en el aparataje sensorial sin poder “colocarse en lugar” de animales con distintos sistemas sensoriales (e.g. aquellos que se ubican por ecolocación, o aquellos que “ven” de una manera diferente a los humanos). El problema en cuestión sería profundamente epistemológico, y similar al relacionado con los términos teóricos, como el de los quarks, o el de los electrones. Sin ser directamente observables, estos elementos son “reales” dada la justificación o legitimación que implica la inevitabilidad epistemológica que tienen en ciertos programas de investigación científicas relevantes.

Los supuestos que se requieren aceptar para defender la idea de una cognición pre-lingüística, como la expuesta, son al menos de tres tipos: aquellos que se pueden desprender de las nociones de “cognición cableada”, “pseudo-pensamientos” y “cerebros semióticos”. Asumir la primera noción implica defender un tipo de conducta, típicamente instintiva, regulada por la estabilización de patrones o hábitos adaptativos de base sensorio-motora. Asumir la segunda noción, por su parte, implica adherir a la idea de que sólo organismos lingüísticos pueden relacionarse con la idea de una psicología de creencias y deseos. Esto, básicamente, corresponde a los planteamientos de Bermúdez (2003), según los cuales las actitudes proposicionales tienen una base intrínsecamente lingüística. De aquí se siguen, al menos, las dos siguientes implicancias: primero, que el pensamiento no lingüístico (de ser éste posible) no involucra actitudes proposicionales; y, segundo, que el carácter inferencial de dicho pensamiento requiere una perspectiva más amplia que aquella que se restringe a los aspectos sentenciales de la cognición. Dicha perspectiva, por lo demás, evitaría una actitud investigativa biocéntrica o antropocéntrica del razonamiento humano y la cognición en general. Finalmente, asumir la noción de cerebros de semióticos implica un compromiso con la idea de dicha noción permite capturar el fenómeno de un RBM de manera más amplia y menos antropocéntrica. La noción en cuestión hace referencia a la posibilidad de un tipo de cerebro compartido por gran parte de los animales no-humanos, y cuya función más interesante es la de fabricar, manifestar y reaccionar a una serie de signos. En este proceso, “pensar inteligentemente” o “constituirse en un agente cognitivo” son sólo el resultado ocasional de dicha actividad semiótica. Así, en el caso de los humanos, por ejemplo, la imaginación espacial y las analogías basadas en la percepción de similitudes serían una manifestación de dicha actividad semiótica no lingüística.

(*) Extracto de capítulo de tesis para optar al grado de Magíster en Estudios Cognitivos, programa de postgrado del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Chile.

REFERENCIAS

Shelley, C. (1996). “Visual abductive reasoning in archeology.” Philosophy of Science 63: 278-301

Pohjola, P. (2007). “Ontology, artefacts, and Models of Reasoning.” In Magnani, L., and P. Li (eds.), Model-Based Reasoning in Science, Technology, and Medicine. Series: Studies in Computational Intelligence, Vol. 64, Berlin/New York: Springer.

Leyton, M. (1989). “Inferring causal history from shape.” Cognitive Science 13: 357-387.

Thagard, P. and Shelley, C. (1997). Abductive reasoning: Logic, visual thinking, and coherence. In M.-L. Dalla Chiara et al. (eds.), Logic and Scientific methods. Dordrecht: Kluwer, p. 413-427.

Magnani, L. (2007a). “Semiotic brains and artificial minds. How brains make up material cognitive systems,” En R. Gudwin and J. Queiroz, eds., Semiotics and Intelligent Systems Development, Idea Group Inc., Hershey, PA, pp. 1-41

Magnani, L. (2007b). “Animal Abduction. From Mindless Organisms to Artificial Mediators.” In L. Magnani and P. Li (eds.), Model-Based Reasoning in Science, Technology, and Medicine, Series “Studies in Computational Intelligence”, Vol. 64, Springer, Berlin/New York, pp. 3-37

Bermúdez, J.L. (2003). Thinking without Words. Oxford: Oxford University Press.