¡Vamos, chileños!

En el último número de ¡Usted sí lo dice!, vimos la obra maestra de don Valentín Gormaz, un curioso librillo titulado Correcciones lexicográficas sobre la lengua castellana en Chile, seguidas de varios apéndices importantes; dispuestas por órden alfabético y dedicadas a la instrucción primaria.

Publicado en 1860, este texto buscaba salvar a los nietos de los próceres de la patria de su propia lengua, explicándoles pacientemente que “chileno” no existe y que “santiaguino” está mal dicho: la gente bien nacida dice “chileño” y “santiagués”, naturalmente.

El circo freak del castellano de Gormaz, poblado por teratogénicos mandamientos e irreconocibles engendros lingüísticos, ofrece dos importantes lecciones para los normativistas modernos:

1. A final de cuentas, los usuarios de la lengua siempre se imponen.

2. En un futuro no muy lejano, hasta los escolares se van a reír de ustedes. ¡Lero lero!

Aunque las prohibiciones y dictámenes de Correcciones lexicográficas son meras curiosidades a estas alturas, los “vicios” que Gormaz pretendía erradicar tienen mucho que decirnos sobre el castellano chileno de hace siglo y medio. Y en este sentido, estamos ante un verdadero cofre del tesoro, repleto de información sobre un mundo perdido.

El mapa no es el territorio

Para saber cómo era el lenguaje en la época anterior a las grabaciones de audio, no queda más que reconstruirlo a partir de textos escritos. Pero este método es imperfecto y limitado, por una serie de razones:

  • Los autores de los textos suelen provenir de un reducido sector de la sociedad (clase alta, monjes, escribanos, comerciantes), por lo que sus escritos dan cuenta de un lenguaje poco representativo.
  • Son precisamente estos grupos sociales que mayor capacidad tienen para escribir de una manera muy alejada de su habla real.
  • Muchos tipos de textos –libros, artículos, notas periodísticas, leyes, comunicados, sermones– pasan por un proceso de revisión y redacción que busca homologarlos a una versión oficialmente sancionada del idioma. El lenguaje que resulta de este proceso es, en mayor o menor grado, artificial.
  • El lenguaje es un fenómeno esencialmente oral. Tal como el mapa no es el territorio, la escritura no es el lenguaje. La palabra escrita es, en realidad, un mero accesorio –completamente optativo– que una minoría de sociedades usa para recodificar parte de la información que contiene el lenguaje mismo.

Cuando hablamos, rara vez producimos oraciones completas, un elemento básico de la escritura. Tampoco organizamos las ideas en unidades semejantes a párrafos, por lo general. Usamos otro vocabulario que cuando escribimos (¿cuándo es la última vez que “sin embargo” o “no obstante” salió de tu boca?). Y un largo etcétera.

Todo esto hace que la escritura sea sólo un borroso y desteñido retrato del lenguaje real. Pero tratándose de épocas remotas, la palabra escrita es la que hay. Y aún con todos los peros del caso, no es poco lo que puede revelar del lenguaje.

Hurgueteando en el cofre

Te voy a esplicar una cosita…

La introducción de Correcciones lexicográficas, escrita por Gormaz mismo, revela un detalle interesante del castellano de Chile de mediados del siglo XIX: una serie de palabras que hoy en día se escriben con x, pero que el autor escribía con s: esclusivamente, esplica, espone, estracto. Esto no es un mero capricho ortográfico, sino una valiosa pista sobre la fonología de la época.

El grafema x que se emplea en la ortografía moderna de estas palabras normalmente representa un grupo de dos fonemas: /k/ y /s/ (los símbolos que figuran entre [corchetes] o /líneas oblicuas/ corresponden al Alfabeto Fonético Internacional). Y en algunos entornos –entre dos vocales, por ejemplo– x efectivamente se pronuncia de este modo: éxito se dice /ˈek.si.t̪o/ (en muchos, pero no todos, los dialectos del castellano).

En otros entornos, en cambio, no pasa lo mismo. En las palabras expone, extracto y exclusivamente, el grupo /ks/ va seguido de una o más consonantes: /ekspo.ne/, /ekst̪ɾak.t̪o/ y /eks.klu.si.ba.ˈmen.t̪e/. Esto es problemático, porque el castellano es reacio a admitir muchas consonantes juntas; tanto así, de hecho, que para evitar esta situación suele deshacerse de alguna de ellas.

