Chutear la pelota, prepararle té a las muñecas o emular a espadachines no son juego de niños, aunque lo parezcan. Jugar es más que pasarlo bien y disfrutar de la infancia: es “el trabajo de los peques” como dice Vivian Paley, autora de “A child’s work: the importance of fantasy play” (2004), libro que ha cambiado la forma cómo entendemos el juego, los juguetes y su importancia para el aprendizaje.

Su idea es simple: jugar desarrolla no solo la imaginación, sino también la inteligencia y las habilidades sociales. Ese niño que se hace pasar por otra persona y exagera su actuación o esa niña que fabrica un castillo de legos para sus princesas hacen más que dejar que la creatividad fluya: están experimentando con el mundo y la vida.

Hace una tracalada de años, Jean Piaget -uno de los más grandes psicólogos de la historia- notó que sus propios hijos mostraban diferentes habilidades cuando jugaban. Para él, apilar cubos era prácticamente lo mismo que hablar con oraciones complejas y, curiosamente, ambos ocurrían en los chicocos más o menos al mismo tiempo. Jugar era explorar en busca de regularidades en medio de un mundo que de otra manera podía ser amenazante.

El juego y la inteligencia

El educador Gabriel Guyton en un artículo reciente -“Using toys to support infant-toddler learning and development” (2011)- ha elaborado un listado de destrezas importantes que se relacionan con los juegos y los juguetes. Por ejemplo, los móviles permiten entender las relaciones causa-efecto, descubrir sonidos y texturas o desarrollar la coordinación entre el ojo y la mano. Las muñecas, por su lado, despliegan la imaginación, el pensamiento abstracto, el lenguaje y el aprendizaje de secuencias, como cuando la niña sigue con ellas una rutina diaria desde levantarse por la mañana hasta acostarse por la noche.

Los cientistas cognitivos saben desde hace tiempo que jugar permite a los niños aprender las formas en que se hacen las cosas en el mundo. A este aprendizaje lo llaman esquemas: hay un esquema que indica la rutina de comprar en el supermercado; otro, la manera cómo se celebra un cumpleaños.

Los adultos nos pasamos la vida ejecutando un esquema tras otro, desde preparar el desayuno hasta realizar una presentación formal en nuestro trabajo. Los niños lo aprenden mediante el “haciendo como si” que les proporcionan los juegos. Por eso para ellos jugar resulta algo tan importante, tal como la pega para los que estamos más creciditos.

Los mejores de la historia

¿Los autitos en miniatura? ¿Los bloques para armar? ¿La princesa a caballo? No. Los mejores juguetes de la historia son mucho más sencillos, no cuestan casi nada y están al alcance de la mano.

Tras sesudos análisis, el colaborador de la revista “Wired” Jonathan Liu llegó la Navidad pasada a la conclusión de que los mejores juguetes son aquellos que desarrollan más la imaginación, pues permiten realizar muchas actividades diferentes. Por eso los primeros lugares se los llevan la caja, el palo, la pita, los tubos y el barro.

Una caja puede hacer las veces de mansión, escondite o barco. Un palo puede usarse para alcanzar cosas, trazar líneas en la tierra, como bate o espada (cuidado con esto último). Las pitas permiten amarrar cosas (ojo también con esto) y armar todo tipo de nudos; también son útiles para colgar otros juguetes, construir lazos u ocuparse como correa de mentiritas para los peluches.

Los tubos se encuentran como regalo en esas cajitas felices que son los rollos de papel confort. Su uso más obvio es el de catalejo o telescopio; en diversas actividades también pueden remplazar al palo. Finalmente, el barro se usa para hacer construcciones, excavaciones y -fundamentalmente- ensuciarse: como rezaba un eslogan publicitario, “ensuciarse hace bien”.

 

Para ellas y ellos

A ellos les gustan los rodados, desde pelotas a autitos, pasando por tubos y troncos cilíndricos. A ellas les gustan las tacitas, las casitas y “el doctor”. Rara vez se ponen de acuerdo. Es que niñas y niños juegan diferente: ellas son sociales y ellos mecánicos, y parece que eso está en sus cerebros y genes.

Un experimento muy controversial de “Connellan et al” (2000) mostró que guaguas recién nacidas (neonatos) reaccionaban prestando distinta atención a estímulos físicos y humanos. Puestos frente a rostros por un lado y móviles de juguete por otro, las niñitas se interesaban más en las caras; los niñitos, en los móviles.

Esas preferencias se desarrollan mientras los chicos crecen y tienen que ver con el sexo: favorecen los juegos de interacción en las mujeres, contra los juegos de exploración motriz en los hombres. La bióloga darwinista Helena Cronin mostró que incluso parientes tan lejanos de nuestra especie como los macacos Rhesus (Macaca mulatta) elegían muñecas para jugar si eran hembras y camiones si eran machos.

Publicado originalmente en LUN Reportajes, 2012-08-05: Página 1, Página 2.