(Artículo publicado en La Tercera, para el Día de la Madre de 2002)

Madre hay una sola” reza el adagio popular, y este fin de semana será una de las frases más repetidas en cenas, fiestas y encuentros familiares. Sin embargo, la tradición iniciada por Ann Jarvis en Estados Unidos hace casi cien años, de celebrar el Día de la Madre el segundo domingo de mayo olvida muchas veces que el rol de la mujer como madre ha cambiado constantemente con los siglos. Cinco ejemplos del teatro occidental, pueden mostrarlo.

Medea: una Madre Asesina

(Eurípides, 431 a.C)

Medea la hechicera, la hija del rey de la Cólquide ayudó a Jasón, el líder de los argonautas, no sólo a conseguir el vellocino de oro, sino también a recuperar su reino. Engendraron dos hijos y él le aseguró que a su regreso le haría su esposa. Pero, el “perla” en vez de eso, no encontró nada mejor que desposarse con la princesa de Corinto. Desesperada y viendo que sus retoños quedaban en el más absoluto abandono, Medea tomó la drástica decisión de matarlos.

Puede parecer extraño, incluso inhumano en esta época, pero en su tiempo Eurípides escogió partido por la heroína de su tragedia. Medea era una respuesta a Las Euménides de Esquilo, en esa obra se decidía que los hijos están más próximos al padre que a la madre, pues él era quien proveía la semilla y la mujer sólo la portaba en su interior, en lo que fue probablemente el primer debate genético, y en consecuencia del rol de la mujer.

Fedra: una Madrastra Incestuosa

(Racine, 1677)


Fedra, la hermana menor de Ariadna se casa con Teseo, pero al tiempo empieza a sentir una gran atracción por Hipólito, el hijo de aquel con Antíope, la reina de las Amazonas. A pesar de sus ruegos y desengañada por el joven se ahorca no sin antes hacer creer a Teseo que era Hipólito quien la perseguía a ella. Teseo indignado pide a los dioses que eliminen a su hijo, que muere el mismo día.

Inspirado por la versión latina de Séneca del mito que ya había desarrollado Sófocles, el barroco Racine aprovechó su Fedra para dar cuenta desde su perspectiva cristiana jansenista del peligro de los instintos y los placeres. A pesar de lo anticuado y limitado que resulta esa visión de la mujer y de la madre, el caso de Fedra e Hipólito se convirtió con los siglos en un tópico al que volvería una y otra vez el teatro occidental. De hecho, en Chile una actualización fue La Viuda de Apablaza de Germán Luco Cruchaga en 1927, donde el tema se explotaba a través de la relación de la madrastra con el “guacho”.

Nora: una Madre Liberal

(Casa de Muñecas, Henrik Ibsen, 1876)


Con el fin de curar a su marido, Helmer, Nora pide un préstamo al procurador Krogstadt que le resulta imposible de pagar. El prestamista empieza a chantajearla y por fin el marido acaba enterándose de todo. En ese momento él decide protegerla, pero no perdonarla ni menos reconocer el valor que tuvo para ayudarlo. Nora consternada se da cuenta de que siempre ha sido una muñeca, por lo que decide abandonar a su esposo y encontrar su propio destino, dejando la puerta cerrada tras de sí.

Para su estreno Casa de Muñecas creó un impacto profundo en los espectadores y espectadoras, era la primera obra que trataba abiertamente de la separación y el divorcio, la primera obra que restituía a la mujer como una persona. Pero fue más que eso, en las tragedias tradicionales el único desenlace posible era la muerte, Nora al abrir la puerta y salir no sólo mostraba un camino para las mujeres y las madres, sino que también abría una nueva puerta para la historia del arte dramático.

Bernarda: una Madre Autoritaria

(La Casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca, 1936)


Tras la muerte de su segundo marido y para observar el luto, Bernarda Alba se encierra en su casa con sus cinco hijas, a las que prohibe salir y menos les deja relacionarse con hombres. Será Adela, la menor quien rompa las reglas y se relacione con Pepe Romano para luego suicidarse.

Al contrario que en las obras anteriores aquí el rol dominante lo tiene una mujer que es quien impone todas las reglas y maneja todos los hilos. Una aparente vuelta al tiempo anterior a Casa de Muñecas en realidad es la apoteosis del dominio femenino.

Anna: una Madre Luchadora

(Madre Coraje, Bertolt Brecht, 1939)


Anna Fierling arrastra su carreta y lleva de un lado a otro a sus dos hijos y a su hija muda. Se dedica a vender minúsculos utensilios y también balas a los combatientes de la Guerra de los Treinta Años. Cuando llegan las tropas no duda en enviar a sus vástagos, como soldados, hacia una muerte segura.

Esta última madre da la impresión de ser la más desnaturalizada de todas, y Brecht no hace nada por sugerir alguna simpatía hacia ella a quienes contemplan la obra. Sin embargo, visto desde la distancia Anna termina por representar a todas esas madres que luchan por la supervivencia y la de los suyos en los bastidores de la historia. No por nada concluye el autor que “con su alegría y sus penas la carreta está de pie”.