Language is a virus from outer space

William Burroughs & Gonzalo Millán & Laurie Anderson

Uno: En el inicio de la película “In the Mouth of Madness” (John Carpenter, 1995), el personaje principal, John Trent, interpretado por Sam Neill, es llevado por las malas -y amarrado con una camisa de fuerza- hasta un manicomio, donde unos garantes de la seguridad lo reducen hasta arrojarlo dentro de la habitación que le corresponde no sin resistencia. El alcaide, visto el desorden provocado por el individuo, decide calmar las aguas y echa a andar la música ambiental. Suena “We’ve Only Just Begun”. Trent empieza a golpearse contra las paredes gritando: “Not the Carpenters, too!!!”. La escena es graciosa y perturbadora justamente por la enorme distancia de estilo, estética, entre la sosería de los cantantes que domesticaron el hipismo transformado su mensaje más básico de “paz y amor” en un slogan del pop y la situación que narra la cinta. Algo similar ocurre con la introducción de una análoga banda sonora en Rockabilly, la tercera novela de Mike Wilson (El Púgil, 2008; Zombie, 2010). Rockabilly es una novela que se fundamenta en los contrarios, la extraña perturbación que provoca parece provenir directamente de la manera como diversos aspectos de la vida urbana –o suburbana- contemporánea se dan cita en un espacio donde ya hace rato ha desaparecido la coherencia.

Dos: Me costó leer Rockabilly, de hecho tuve que releerla para poder hacerme una impresión desarrollada sobre la obra que tenía al frente. Algo muy distinto de lo que me sucedió con las dos narraciones largas anteriores del escritor. Tanto en El Púgil, como en Zombie la lectura avanzaba sin mayores sobresaltos, y, aunque la estructura de este tercer texto es similar al previo (episodios breves con el nombre de alguno de los personajes -en este caso, Suicide Girl, Babyface, Bones y el propio Rockabilly-; focalización interna -menos en los textos del personaje central, que es narrado omniscientemente-; aislamiento dialógico), acá la viscosidad del relato no me permitía entrar en su espacio. Eso, que en una primera vista aparecía como un defecto, para la segunda mirada se convirtió en su principal logro. Alguna vez T.S. Eliot propuso que solo se sentía a gusto con sus poemas cuando, al leerlos después de un tiempo, le era imposible entender qué era lo que había querido decir: cuando se le producía una especie de extrañamiento o distancia respecto de lo dicho. La novela de Wilson parece por momentos escrita bajo principios análogos, aunque creo que es evidente que sus objetivos son muy distintos de los del poeta modernista; tengo la impresión de que lo que Wilson buscaba era provocar un efecto de desrealización en el lector (recurso que ya había explorado en cuanto al contenido en Zombie), pero no solamente por medio del tipo de mundo que le ofrecía, sino que también en el uso del lenguaje. Rockabilly está escrito para generar incomodidad como su principal resultado, y ese logro es mayor.

Tres: El lenguaje en Rockabilly es así probablemente el principal dispositivo que vehicula aquella desrealización; por ocupar metáforas, es seco, es viscoso, no permite el paso. Los personajes parecen atrapados en una lengua trabada que si bien no tiene problemas para discurrir las oraciones o los párrafos, da la impresión momento tras momento de que está allí para impedir que el lector penetre en el contenido que el texto despliega. Este mundo no es el mundo real, los personajes no son los personajes de la vida real, la trama no es una trama real: pos-humanismo.

Venom de globoflexia en una tienda de Las Condes con Apoquindo

Venom de globoflexia en una tienda de Las Condes con Apoquindo

Cuatro, VENOM: Mi archirrival favorito de SpiderMan no es ni el Doctor Octopus, ni el Green Goblin, es Venom el simbionte extraterrestre que no se le enfrenta sino que se sintetiza con Peter Parker. Cuando Parker entra en contacto con “Veneno” su personalidad cambia, sus poderes se alteran, su cognición se trastoca. La caída de un objeto desde el cielo (al igual que ocurría en Zombie) produce el mismo efecto en el barrio suburbano en que Rockabilly transcurre. Es quizá cierto que los decursos de los personajes probablemente ya estaban trazados en el texto antes de que se produjera este fenómeno, pero quebraría una lanza defendiendo que es aquel hecho el que desdibuja finalmente ese cosmos. Luego de él cada uno de los protagonistas sufre alguna perturbación, y la historia se encamina a un final de tragedia. A mí me da la impresión de que, siguiendo esa premisa, Wilson quizo ir más allá de lo que había planetado narrativamente con Zombie. En aquella el yermo de la bomba atrae y rechaza a los personajes, y nunca es relatado desde dentro. De algún modo los niños de La Avellana, se esfuerzan por mantener el status quo, seguir viviendo en un espacio fuera de la Bomba. Rockabilly hace el viaje inverso, e ingresa en el espacio del mundo sin humanos. Así como se decía que las Alicias de Caroll eran una diurna (Maravillas) y la otra nocturna (Espejo); creo que se puede interpretar del mismo modo las dos últimas novelas del presente autor, Zombie es diurna, Rockabilly es nocturna. Sostengo, y esta es una asunción fuerte, que constituyen una bilogía. En la primera hay un apocalipsis resistido por los personajes, en la segunda la exploración, como en un Gedankenexperiment de qué pasaría si dejamos narrativamente que el planeta (el barrio) se acabe. El resultado es un texto que no es posible poner en línea con muchas obras; y si me aceleran solo se me ocurren dos: El Último Adán de Homero Aridjis y La Carretera de Cormac McCarthy; o quizá tres, si sumamos La Danza de la Muerte de Stephen King. Sin embargo, a pesar de las similitudes situacionales de estas obras con la de Wilson, el esfuerzo de este último autor es mucho más aventurado que aquellos, en este caso se trata de desarticular el entorno humano hasta donde pueda tensionarse, y ello solo puede hacerse por medio del lenguaje; por eso la cita del principio, así como la caída del meteorito disloca la realidad en el plano interior de lo narrado, en su contenido, la caída, el decaimiento del lenguaje, disloca la experiencia de lectura de la narración, en su forma. Rockabilly es una obra que hay que leer, varias veces, para percatarse de esto.