Hoy tuve que hacer algo que nunca antes había hecho… presentar un libro. Se trata de Bolaño infra: 1975-1977. Los años que inspiraron Los detectives salvajes, de Montserrat Madariaga, de quien que tuve la suerte de ser el guía de tesis hace ya un lustro, cuando se gestó el proceso. La actividad fue sumamente entretenida (compartimos con la autora y la siempre simpática y agradable Jovana Skármeta, en el Centro de Extensión de la Universidad de Valparaíso, seguido de un “cotelé” preparado por los muchachos del Vinilo).

Quiero compartir con ustedes el texto que preparé para la presentación.

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Buenas tardes a todas y todos…

Quiero comenzar mi intervención con una historia que escribí hace ya diez años, quizá es un poco larga, pero su moraleja me va a permitir presentar un punto de vista sobre los dos aspectos que Montserrat me ha mencionado cuando me solicitó que la acompañara en este lanzamiento: “Me gustaría que se enfocara en lo siguiente: si Bolaño encarna la idea literaria de la comunión entre la vida y la obra, si acaso él es el ejemplo de ese cánon, y si acaso hay una coherencia entre el Bolaño infrarrealista y el Bolaño que podemos leer hoy en sus obras postumas. Un enfoque, al igual que la tesis y el libro, más bien extraliterario, donde hablemos del carácter de Bolaño y los datos biográficos que tenemos de su época infrarrealista y cómo eso lo vemos reflejado en su escritura”.

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Patricio Heim, Bar Berri, calle Rosal, Santiago de Chile, diciembre de 2001.

Tomé pasaje para La Serena, en esos buses que salen de Providencia, pero, era para las cuatro de la tarde y recién daban las dos. Así que me dediqué a caminar por la Avenida hasta que la sed me obligó a entrar al Liguria (lugar que evito sistemáticamente, en primer lugar porque siempre hay sonando una cinta sin fin de los Beatles a tan alto volumen que se hace imposible conversar. Y si uno pide al cantinero que lo ponga bajo gira en falso la manilla del equipo, o bien lo disminuye por dos minutos y cuando uno no está mirando, lo vuelve a subir, cuidando de ponerlo más fuerte que antes).

Me senté en la barra (el único lugar donde un caballero debería sentarse en un bar) aunque no tenía muchas ganas de meterle cháchara a nadie, sino más bien concentrarme por esas dos horas en la manera como giran los hielos y el limón en el interior del vaso de vodka. Pedí el consabido vodka y cuando el mozo me lo sirve, miro al lado y el tipo que estaba sentado allí junto tenía el mismo trago. Le sonreí con esa sonrisa de inteligencia de cuando dos personas se van a meter al mismo torniquete en el Metro y después una le dice a la otra “pase usted”, y después se bifurcan como si nada. Luego saco los cigarros del bolsillo de la camisa y los deposito sobre la barra frente a mí. Vuelvo a mirar al lado y resulta que el tipo también tiene una cajetilla de la misma marca enfrente suyo. Ya para ese momento no bastaba con repetir la mirada de inteligencia. Así que le indiqué con las manos los puchos y el trago y le dije: “bueno, cigarros, vodka…” El tipo me contestó algo al tiempo que encendía uno de sus cigarrillos y supe que se venía una conversación como esas que intempestivamente se dan entre compañeros de asiento en una micro (de esas en que uno no sabe cómo cerrar, porque el otro sigue allí al lado, y donde no sirve la técnica de los buses de hacerse el dormido). Cruzamos un par de palabras más y me di cuenta de que no tenía acento chileno. Así que le digo: “Tú no eres chileno”. Y él me dice: “Sí, sí soy, lo que pasa es que viví muchos años en México”. Y aquí se me ilumina la ampolleta y le digo: “Qué coincidencia, justo estoy leyendo una novela que…”

