Ya, el experimento trucho de rigor: sin repetir ni equivocarse (“Un, Dos, Tres… Nescafé” dixit) determine, lo más rápido posible, si las cadenas de letras de las próximas líneas son palabras del castellano o no:

  • silla
  • médino
  • distorsión
  • caleute

Fácil, ¿no? Lo más probable es que solo “silla” la haya respondido de una: “distorsión” es una palabra del castellano, pero de baja frecuencia, y “médino” y “caleute” son pseudopalabras (combinaciones de letras que “suenan” como a castellano, pero que no se encuentran en nuestros lexicones o diccionarios mentales). Este tipo de experimentos es uno de los más populares en psicolingüística –disciplina que estudia el procesamiento mental del lenguaje–, y se le conoce desde hace décadas como el “lexical decision task”. Estos test son de singular importancia para entender cómo los seres humanos procesamos la comprensión de palabras en los diferentes idiomas, y a través de ellos se ha llegado a conclusiones bastante interesantes como que nuestro almacén mental de palabras (el lexicón) no está ordenado alfabéticamente, sino que por frecuencia (las palabras de alta frecuencia son más accesables), y que cuando nos encontramos con una pseudopalabra nos tardamos más en determinar que no se trata de una palabra (más aún, si su similitud es alta con alguna palabra existente de alta frecuencia).

Para llevar a cabo las aplicaciones de estas pruebas se usan unas maquinitas bien sencillas, pero también bastante caras, que tienen botones sumamente sensibles para medir el tiempo de respuesta (reaction time) de los sujetos. Lamentablemente, como los aparatos no se pueden comprar como el mouse que uno se agencia uno en el minimarket de la esquina, solo están disponibles en los laboratorios de psicolingüística de las universidades. Y esto nos lleva al problema de siempre, el problema WEIRD: el investigador tendrá como sujetos del experimento a unos pocos estudiantes de su propia universidad que van pasando por ahí, ven el cartelito, y corren a testearse a cambio de un Súper 8, o (ñam, ñam) un Milky Way.

Stephane Dufau y un equipo de investigadores europeos (Dufau et al, 2011) encontraron la solución fácil y bonita al problema. Llevar el experimento a la casa, o más bien, al smartphone. Crearon una app para iPhone de psicolingüística que permite que usuarios de habla inglesa, francesa, española, catalana, vasca, alemana y malaya realicen el task sin moverse de donde están, en cualquier parte del mundo. Para ello aprovecharon de varias ventajas que ofrecen estos dispositivos celulares: su masividad (para 2013 se estima que habrá unos mil millones en uso en el mundo), su sensibilidad (son extremadamente veloces para mostrar la información en pantalla y reaccionar a un toque de la mismatouch), su ubicuidad, y que pueden mandar la información centralizándola por medio de su sistema de comunicación. De este modo, al momento de publicar su artículo en PLoS One, ya habían recibido datos de 4.157 personas (o sea, se ahorraron como un cuarto de tonelada de Milky Ways, LOL).

Los autores proponen que este método de investigación revolucionará las Ciencias Cognitivas en el corto plazo, liberándolas de los sesgos en sus resultados, que tanto revuelo han armado en los dos últimos años.

No está de más recordar que estos experimentos “masivos” y “distribuidos” ya se han realizado con anterioridad, en algunos casos aprovechando la Internet (como nuestro querido y recordado Google Compute, el proyecto SETI@Home o el Pop vs. Soda Experiment), y en otros (como en el caso de la lingüística misma) por el trabajo de hormiga de académicos diversos lugares del mundo (como el proyecto CHILDES, o el “A crosslinguistic investigation of the development of temporality in narrative” de Dan Slobin, en el que participó activamente la Madre de las Ciencias Cognitivas en Chile, nuestra querida profesora Aura Bocaz). A pesar de ello, la iniciativa de Dufau et al claramente permite acceder a otro nivel de agregación y alcance en este tipo de estudios en el mundo, que dialoga profundamente con el modelo del Cuarto Paradigma en Investigación Científica, o sea, “¡dame más datos, más datos!”.