“All my friends have pictures made to make you cry
I’ve seen this and wondered what I’ve done to calcify”
Slipknot

Al momento de leer Rockabilly, la última novela de Mike Wilson, estaba leyendo los Diarios de Bicicleta de David Bryne. No he leído todo el libro de Bryne, pero alcancé a revisar lo relativo a sus paseos por las ciudades norteamericanas. Ahí describe como las metrópolis de la época industrial, de la era dorada el hierro y el carbón, están transformadas en ciudades fantasmas, todas atravesadas por carreteras enormes, llenas de ruinas de fábricas abandonadas en proceso de desmantelamiento, para hacer barrios residenciales; casitas con antejardín, todas cerquita de un Wall-Mart, llenas de gente que no se piensa en el futuro. Nada muy distinto a Springfield.

En esos suburbios, quizás, no tan nuevos, es donde la novela del gringo-argentino, radicado en Chile, se desarrolla. Un ambiente con habitantes de estómagos llenos, sin muchos quehaceres y dispuestos a elaborar ideas disparatadas. Por ser una posible zona industrial es muy factible que sus antepasados hayan estado expuestos a alguna emanación tóxica, esas que provocan malformaciones congénitas.

La novela está conformada por cuatro relatos, desde distintas perspectivas, que se multiplican unas cinco veces y se intercalan entre sí. Uno, en tercera persona, es sobre Rockabilly, un redneck no muy listo que excava en su patio. Otro, en primera persona, es de Suicide Girl, una quinceañera típica. El tercer relato está en la voz Babyface, un gordo con una enfermedad que lo transformó en una guagua mutante. El cuarto punto de vista es el del perro del barrio, Bones. Existen otros personajes que interactúan con estos cuatro elementos durante la noche en que suceden los acontecimientos. El más importante es Ella, el tatuaje de una pin-up, tipo Betty Page, en la espalda de Rockabilly. Ella causa todo el movimiento dentro de la novela, pues tres de los protagonistas están obsesionados con esa imagen.

La acción empieza al anochecer y termina cuando comienza a salir el sol. En este periodo de tiempo el relato se construye a través de imágenes perturbadoras. Este es un elemento central dentro de la novela, pues la sucesión de escenas que tienen que ver con galactorrea y desproporción en el tamaño de una bubi de Suicide Girl, sondas en el pene de Babyface, las sangrantes manos de Rockabilly y los fluidos de todo tipo en general, hacen de la obra un aparato visual. No es fácil poner ejemplos de estos cuadros, pues la obra completa se trata de esto: narración de fotogramas en tiempo presente, muy cercanas a la historieta o al storyboard de una película.

Lo que no es difícil, es atribuirle valor simbólico a los personajes y acciones de estos. Cada uno de ellos y cada movimiento que hacen, representan un algo que tiene que ver directamente con el ser contemporáneo (así de grandilocuente), ya que los arquetipos presentados son demasiado evidentes. Los botones más claros son: Rockabilly cavando un hoyo enorme en su jardín; la iguana de Suicide Girl, vuelta loca por tomar de la leche que sale de la bubi grandota; Babyface, el cincuentón careguagua, es pedófilo y el perro, Bones, tiene una sintaxis digna de un poeta. Por decir algunos ejemplo. Entonces, todo ese juego de simbolismos resulta una unidad bien atractiva, porque al terminar de leer uno se queda pensando en cómo evaluarlos, pues, por supuesto, no se quedan ahí, a no ser que el lector sea extremadamente pavo. Por ejemplo, a mí se me vinieron a la cabeza lo parqueados que están los rednecks. Los zapateos de la decadencia del sueño americano todavía suenan fuerte en una sociedad tontona, sin inquietudes, estancada en la idiotez máxima que Los Simpson, Southpark y Family Guy, reclaman hasta el paroxismo. La misma realidad que produce y consume Slipknot o películas como Gummo y Pink Flamingos (aunque no creo que las vean).

Una idea suelta sin mucho fundamento que me da vueltas: la poshumanidad, donde el ciberpunk pasó a ser algo cotidiano antes de que nos diéramos cuenta, vuelve al cuerpo, a lo más orgánico, a los fluidos. Rockabilly es un claro ejemplo de esto. Puede que esté rotundamente equivocado, pero suena la raja.

Lo mejor del libro: La palabra “pechugas” siempre me ha parecido horrible; me trae a la cabeza a una mina con cuero de pollo crudo en dicha zona. “Tetas” es completamente bovino, pienso en ubres, terneros y mujeres con sobrepeso. “Senos” es siútica, “callaguaguas” es chistosa y ahora no se me ocurren más. “Bubis” es la que más uso, creo que es equilibrada. Lo bonito es que en un episodio de Rockabilly las bubis se llaman fusillis. ¡Fusillis! Lo digo en voz alta y me cago de la risa. Esto, definitivamente, es lo más memorable.

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