No alcancé a terminar la frase cuando el tipo apaga el pucho recién prendido aplastándolo contra el cenicero y dejándolo en un curioso equilibrio (como debe de haber hecho muchas veces a lo largo de su vida), al tiempo que me dice con una voz furibunda. “¡YA SÉ DE QUE LIBRO ME HABLA USTED! El libro de ese tal Bolañoss” (había destacado particularmente la “s” ausente en el apellido del susodicho). Me encogí de hombros. “¿Los Detectives Salvajes, no? Ha de saber usted que YO SOY EL PROTAGONISTA DE ESE LIBRO”. Mi encogida de hombros se transformó en consternación (otro loco, me dije). A renglón seguido me empezó a contar la historia de unos poetas jóvenes en México durante los años setenta. “Todos éramos poetas en ese entonces, éramos los infrarrealistas, y cualquiera de nosotros pudo haber escrito ese libro. Lo que yo no le perdono a Bolaños es que se haya aprovechado de nuestra historia para alcanzar la fama. Es bastante fácil hacerse famoso ventilando las infidencias de los conocidos”. En ese momento empecé a pensar que quizá el tipo no estaba inventando la historia, y a medida que avanzaba dando nombres y haciendo conexiones me daba cuenta de que su cuento era demasiado coherente (aunque entonces yo aún no había terminado el libro, como para asegurarlo). Luego, y mientras seguía despotricando contra “Bolaños” pensé, que si aún es curioso encontrarse en un bar con el autor de un libro, encontrarse con el personaje es simplemente “bizarro”, esas cosas sólo ocurren en la literatura. Cuando terminó me volví a encoger de hombros, ya eran un cuarto para las cuatro y tenía que tomar el bus. Se lo dije y concluí con: “Usted me va a perdonar, pero le quisiera pedir un favor”. Me dijo: “¿Cuál?” Y yo le dije, al tiempo que extraía mi copia de “Los Detectives Salvajes” de mi maletín: “¿Me podría autografiar el libro?”. Me dijo: “Ningún problema”. Y no sólo me lo autografió sino que escribió una serie de nombres con signos de igualdad que conectaban a los personajes del volumen, con aquellos que se supone existían en la vida real. La letra era bastante ilegible, pero aquí hay algunas de las conexiones y otras cosas que puso:

Piel Divina en Francia = Piel Divina

José Pequero = México

Mary Larosa y Vera Larosa = Las Chupapico [Estas son las hermanas Font]

Cuautehmoc Méndez, no mencionado

Mario Santiago = Compinche de Belano, con nombre de ciudad [Ulises Lima]

Infrarrealistas

Descojonudo, personaje de tercer pelo…

Cuando llegué de vuelta a Santiago me dediqué a investigar la historia e incluso llegué a consultarle a alguien que conoce a Bolaño. Este le pregunto al mismo y todo resultó cierto. Lo único que no era cierto era que el tipo aquel no era el “protagonista” (creo que estaba convencido de que Bolaño se había inspirado en él para construir a García Madero). El tipo en cuestión se llamaba Juan Harrington. Bolaño contestó que él era mencionado a la pasada al final de la segunda parte del libro. Un personaje menorsísimo que sólo se nombra dos veces en la página 551: Bustamante. El texto reza así: “No, que yo sepa, el tal Bustamante ya no escribe poesía”.

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Nota: Este relato es absolutamente verídico y le he dicho a Heim en más de una ocasión que se lo iba a piratear. Él gentilísimamente me ha dado permiso. Le estoy infinitamente agradecido.

