Sobre el “legado” de Joy Division existen docenas de buenos textos girando por la red. Aplicando a rajatabla el poder de síntesis, diremos que Ian Curtis, su banda y los productores asociados inventaron cierta forma de hacer sonar la batería y el bajo que son cruciales para entender el pop de las últimas tres décadas.

Un notable gráfico elaborado por el sociólogo británico Nick Crossley demuestra, de hecho, que Curtis & Co. están en el centro de las relaciones humanas generadas a fines de los 70 en la escena manchesteriana: a la larga, esa gente forjó buena parte del sonido que definió a la música que vendría­.

Red Social: La Escena Manchesteriana

31 años se cumplen mañana miércoles desde que Ian Curtis anudara bien fuerte su corbata y desapareciera de este mundo. Su obra, sin embargo, sigue siendo redescubierta, imitada y derechamente plagiada alrededor del planeta: nada mal para un muchacho confundido que apenas editó un disco como la gente y jamás instaló un condenado éxito en los rankings.

Respecto a la influencia de Joy Division en mi vida -o en la tuya- no se ha escrito tanto. El bueno de Ian nos acompañó como pocos durante nuestra Edad de Piedra: años extraños, casi absurdos.

Lápida original de Ian Curtis, robada el 2008 por algún fan trasnochado

La doble casetera

Retrocedamos a 1991. Escuchar música es una actividad que se hace acostado y sin distracciones. En las casas de clase media el reproductor de discos compactos es un artículo de relativo lujo que ocupa un sitial de honor en el living y de ahí no se mueve.

En tu dormitorio reina el minicomponente con doble casetera, aparato donde pirateas música en cientos de cintas vírgenes de bajísima fidelidad. Ningún joven promedio puede darse el lujo de coleccionar cedés a diez lucas la unidad: si quisiéramos rastrear antecedentes sobre la crisis de la industria musical, tal vez sería bueno recordar esos precios de escándalo.

Para conocer “nueva” música en 1991 tienes dos caminos. El primero es pedirles prestados casetes a tus amigos por si acaso alguno te acaba gustando. Todo es azaroso: si Carlos es metalero, terminas escuchando -sufriendo, más bien- a Voivod, Cryptic Slaughter o Napalm Death; en un día afortunado te pasa un álbum de los Misfits que justifica ser regrabado.

La segunda opción es sintonizar la radio y apretar “Rec” cuando corresponda. Así has conocido a Smiths, Cure o Depeche Mode, estandartes de lo “alternativo” en los ochenta. Eso no basta y la falta de información es brutal. Aún no se vislumbra internet, no hay revistas ni difusión televisiva, no existe nada salvo dos programas radiales a los cuales debes ponerle extrema atención.

Al margen

En “Música Marginal” (Radio Universidad de Chile) un melómano llamado Guillermo Escudero divulga álbumes completos de acuerdo a su regalado gusto. Gracias a este prócer conozco a grupos esenciales: Jesus & Mary Chain, Pixies, Ride, My Bloody Valentine, Front 242, Xymox, Charlatans, Sonic Youth o Unrest. Antes que nadie en Chile, Escudero toca a Nirvana. Cuando larga el disco, modula muy lento el nombre de cada canción, cosa de que tomemos nota para escribirlo más tarde con bonita letra en el papelito del casete. Eso, amigos, es la prehistoria.

En “Al Margen” (Radio USACH) un grupito de estudiantes intenta “educar” a sus pares mostrándoles lo mejor y menos difundido de la música universal. Ahí escucho por primera vez a Stranglers, Damned o Descendents; así conozco a Joy Division.

En los tempranos noventa, estar deprimido es pop. Por eso es un tesoro descubrir a la banda más oscura de todas, a un grupo cuyo líder se ha matado de pura pena. Con mi amigo JP lo reverenciamos tal como se venera lo que uno no conoce ni entiende bien.

En la biblioteca de música del Campus Oriente leemos la edulcorada biografía del astro preparada por “La Enciclopedia del Rock”. Y el 18 de mayo celebramos “el Curtis Day”: junto a una botella de whisky, madrugamos para escuchar cronológicamente y en silencio cada álbum, reflexionando luego un sinfín de cabezas de pescado relativas a la muerte, la consecuencia artística y otras vainas.

Patada en el hígado

Han pasado veinte años; en el camino saberlo todo se hizo insólitamente fácil. Así confirmamos que Ian Curtis no era un poeta maldito ni un héroe: a lo más un pailón angustiado que se mató tras mandarse cagadas familiares que hoy -ya viejotes- quizás censuraríamos. De tanto escucharla, “Love will tear us apart” nos patea el hígado.

El poeta de lo simple y su cabra chica

En sus cortos 23 años Ian hizo buena música (y también mala, hay que reconocerlo). Sin embargo, gracias a su espasmódica figura rebuscamos datos donde no había nada, creamos lazos y aprendimos algo tan importante como a disfrutar escuchando música. No es poco.

En el fondo, el tiempo y el exceso de información pusieron a Curtis en su lugar: un amigote latero pero amable, que se ha hecho viejo con nosotros y nos recuerda la época ingenua y huevona en la que nos hicimos hombres.