El profesor/hora toma un taxi entre una universidad y otra. De la estatal-consejo-de-rectores a la privada-privada hay unos veinte minutos (el doble si toma el metro) a lo largo del eje norte-sur-cota mil. No ha tenido tiempo de almorzar, va atrasado respondiendo mensajes en la blackberry y preguntándose si ya emitió la boleta. Su flamante PhD le ha permitido -en un lapso relativamente breve- juntar cursos para ganarse transitoriamente la vida y arrendarse un departamento a medio camino entre sus múltiples compromisos académicos y económicos. Ni siquiera ha preparado muy bien la clase, y de corregir las pruebas recién rendidas, ni hablar.

Los alumnos de la clase de las 14:00 lo están esperando. Son 18. No han leído el ensayo sobre Kafka y el profesor/hora  los mira apesadumbrado. Intenta darles un speech motivacional, pero antes de que pueda comenzar una alumna pokemona, morena y con mala dicción le pregunta con inocencia y buena fe:

“Profe, ¿por qué tenemos que leer este libro?”

Si esta situación ocurriera en el mundo de Matrix, el tiempo se detendría, los alumnos se quedarían petrificados en el espacio-tiempo y el profesor/hora los miraría uno por uno, pensando su respuesta. Vería sus historias de esfuerzo, sus padres feriantes, camioneros, contratistas de la construcción. Vería también los pagarés que han firmado y las deudas que han contraído, y se vería en una disyuntiva. Dos cosas podría responder:

Podría decirles que la educación universitaria es un mecanismo mediante el cual la sociedad identifica a los más capaces, a los que tienes la posibilidad de interactuar con un texto complejo. Los que son capaces de entender a Kafka podrán discernir situaciones de ambigüedad y poder, y posicionarse adecuadamente.

O bien, podría decirles que la educación universitaria tiene por propósito prepararlos para el mercado laboral. Que sus títulos universitarios son sellos de calidad que llevan en la frente para que alguien los contrate de manera tal que puedan subir en la escala social. Que los contenidos que están recibiendo (Kafka) están para empoderarlos y ayudarlos a ser ciudadanos conscientes y profesionales capaces de adaptarse a distintos contextos simbólicos.

¿Que les respondería usted?

En los últimos años el sistema de educación superior chileno ha roto una marca tras otra en términos de cobertura. Su signo es la masificación. Atrás quedaron los tiempos del sistema estrictamente elitista (al menos en términos intelectuales) que formó a la actual dirigencia política y empresarial del país. Los Yuraszek, los Büchi, los Lagos y los Piñera se educaron en él. Pero la ampliación de la oferta de la mano de planteles privados ha cambiado por completo el escenario, y las señales que emanan de el.

No hace falta analizar los relatos que articulan el marketing universitario para darse cuenta de que algo esta mal. Setenta mil estudiantes en la alameda son señal inequívoca de la problematización. ¿Se estarán siguiendo los dos modelos al mismo tiempo? ¿Identificar a los más inteligentes, reunirlos para que sociabilicen y formen redes de promoción dentro del Estado y las empresas, v/s generar señales de empleabilidad de mercado para la gran masa de clase media emergente?

En otras palabras, ¿es la educación superior de hoy un mecanismo de inclusión social o de selectividad intelectual?

Sus clientes, al menos, parecen estar convencidos de que ni lo uno ni lo otro. Algunos datos de contexto: Chile es el país con el mayor gasto privado en educación, entendiendo por tal el que sufragan las familias. Ni siquiera EEUU se le compara. Y llegamos así a la cuestión del ROI (Return on Investment): las familias clasemedierias victimas de La Polar, ¿están recibiendo un retorno adecuado al riñón que empeñan para que el o los vástagos reciban formación profesionalizante adecuada?

Otro dato de contexto: la economía chilena tiene dos velocidades. La que dan sus commodities de exportación (dólares y más dólares por minería extractiva) y la que proviene de su economía domestica de servicios: retail, telecomunicaciones, gobierno municipal, construcción y bienes raíces, turismo de nicho. No estamos moviendo la frontera del conocimiento ni inventando nuevas formas de producir energía. A lo mas una vacuna para que los salmones no se pudran en sus jaulas.

El profesor/hora aun no ha decantado su respuesta. Los rostros de los alumnos siguen petrificados en ese espacio-tiempo donde todo es posible. ¿Sirve leer a Kafka para ser un buen operador de Call Center? El profesor/hora observa el rostro de la muchacha de Combarbalá que, además de ensayista brillante, escribe poesía al estilo de Emily Dickinson. O al enigmático chico gay que rara vez habla y cuyas faltas de ortografía le hacen rechinar los dientes. Al joven anarquista que  no ha leído a Manuel Rojas, al minusválido que tartamudea, a la chica sexy que mira el techo y no sabe conjugar el verbo haber.

El profesor/hora, antes de responder a la pregunta clave de su profesión, imagina un mundo ideal donde el gasto público en educación superior supera el 3,4% del PIB, el mismo que antes se gastaba en submarinos, tanque y aviones de combate y sueldos del personal uniformado. Un mundo donde esto se logró sin alterar los equilibrios macroeconómicos, donde el mayor gasto publico se compensó con mayores impuestos, suscritos voluntariamente por el sector privado e inversión de las AFP. Y así este porcentaje robusto, orgullo entre las naciones latinoamericanas y envidia entre aquellas que aspiran algún día a ser admitidas en la OCDE, ha redundado en ciudadanos aptos para el ejercicio de la democracia, el consumo consciente y la transición hacia una economía sustentable y participativa, respetuosa de los derechos sindicales, de las minorías étnicas y sexuales. Un país innovador, bilingüe, conectado a los flujos globales del conocimiento y las artes…

Ha llegado el momento de responder. El profesor/hora mira a la alumna que formuló la pregunta, y con infinito cariño por su profesión, el profesor responde:

“Este libro fue escrito por uno de los grandes genios de la literatura universal. Un hombre solitario, tímido y feo, que comprendió que la esencia del poder es el poder mismo: algo monstruoso, impersonal y perverso. Un libro que ayuda a pensar y a ser libres”.