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En el documental musical llamado Punk Attitude de 2005, a el inicio de la película, Henry Rollins -el vocalista del grupo hardcore Black Flag- dice: “Basta que un chico o una chica se levante y diga: ‘¡Al diablo!’… para que todos respondan: “¡La voz de una generación!”. Visto a la distancia eso fue lo que hizo Bolaño, y su principal legado. Lo curioso -y lo terrible- es que Bolaño no lo dijo siendo un chico, sino que cuando ya se acercaba a los cincuenta; le pregunté una vez al poeta concreto Andrés Anwandter porqué Bolaño era tan valorado por las generaciones jóvenes de prosistas y poetas en Chile, y Anwandter me respondió: “porque escribió la historia de todos nosotros, poetas jóvenes latinoamericanos”; pero esa historia no fue pergeñada en la madurez de la cincuentena, arrastra el sustrato de una experiencia de los veintes, de los años setentas en México. Eso no lo sabíamos en 1998 cuando “Los Detectives Salvajes” fue publicada; lo fuimos aprendiendo de a poco, cuando diversas voces en la Capital, en Barcelona o en Santiago, empezaron a hilvanar la prehistoria del libro; al principio como un secreto transmitido con sigilo, luego como una obra coral, como la segunda parte de la novela, finalmente como un campo por explorar para la crítica y la Academia. En mayo de 2005 cuando Montserrat se puso en contacto para que la acompañara en la elaboración de su tesis de licenciatura el tejido de esa prehistoria seguía siendo una maraña de cabos sueltos: “¡Hay que ir a México!” fue algo que se dijo en una ya desaparecida fuente de soda del centro de Santiago, y agrego: “Hay que seguir los pasos de esos mismos detectives salvajes”, esos detectives salvajes que siempre he pensado son los que construyen la documentación de esa maravillosa segunda parte. ¿Quiénes son esos detectives salvajes? Los mismos poetas latinoamericanos jóvenes que una y otra vez, durante toda esta larga década, han gastado la plata que no tenían, viajado como polizontes en camiones a través del continente, dormido en quizá qué condiciones en pueblos, hostales o peladeros, tratando de dar con el hilo y la madeja. Bolaño dejó un sinnúmero de pistas, desperdigadas por este y otros de sus libros. Seguir esas pistas, más que cualquier otra acción, es lo que sirve para encontrar la conexión entre la vida y la obra. En ese sentido el recordado mantra infrarreaiista de 1976: “DÉJENLO TODO, NUEVAMENTE LÁNCENSE A LOS CAMINOS” cobra un significado excepcional. Pero, al mismo tiempo, y como ha hecho ver muchas veces Álvaro Bisama, esto también hay que tomarlo con una pizca de sal: abundan las pistas falsas, las escotillas que no llevan a ninguna parte, los campos minados. Bolaño no reconstruyó la historia con fidelidad de copista medieval, agregó ficción al relato, recompuso de manera deconstructiva la memoria de su movimiento poético juvenil, imbricando los relatos de tal modo que siempre hay que tener cuidado de su resulta. A mi juicio, lo más notable, observado a la distancia, es la construcción de ese canon alternativo que Montserrat se dio el trabajo en establecer en su libro. El ejercicio de Bolaño es evidentemente un ejercicio borgiano, el ejercicio de ese entrañable ensayo llamado “Kafka y sus precursores” (“El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres”). Creo que el libro que comentamos hoy bien podría haberse llamada “Bolaño y sus precursores”: Bolaño ha modificado el pasado, y también ha modificado el futuro. Al levantarse contra Octavio Paz he repetido el slogan de Rollins: “¡Al diablo!”, y ya hemos vivido una década completa en que esa pancarta ha sido reimpresa en el imaginario de las nuevas voces de nuestro continente. Admiramos en Bolaño el haber sacado a flote el movimiento subterráneo de cierta poesía y cierta vida que en el Canon Latinoamericano permanecían ocultos. Pero, ello mismo, ha vuelto a Bolaño el centro de un nuevo Canon, un canon disléxico, violentista, salvaje. Quizá ya sea hora de que en algún lugar de Nuestra América se levante otro joven y diga: “¡Hay que acabar con Roberto Bolaño!, ¡Al diablo!”, continuando con esa “tradición de la ruptura” tan cara a Octavio Paz y de la que nuestro héroe, para el mismo lamento suyo, sigue siendo, todavía, el último heraldo.