Recientemente un artículo de La Tercera ha indicado que uno de los libros científicos que debe ser considerado como lo mejor del año es A través del espejo del lenguaje de Guy Deutscher. Hemos revisado el libro y, desde una perspectiva cognitiva nos caben diversas aprensiones. Pero es mejor dejarlos con una voz más autorizada. Derek Bickerton, uno de los lingüistas más prominentes de la actualidad (uno de los primeros en explorar modernamente el problema del origen histórico del lenguaje, responsable de la teoría del recapitucionalismo e inventor de los conceptos de lenguas pidgin y creoles, en su versión actual) elaboró en 2010 una reseña del libro para el New York Times, que traducimos a continuación.

Lo que las palabras no pueden expresar

Por Derek Bickerton

Publicado: 03 de septiembre 2010, The New York Times

¿Es el lenguaje, en primer lugar, un artefacto de la cultura? ¿O está, en cambio, en gran parte determinado por la biología humana? Este tema ha sido discutido una y otra vez en los últimos dos siglos sin una resolución clara. En su libro “El desarrollo de la lengua” de 2005, Deutscher se colocó firmemente en el campo pro-cultura. Ahora, en su nuevo libro, A través del espejo del lenguaje“, examina algunos aspectos idiosincráticos de lenguas particulares que, en su opinión, ponen en duda las teorías sobre una base biológica del lenguaje.

A TRAVÉS DEL ESPEJO DEL LENGUAJE ¿Por qué el mundo se ve diferente en otros idiomas?

Por Guy Deutscher

Deutscher comienza con el desconcertante hecho de que muchas lenguas carecen de palabras para lo que (a los hablantes del inglés) parecen ser los colores básicos. Para cualquier persona interesada en el desarrollo de las ideas, los primeros cuatro capítulos ofrecen una lectura fascinante. ¿Sabía usted que el estadista británico William Gladstone era también un erudito griego que, teniendo en cuenta, entre otras cosas, la sorprendente ausencia de términos para “azul” en los textos clásicos griegos, elaboró la teoría de que la visión a todo color todavía no se había desarrollado en los seres humanos cuando aquellos textos fueron compuestos? ¿O que un poco conocido filólogo del siglo XIX llamado Lázaro Geiger hizo descubrimientos profundos y sorprendentes sobre cómo las lenguas en general dividen el espectro de colores, sólo para que sus descubrimientos ignorado y olvidados, fueran redescubiertos un siglo más tarde? ¿Sabía usted que el psiquiatra de la Primera Guerra Mundial de Siegfried Sassoon, William Rivers, llevó a cabo los primeros experimentos psicológicos para poner a prueba la relación exacta entre los colores que la gente podía nombrar y los colores que efectivamente veían?

Deutscher no se limita a tejer hechos poco conocidos en una historia absorbente. También tiene en cuenta los grandes cambios en nuestra percepción de las otras razas y las otras culturas en los últimos dos siglos. A pesar de la extraña secuencia en la que los términos de color aparecen en las lenguas del mundo a través del tiempo -primero blanco y negro, luego rojo, luego verde o amarillo, finalmente azul, que aparece sólo después de los primeros cinco están en su lugar- aún no tiene una explicación completa, la sugerencia de Deutscher de que la explicación se encontraría en el desarrollo de los tintes y otros tipos de colorantes artificiales es tan convincente como cualquier otra, por lo que los términos de color se vuelven el candidato más probable de fenómeno inducido por la cultura lingüística.

Pero es entonces cuando Deutscher cambia a otro tema por completo, el de la complejidad lingüística. El autor lleva a cabo un magnífico argumento de que “el emperador está desnudo”, al momento de demostrar que el “hecho” (atestiguado en un sinnúmero de textos lingüísticos) de que todas las lenguas son igualmente complejas no tiene base empírica alguna. Por otra parte, como él mismo señala, tal afirmación no se podía hacer ni siquiera en principio, ya que no hay criterios objetivos, no arbitrarios para medir la complejidad lingüística de los idiomas.

Deutscher pasa luego a tratar la relación entre lenguaje y pensamiento. ¿Piensa de la misma manera los hablantes de todos los idiomas, o idiomas diferentes dan a sus hablantes imágenes muy diferentes del mundo (una visión a veces se denomina “relativismo lingüístico”)? Deutscher rechaza el relativismo lingüístico en su forma más fuerte, mostrando su desprecio por su defensor más vehemente, a principios del siglo XX, el lingüista Benjamin Whorf; indicando con precisión, otra vez, su posición en el contexto histórico-cultural de su época. El escepticismo de Deutscher se extiende incluso a casos prometedores como el de los Matsés del Amazonas, cuyo arsenal de formas verbales no sólo obliga a indicar explícitamente el tipo de pruebas de que dispone un hablante para decir algo -la experiencia personal, la inferencia, conjeturas o rumores-, sino también para distinguir las inferencias recientes de las viejas y decir si el intervalo entre la inferencia y el evento fue largo o corto. Si en esa lengua se elige la forma del verbo incorrectamente, te tratan como un mentiroso. Pero las distinciones que deben ser expresadas por las inflexiones verbales en Matsés, sostiene Deutscher, pueden ser fácilmente entendidas por los hablantes inglés y expresarse fácilmente en inglés por medio de circunloquios.