La solución que se ve con mayor frecuencia en los distintos dialectos del español consiste en suprimir el fonema /k/ del grupo /ks/. Y juzgando por la evidencia que proporciona Correcciones lexicográficas, ésta era también la solución que adoptaba el castellano chileno –o, por lo menos, el sociolecto hablado por la clase alta– a mediados del XIX. Esto es lo que produjo espone /es.ˈpo.ne/, estracto /es.ˈt̪ɾak.t̪o/ y esclusivamente /es.klu.si.ba.ˈmen.t̪e/.

Lo interesante aquí es que la solución que prima en Chile actualmente es justamente la contraria: se suprime la /s/ del grupo /ks/, produciendo /ek.ˈpo.ne/, /ek.ˈt̪ɾak.t̪o/ y /ek.klu.si.ba.ˈmen.t̪e/. (Nota geek: En mi análisis, estoy suponiendo que el fonema /s/ se ha perdido a nivel subyacente, es decir, que ya no figura en el lexicón mental del hablante. Sin embargo, se podría también postular que el fenómeno es meramente fonético, y que son fuerzas que operan en la superficie las que hacen que el fonema /s/ se suprima).

Esto da origen a un misterio: ¿cómo llegó a imperar la solución actual –/ks/ > /k/– en todos los sectores sociales del país? Hay varias posibilidades:

  1. La solución /ks/ > /k/ ya era generalizada en los tiempos de Gormaz; la solución que su texto deja entrever –/ks/ > /s/, como en espone, estracto, etc.– era una mera siutiquería que no logró imponerse.
  2. La solución /ks/ > /k/ ya existía en los estratos bajo y/o medio de Chile, y con el tiempo se extendió al estrato alto, desplazando la solución /ks/ > /s/.
  3. La solución /ks/ > /k/ surgió después de la época de Gormaz, imponiéndose en todos los estratos sociales por igual.

Hace falta mucho más investigación para saber cuál es la verdadera historia de este fenómeno.

Un animal mítico

Al pasar a la parte principal de Correcciones lexicográficas –la que detalla todo lo que supuestamente no se debe decir– el libro se vuelve aún más interesante. Esto, porque las formas que censura dan cuenta del habla real de la gente, algo lamentablemente poco común.

Por otra parte, muchos de los términos que Gormaz reprocha –como volcanada por bocanada, desengraso por postre, y lamber por lamer— indican que no sólo estaba atento al habla del estrato alto. Dado que los demás sectores rara vez están representados en los escritos antiguos, la mirada que esta obra nos brinda sobre el pasado lingüístico nacional es realmente privilegiada.

Rajar vestiduras

Gormaz condena toda una serie de palabras en las que el grupo /sg/ se pronuncia como el velar fricativo sordo [x] (es decir, como la j de jotexo.t̪e/):

  • arriejar (< arriesgar)
  • rajear (< rasguear)
  • rajuñar (< rasguñar)
  • sejé (< sesg)
  • sejo (< sesgo)

Ahora, este proceso no está del total ausente del castellano de Chile actual; en ciertas palabras, como juzgado (> jujado [xu.ˈxa.ð̞o] o jujjado [xuxxa.ð̞o]), es bastante común, de hecho. Pero parece que se ha restringido a ciertos grupos de palabras: sería raro escuchar “El juez tiene un sejo” hoy en día. En la época de Correcciones lexicográficas, en cambio, da la impresión de que el fenómeno era masivo, por lo menos en ciertos estratos sociales.

Un proceso muy similar a /sg/ > [x] operaba en el caso de cisco, que algunos pronunciaban como cijo [ˈsi.xo] según Gormaz. Aquí, es el grupo sc /sk/ que pasa a pronunciarse como j [x]. (Nota geek: Interpreto /sg/ > [x] y /sk/ > [x] como procesos fonológicos, por lo que las transcripciones emplean corchetes).

Esto llama la atención, porque en algún momento /sk/ > [x] desaparece por completo del castellano de Chile. Hoy en día, cisco se pronuncia [ˈsih.ko] y no [ˈsi.xo].

