Ha terminado la tercera temporada de Los 80. Emocionado, como siempre, por esta conmovedora serie, quería compartir con ustedes una carta que escribí hace ya dos años, al finalizar la primera temporada.

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Santiago, 13 de diciembre de 2008

Queridos amigos:

Me llamo Ricardo Martínez y trabajo como profesor universitario. El motivo de esta carta es agradecerles a todos y todas por la maravillosa serie de televisión que nos han regalado este semestre. Esta carta va a ser algo extensa, y les ruego me disculpen, pero necesito decirles muchas cosas.

UNO. Clásicos AM:

Este semestre he dictado un curso sobre la música que se escuchaba en las radios AM en los ochentas, llamado Clásicos AM. La tesis del curso ha sido que “la música popular puede ser considerada una de las manifestaciones culturales que con más fuerza e intensidad ha penetrado en la identidad y en las representaciones simbólicas de las sociedades contemporáneas”. Cuando estábamos terminando el curso, hace un par de semanas, una de mis alumnas me comentó que “Los 80 son como la bibliografía secundaria del curso”. Entonces decidí revisar los capítulos que, lamentablemente y a pesar de mi interés, no había podido ver. El resultado fue devastador: prácticamente todas las canciones que aparecen en la serie fueron revisados en la cátedra. Pero, hay más: a lo largo del semestre me esforcé por mostrar que los Clásicos AM estaban alojados en las cocinas chilenas de la década, en el espacio de lo femenino, del encuentro entre las mujeres y los niños, del encuentro entre el campo y la ciudad. Eso en la serie se retrata de forma sentida y hermosa. Es muy significativa la primera escena donde se escucha esta música (Felicidad de Albano & Romina Power); cuando Claudia le dice a su madre que va a bajar la música y ella le responde “Es que ustedes los jóvenes no saben apreciar la música romántica”, a lo que la joven retruca “Eso no es romántico: es cebolla. Serrat es más romántico”. Daniel Party en su tesis doctoral en los Estados Unidos acerca de este tema desarrolla la idea de que los Clásicos AM han sido considerados por mucho tiempo como la “música de la dictadura”. En el curso abordamos esa orientación, aunque relativizando un poco la postura. De hecho, la sección final de la cátedra trató de la denominada “música de protesta” y revisamos el Canto Nuevo, Santiago del Nuevo Extremo, el Café del Cerro, la ACU etc. Muy significativa también la referencia a estos temas en el quinto capítulo. Quiero felicitar y agradecer especialmente a quien o quienes se hayan encargado de la selección de las canciones, que ha sido, desde mi humilde punto de vista, muy, pero muy acertada.

DOS. Los cajones del closet:

Cuando me preguntaban hace un par de años qué es lo que más me llamó la atención de Machuca solía responder: “los cajones del closet”. Cuando el padre hace su maleta antes de salir de Chile, se muestran los cajones abiertos del closet de su casa. Esos cajones son los mismos que había en mi casa de niño, y creo que en muchísimas casas más. El detalle es enormemente significativo, porque son detalles que nunca se trabajan en las reconstrucciones de época y que, sin embargo, pueden transmitir más sentimientos que todas las referencias posibles a la cultura popular de objetos de consumo. Pero, lo que en Machuca ha sido un solo detalle (por supuesto, uno de muchos) ha explotado en Los 80 hasta un grado mayúsculo. He leído que el director de arte, Rodrigo Bazaes ha dicho recientemente: “Cuando veo televisión no me reconozco. Me cuesta. En teleseries, miniseries, telefilmes, se ficciona demasiado la realidad. Me interesaba que se viera de verdad, y la verdad es así, menos armónica, más ecléctica, con casas desordenadas, porque todos vamos imprimiendo nuestra personalidad en los espacios que habitamos”. En Los 80 este aspecto es esencial, tanto como los elementos sutiles de la cultura nacional que se deslizan sistemáticamente en cada episodio. Como señalaba Rodrigo Cuevas en el mismo artículo “A lo mejor uno en esos años no tenía exactamente esas zapatillas. Pero no es la marca lo que te hace el click emotivo: es que, como en la serie, tu mamá se daba el tiempo de arreglártelas, de cosértelas”. La aparición del “bautizado”, la pelota que pasa la reja y que hay que pedir al dueño de la casa, el estrujar los bluyines, la sorpresa de ver un record propio batido en un flipper, etc., etc., son elementos de nuestras vidas en esos años que no habían sido rescatados por el revival ochentero, y que son mucho más profundos y cercanos al alma nacional que todas las marcas de los ochentas juntas.

