“Por ridícula que pueda parecer una tal confianza en la ruleta me parece todavía mucho más risible la opinión vulgar que estima absurdo el esperar algo del juego. ¿Es que es peor el juego que cualquier otro medio de procurarse dinero, el comercio, por ejemplo? Verdad es que de cien individuos uno solamente gana, pero… ¿qué importa eso?”

Fedor Dostoievski, El Jugador

Escena familiar nº1: circa 1989, un niño de 10 años de edad está jugando su videojuego favorito (el Black Dragon) con una bolsa de pan colgando de su antebrazo derecho, en un local de la avenida San Francisco, en Pudahuel. Va en el último nivel y está encaminado a batir su récord personal… lo rodean algunos de sus amigos que -al igual que el- van gastarse los 20 pesos del vuelto del pan en una ficha. Los minutos pasan, y justo antes del momento de gloria (derrotar al último de los dragones) aparece su madre, de imprevisto, quien le tira la oreja y lo saca del local a palmadas en el trasero. El llora… de rabia, de vergüenza… No fué ni el primero ni el último: ver a madres sacando a golpes del “vicio” era una escena habitual.

Escena familiar nº 2: El mismo niño, veintidós años después, entra a la que antiguamente era una panadería esplendorosa, ahora decadente: los estantes están casi vacíos, y el pan es menos crocante que antaño. El “local de los videos” ya no existe (ahora es una botillería, uno de los pocos comercios que nunca baja sus ventas, nisiquiera durante las peores de las crisis económicas) y los amiguitos de antaño ya no juegan videos, ya no matan marcianos: ahora se los fuman. Y las madres de antaño, ahora abuelas, pasan las tardes echándole monedas de 100 a unas máquinas que ahora ocupan mas de la mitad de lo que antes era la panadería. Las conté: eran 8 en ese local, donde me mandaban a comprar cuando chico. En el bazar del frente habían 5, incluso en la peluquería hay un par. Y las máquinas tragamonedas (el nombre ya debería ser un signo de advertencia) no paran de sonar, las ruedas dan vueltas, y sólo de vez en cuando se escucha el sonoro torrente de monedas que indica que alguien le dió el palo al gato. Ahora, son los hijos e incluso los nietos quienes tienen que ir a buscar a sus madres o abuelas, y sacarlas de las máquinas… ese día escuché a un flaco, quinceañero, decirle a una señora “…ya pos lela, no ve que la estamoh esperando pa tomar once? y usté no llega nunca oh… no si no tengo náh moneah, ya, vamoh, vamoh…”. Odio las tragamonedas, con pasión. Y no sólo porque desplazaron a los arcades de barrio, sino porque son un sistema de generar ingresos profundamente injusto: el único que gana seguro, es el dueño, nadie más.

¿Qué fué lo que pasó en esos veinte años? Mucho: por esos tiempos recién empezaban a aparecer la gran oleada de juegos de azar (el Loto en 1989, el Kino en 1990, los raspes, etc.) que desplazaron a la Polla Gol al olvido. La invasión de las máquinas tragamonedas de los últimos años (las que incluso ocupan locales comerciales completos, mini-casinos que sólo venden dulces baratos y cigarros) es el último capítulo de una escalada, de una “epidemia” que afecta a una parte considerable de nuestra población, sobretodo la del quintil mas pobre: la Ludopatía.

Pero primero, definiciones:

La ludopatía es un impulso irreprimible de jugar a pesar de ser consciente de sus consecuencias y del deseo de detenerse. Se considera un trastorno del control de los impulsos, y por ello la American Psychological Asociación no lo considera como una adicción. El juego patológico se clasifica en el DSM-IV-R en trastornos del control de los impulsos, que también incluyen la cleptomanía, piromanía y tricotilomanía, en los que estaría implicada la impulsividad, pero no presenta comorbilidad con dichos trastornos. Si bien el sistema DSM (III, III-R y IV1) y la CIE-102 incluye este trastorno entre las alteraciones debidas a un bajo control de los impulsos, lo cierto es que los criterios diagnósticos operativos DSM tienen exactamente el mismo diseño que el de las adicciones a sustancias, lo que muestra la concepción subyacente para la enfermedad en ese sistema: se trata de un problema adictivo “sin sustancia” incluido en un apartado que no es el suyo. (fuente: wiki)

Los juegos de azar han estado ahí desde que los albores de la humanidad, y cada cultura parece tener su propia adicción particular (como el Pachinko en Japón). Si usted tuvo un amigo en la Universidad que se farreó la carrera jugando Magic, taca-taca o World of Warcraft (ugh, eso dolió…), entonces sabe que el impulso de jugar puede ser irrefrenable.

