Hoy tuve una curiosa conversación con mi sobrina putativa (la Giuli) y mi querida suegra (la Vicenta). La Guili nos contaba que estaba de errepé (RR.PP.) de unas fiestas en Viña/Reñaca y que a la última, cerca de Mantagua llegaron como tres mil personas a un lugar en el que solo cabían 500 y disponía de solo cinco guardias: simplemente quedó la zorra. La Vicenta se mostraba inquieta “porque la juventud está cada vez más violenta”. Pero yo la tranquilicé con una idea que sostengo hace tiempo: “no es la juventud la violenta, es que el copete es barato”.

Hace ya quince años que tengo la impresión de que existe una correlación inversa entre el precio de la cerveza y las peleas producto del consumo de alcohol. He visto un patrón que se repite: primero se abre un “barrio bohemio” ondero, como Bellavista, Suecia o San Damián, que se llena de estrellas del Jet Set Criollo (oxímoron detected) y fologüers a su siga; luego aparecen más locales que entran en competencia con los originales del Barrio; posteriormente se produce una “guerra de precios” y se empieza a vender trago cada vez más barato; esto genera más mochas en las calles, luego conatos de violación, asaltos y finalmente balazos; el Barrio entra en decadencia y por último desaparece… hasta que otro “barrio bohemio” lo viene a reemplazar y el proceso se inicia nuevamente.

El caso de Suecia, para mí es el más cercano. Como contaba la ahora flamante alcadesa de Provi, Josefa Errázuriz, en los años sesenta el cuadrante formado por Santa Magdalena, General Holley, Bucarest, la Costanera Andrés Bello y Avenida Suecia, albergaba las mansiones más señeras de la comuna. A fines de los ochenta, en General Holley se instalaron algunas de las boutiques más high de la capital. Luego, hacia mediados de la década siguiente, arribó el EntreNegros, de la mano de Miguel Piñera y Miguelo.

Recuerdo vivamente la despedida que le hicimos a la Tone Moure antes de un viaje suyo a Francia en que con algunos entrañables amigos nos juntamos en uno de los locales del barrio. Me tomé tres cervezas individuales a un costo de dos lucas cada una: seis lucas en total, una verdadera millonada para el año 1997.  Dos días más tarde, en Valpo, fui con otros amigos al Kábala, donde me tomé el equivalente a tres chelas individuales: una Escudo de litro. ¡¡¡Por QUINA!!! El precio de Suecia era DOCE veces el de Valpo. Y eso que el Kábala NO era un lugar barato.

En los años que siguieron Suecia mutó en “Sucia”, un lugar al que había que ser valiente para entrar. ¿La razón? Cae de cajón: las cervezas bajaron vertiginosamente de precio debido a la competencia entre los múltiples locales que se fueron instalando para atender a la masa humana que llegaba al sector. Cuando el litro de “Marcela” llegó a la luca, simplemente todo se acabó.

Me ha metido a San Google Scholar a buscar si se ha hecho la correlación entre los precios de las chelas y los combos y he hallado dos papers, uno británico (“Price of beer and violence-related injury in England and Wales, Sivarajasingam et al, 2006) y otro estadounidense (Alcohol Regulation and Violence on College Campuses, Grossman et al, 1999), y ambos llegan al mismo resultado: la correlación es -0,48. Una “bella” correlación negativa.

Grossman et al (1999) sostienen que la cadena de sucesos es la siguiente: hay una correlación entre el consumo de alcohol y la violencia, largamente documentada; y hay también una correlación, esta vez negativa, entre el precio del alcohol y su consumo.

Si se suma dos más dos, llegamos a la tesis que le defendía a mi suegra, la Vicenta. Así que ya sabemos: si quiere combos gratis, baje el precio de las pilsen.

Les dejo de regalito, para volver a una practica antigua de Tercera Cultura, una canción.