TRES, el sacramento de la serie de televisión:

No sé si Andrés Wood ha leído “Los sacramentos de la vida” de Leonardo Boff, pero sospecho que sí lo ha hecho. En este libro dice Boff: “Lo cotidiano está lleno de sacramentos. En la arqueología de lo cotidiano crecen los sacramentos vivos, vividos y verdaderos. Es el vaso de mi familia; la polenta que hacía mi madre; la última colilla del cigarrillo de picadura dejado por mi padre con todo cariño; la vieja mesa de trabajo; una gruesa vela de Navidad; el jarrón con las flores encima de la mesa; aquel sector de la montaña; el viejo camino pedregoso; la antigua casa paterna, etc. Esas cosas dejaron de ser cosas. Se convirtieron en gente. Hablan. Podemos oír su voz y su mensaje. Poseen un interior y un corazón. Se han convertido en sacramentos. En otras palabras: son señales que contienen, exhiben, rememoran, visualizan y comunican otra realidad diversa de ellas, pero presente en ellas”. Cuando con mi amigo sacerdote, que me regaló el libro de Boff hace muchos años, vimos Historias de Fútbol, reparamos casi simultáneamente en que la escena de los niños lavando la pelota en la bomba de bencina en la segunda historia, era un sacramento en el sentido boffiano. Luego, nuevamente en Machuca, cuando el padre McEnroe entra a la capilla y se come todas las hostias para concluir: “Dios ya no está aquí”, también vimos un sacramento. Cuando hago clases de literatura norteamericana me detengo mucho en un recurso del modernismo literario que es el más propio del periodo y que se denomina epifanía: un momento de la narración en que los personajes, o el lector, llegan a una comprensión más profunda y emocional de sus existencias. Me gusta pensar que los sacramentos aparecen en la narración audiovisual como epifanías, y me gusta pensar que la peculiaridad más característica de Wood es el sacramento/epifanía. Viendo los capítulos de la serie (a lo largo de una sola larga noche, los primeros ocho) me detuve en que prácticamente todos ellos tienen una epifanía/sacramento; son sacramentos el vaso de sopa que Ana da a Juan y el “nivel” que el vagabundo regala a Félix en el segundo capítulo, es un sacramento el “Llanero Solitario” que el padre entrega a Juan en el sexto, es un sacramento el llanto del retornado al hablar con su hijo en el séptimo, la lista es extensa y emocionante. El día siguiente a la revisión que hice de la serie, pasé prácticamente todo el día llorando. Tenía que partir por asuntos de urgencia a México, y en el avión, mientras recordaba los episodios no podía contener las lágrimas. La aeromoza se me acercó y me preguntó si me pasaba algo y me ofreció un vaso de agua: eso también fue un sacramento.

CUATRO, la tesis:

No puedo dejar de pensar que la maravillosa serie que han creado tiene, además de todo, una tesis. Francisco Ortega ha dicho en una columna reciente: “los 90 jamás van a ser ‘los 90’” y concuerdo con él. Los años ochenta son más que los pantalones amasados, Pac-Man, Star Wars o Rubik, son la década clave de nuestra historia presente, los años en los que se comenzó a formar el Chile que habitamos hoy. Hace muchas décadas, en los años treinta en los Estados Unidos –una década similar a los ochentas por sus profundos problemas sociales– un pintor llamado Grant Wood salió a buscar la esencia de su país en el Estados Unidos profundo, y la encontró en una pareja de granjeros que inmortalizó en su cuadro American Gothic: la tesis de Wood era que estas personas serían las que “salvarían” a su nación. Creo, muy humildemente, que la tesis de “Los 80” es que los Herrera y familias como ella fueron las que permitieron al país salir a flote en esa década y que forjaron el Chile actual. Algo que los políticos han tratado de cooptar con el concepto de la “señora Juanita”, pero que nunca han alcanzado a apropiarse del todo. En un momento de nuestra vida civil y comunitaria en que la desesperanza parece apoderarse de quienes hace veinte años soñábamos con la alegría y solo tuvimos como respuesta el dominio de la competencia, el consumismo y el sálvese quien pueda, Los 80 nos da una enorme luz de esperanza: hay en Chile, en el Chile que muestra su serie, algo más profundo, más noble y más bello que sigue ahí, perdido entre tanto ruido: la familia chilena. No la familia chilena que cierto conservadurismo a veces nos trata de imponer, sino en esa familia que se esfuerza a sol y sombra por tener hijos “buenas personas” como dice Juan Herrera en uno de los momentos más epifánicos de la serie.

CINCO, un adjetivo buscado en Facebook:

Hace un par de días, luego de la maratón de Los 80 de esa larga noche puse en mi actualización de estado en Facebook: “Ricardo está tratando de encontrar un adjetivo que le haga justicia a Los 80” muchos de mis contactos comentaron el estado con palabras como “emocionante”, “cercana”, “nostálgica”. Una alumna uso la palabra “sublime” y creo que es la que más se acerca a lo que siento por la serial que nos han regalado. A pesar de esto, aún una palabra tan grande como esta no basta.

Por favor, envíenle un enorme abrazo a todas y todos quienes han trabajado con tanto cariño por hacer esta obra de arte de la televisión chilena. Gracias infinitas.

Ricardo Martínez Gamboa