Recientemente, la siempre excelente columna de Jonah Lehrer en la Wired abordó el problema de los sesgos cognitivos implicados en la adicción a los juegos de azar y las apuestas. Cito (traduciendo libremente):

“¿Porqué la gente juega a los raspes? Por un lado, la respuesta es mas bien obvia: Somos felices gastando una luca por 15 segundos de esperanza irracional, por el placer de pensar sobre que es lo que haríamos si de pronto nos ganáramos varios millones de pesos. Mientras que la mayoría de los jugadores saben que no van a ganar (las probabilidades son un chiste) el cartoncito raspable es un boleto para soñar despierto, para imaginar una vida mejor. No es sorprendente entonces que los más interesados en estos placeres escapistas sean los que no tienen dinero. Como lo señalé en mi artículo anterior en Wired, sobre el matemático estadístico Mohan Srivastava, las loterías estatales (en nuestro caso, Polla Chilena de Beneficencia y Lotería de Concepción -n. del T.) se han convertido en un impuesto regresivo. En promedio, los hogares con ingresos que ganan menos de $12,400 dólares al año gastan un 5%de sus ingresos en juegos de azar.

Por supuesto que esto no tiene sentido: la gente con menos ingresos deberían ser los menos interesados en derrochar en juegos de azar su dinero ganado esforzadamente. (Las loterías tienen posibilidades de ganar tan ínfimas que incluso hacen a las máquinas tragamonedas lucir bien en comparación). Sin embargo, un paper del 2008 de un equipo de economistas conductuales de la U. de Carnegie-Mellon – Emily Haisley, Romel Mostafa and George Loewenstein – permite explicar el porqué los pobres son mucho mas procilves a gastar plata en juegos de azar. Resulta que el principal problema es sentirse pobre.

En dos experimentos conducidos con personas de escasos recursos, examinamos como las comparaciones implícitas con otras clases sociales incrementan el deseo de los participantes de bajos recursos de jugar juegos de azar. En el experimento 1 los participantes se mostraron más proclives a comprar boletos de lotería cuando se les sugestionó para percibir que sus niveles de ingreso eran inferiores a un standard implícito. En el experimento 2, los participantes compraron más boletos cuando consideraron situaciones en las que personas pobres y personas adineradas reciben ventajas, poniendo un énfasis implícito en el hecho que todo el mundo tiene las mismas probabilidades de ganar la lotería.

El estudio es iluminador respecto al loop de retroalimentación positiva de los juegos de azar gubernamentales. Estos juegos apelan naturalmente a la gente más pobre, lo que les lleva a gastar cantidades desproporcionadas del dinero de sus ingresos en juegos de azar, lo que les mantiene pobres, lo que a su vez les mantiene comprando más boletos.” (Fuente: http://www.wired.com/wiredscience/2011/02/the-psychology-of-lotteries)

Loree el abstract del paper:

In two experiments conducted with low-income participants, we find that individuals are more likely to buy state lottery tickets when they make several purchase decisions one-at-a-time, i.e. myopically, than when they make one decision about how many tickets to purchase. These results extend earlier findings showing that “broad bracketing” of decisions encourages behavior consistent with expected value maximization. Additionally, the results suggest that the combination of myopic decision making and the “peanuts effect” —greater risk seeking for low stakes than high stakes gambles— can help explain the popularity of state lotteries.

Ojo que lo “positivo” de esta retroalimentación no tiene nada de buena onda. Cada vez que veo a una señora gastándose las chauchas del pan en una tragamonedas, o que veo a las personas haciendo largas filas para jugar Loto o Kino, me pregunto el porqué estas versiones rascas y nada de glamorosas de los casinos -en los que las clases acomodadas van a experimentar el mismo rush de adrenalina- siguen teniendo tanto éxito y moviendo miles de millones de pesos al año a costa de los bolsillos de quienes más necesitan un empujón para salir adelante (en vez de castillos en el aire y sueños cuyas probabilidades de concretarse son inferiores a las posibilidades de que Tormenta China gane una carrera).

Y si no puede dejar de jugar, péguele una revisada al sitio de Michael Shackleford, mas conocido como “The Wizard of Odds“. Al igual que Mohan Srivastava (que “crackeó” el código de los raspes en Canadá), el conocer el modelo matemático subyacente puede dar una pequeña ventaja en los juegos de azar. En una de esas, puede terminar ganando algo… pero si usted, al igual que la enorme mayoría de las personas, tiene que contar las lucas pa llegar a fin de mes (incluyéndome)… mejor ahorre. O gástese la plata en unos churrascos ^_^