Deutscher encuentra tres áreas en las que una versión más débil del relativismo lingüístico se podría sostener -los términos de colores, las relaciones espaciales y el género gramatical. Desde que Mark Twain se burló de la confusión de los pronombres en “el horrible idioma alemán” -una joven es una “cosa”, mientras que un nabo es una “ella”- la mayoría de la gente, incluyendo lingüistas, han tratado la asignación del género como en gran medida arbitraria e idiosincrásica, desprovista de cualquier contenido cognitivo. Sin  embargo, experimentos recientes han demostrado que los hablantes hacen de hecho, en un nivel subconsciente, asociaciones entre lo no vivo (“neutro”) y propiedades de los objetos como masculinos o femeninos. En cuanto a las relaciones espaciales, el autor indica que los hablantes del inglés relacionan la posición de los objetos u otras personas consigo mismos (“delante de”, “atrás”, “al lado”), mientras que algunos lenguajes utilizan referencias cardinales (“al este de” “al suroeste de”) para relaciones idénticas. Deutscher sostiene que el uso repetido de estas expresiones fuerza a los hablantes de estas lenguas para desarrollar una brújula  interna cognitiva, por lo que, independientemente de dónde están y a lo que se enfrentan, se registra automáticamente la ubicación de los puntos cardinales.

Deutscher presenta su material en un estilo agradable y accesible (aunque a veces detallado), y si hubiera dejado las cosas en ese estado este es exactamente el tipo de libro sobre el lenguaje que la mayoría de los lectores ama -profundo en detalles peculiares, aportador de aspectos técnicos y teoría. Pero el autor también carga sus hallazgos con más peso teórico de lo que pueden soportar.

En primer lugar, los aspectos del lenguaje sobre los que trata de no involucran “aspectos fundamentales de nuestro pensamiento”, como él dice: son relativamente menores. Asuntos como la ubicación, el color y el género gramatical no condicionan nuestro pensamiento, ni siquiera en la gestión del día a día de nuestras vidas, y mucho menos cuando se abordan cuestiones de política, ciencia o filosofía. Por otra parte, con la posible excepción de los términos de color, los factores culturales rara vez se correlacionan con los fenómenos lingüísticos, y aun cuando así parece, la correlación no es causalidad. Por ejemplo, los idiomas de las tribus pequeñas tienden a tener palabras con más inflexiones, mientras que las de las sociedades industriales complejas no lo hacen. Sin embargo, este fenómeno no es causado directamente por diferentes grados de complejidad social. Por el contrario, las sociedades complejas tienden a tener poblaciones mucho más grandes y étnicamente más diversas, de ahí que se experimenten muchas más interacciones entre hablantes nativos de diferentes lenguas y dialectos: este es el factor que anima a la simplificación y erosiona las terminaciones de las palabras.

Tomemos una relación hipotética que podría realmente tener causas culturales: supongamos que las cláusulas relativas aparecen sólo cuando una sociedad ha entrado a la economía de mercado. Tal constatación habría de revolucionar nuestra comprensión de la interfaz entre lenguaje y cultura. Pero no sólo tal relación nunca se ha demostrado, no hay nada remotamente parecido que jamás haya sido encontrado.

Explicando por qué rechaza las explicaciones de base biológica del lenguaje, Deutscher afirma que “si las reglas de la gramática están destinados a ser codificadas en los genes, entonces uno podría esperar que la gramática de todas las lenguas fuera la misma, y entonces es difícil explicar porqué las gramáticas reales varían en aspectos fundamentales”. En realidad, es bastante fácil. Basta con suponer que la biología no ofrece una gramática completa, sino más bien los bloques de construcción a partir de las cuales todas las gramáticas se pueden generar. Esto es, de hecho, todo lo que de la biología se puede esperar. Cuando se trata de los órganos físicos, la biología es la que pone orden -dos piernas en vez de cuatro, cinco dedos en lugar de seis. Pero cuando se trata del comportamiento, la biología no puede poner orden, sólo se puede facilitar, ofreciendo una gama de posibilidades entre las que la cultura (o más bien, las probabilidades) puede elegir.

Afortunadamente, es relativamente poco de “A través del espejo del lenguaje” lo que se dedica a estos temas. Los lectores pueden ignorar las  asunciones más amplias de Deutscher, y disfrutar de las sendas lingüísticas poco transitadas a lo largo de las que tan sabiamente los lleva.

Derek Bickerton es profesor emérito de lingüística en la Universidad de Hawai. Su libro más reciente es “La lengua de Adán: ¿Cómo los seres humanos crearon el lenguaje, cómo el lenguaje creó a los humanos“.