Se abrirán las grandes lamedas

Probablemente lo has leído en alguna parte ya: el habla es una cadena continua de sonidos. Lo que no se suele apreciar es hasta qué punto es cierta esta aseveración. Dentro de la cadena no hay palabras. Espacios tampoco (por motivos obvios). Ni siquiera metemos pausas entre las palabras. Lo único que hay es una señal acústica más o menos constante, la cual vamos modificando a una velocidad loca. Algo más o menos así:

t̪ɾesd̪epaɾt̪ament̪osend̪ond̪eseexeɾsialapɾost̪it̪usjon
sinrespet̪aɾlalejsanit̪aɾjait̪ɾibut̪aɾjafweɾonklawsuɾad̪os
aʝeɾenelt̪ɾad̪isjonalpoɾt̪alfeɾnand̪eskont͡ʃafamosopoɾ
suspikad̪asd̪ekomplet̪osiempanad̪asiasolomet̪ɾosd̪e
lamunid̪esant̪jagolossabwesosd̪elaped̪eiat̪erisaɾonen
lospisossinkoisjet̪ed̪elbet̪ust̪oinmwebleubikad̪oenla
plasad̪eaɾmasiaiirumpjeɾonenlosd̪epasloskeseenkon
t̪ɾabansinmoɾad̪oɾeslwegoelopeɾat̪iboinkluʝounabisit̪a

No nos damos cuenta de esto porque el cerebro tiene una impresionante capacidad de reconstruir las palabras a partir del sonido. Pero a veces se equivoca.

Para ver cómo esto puede suceder, lee las siguientes frases en voz alta, fijándote en cómo realmente las pronuncias (no te preocupes si no manejas los símbolos fonéticos muy bien; inténtalo no más):

[ lalameð̞a ]
[ lalasena ]
[ nweʋaseɾa ]
[ lasekja ]

Como no hay espacios ni pausas entre las palabras cuando se habla, el oyente tiene que imponer sobre la señal acústica su propia interpretación de la estructura de lo dicho. La primera frase de arriba podría ser “Lala me da”, por ejemplo. La segunda ofrece aún más posibilidades: “Lala cena”, “la alacena” y “la lacena”.

Fue este proceso que llevó a algunos hablantes de la época de Gormaz a reanalizar muchas frases como las de arriba, creando así nuevas palabras:

El vecino iba caminando por la Lameda.
Guardó los aliños en la lacena.
Construyeron una nueva cera entre la calle y la sequia.

Una vez reanalizadas las palabras, se comportan como todas las demás: las grandes lamedas, una lacena de madera, se construirán dos ceras, su sequia se secó.

El reanálisis es un fenómeno bastante frecuente en la historia de las lenguas. El sánscrito narangas, por ejemplo, derivó en naranj en árabe, naranja en castellano y naranza en veneciano; pero por el reanálisis de esta palabra junto con un artículo, pasó a ser orange en inglés (a norange > an orange) y francés (une narange > une orange). También produjo las palabras inglesas uncle (a nuncle > an uncle) y nickname (an ekename > a nekename > a nickname), entre otras.

Y como si eso fuera poco, la carrera artística del dúo cómico Melón y Melame se hizo en gran parte sobre la base del reanálisis.

No todo está perdido

Quizás lo único bueno de la malsana obsesión que tienen los normativistas con el habla de los demás es el hecho de que los lleva a anotar lo que les parece mal dicho, que es prácticamente todo lo propio de los grupos sociales a los que no pertenecen (o, en el caso de los normativistas modernos, los grupos sociales a los que no aspiran pertenecer). Así, van dejando un registro de cómo se habla realmente en gran parte de la sociedad.

Correcciones lexicográficas es un verdadero tesoro en este sentido, no por sus recomendaciones sobre el “buen uso” del lenguaje, sino por todo lo que dice sobre cómo se hablaba realmente el castellano de Chile hace 150 años.

Para saber más

El tipo de lingüística histórica que hemos hecho aquí de manera requetecontra informal también se hace muy en serio. El libro El español de Chile en el período colonial: Fonética de Manuel Contreras [1] es un fenomenal trabajo en este sentido. Si no lo puedes conseguir, el artículo Un momento en la historia del español de Chile, del mismo autor, toca algunos de los mismo temas.

[1] Contreras Seitz, Manuel. 2004. El español de Chile en el período colonial. Fonética. Osorno: PEDECH / Universidad de Los Lagos. ISBN 956-7533-71-7

http://es.wikipedia.org/wiki/Fricativa_velar_sorda