Esta es una historia que tiene más de cuarenta años y que comienza con unos sábados eternos, con tu cara en mi cuaderno y yo, uouoh. En ella hay canción de protesta, música cebolla, un trágico accidente, un número 1 del Hot 100 del Billboard, un Grammy y una copa del mundo de fútbol. En ella hay baladistas italianos y franceses de los setentas, músicos latinoamericanos de los ochentas y un sonido inolvidable. En ella se encuentran juntos Miguel Bosé y Chayanne, Emmanuel y Yuri, Hernaldo y José Luis Rodríguez, Chico Buarque y Ana Belén. Se trata de una historia que merece ser contada, pero que casi nadie ha podido reconstruir, simplemente porque su personaje principal y central ha optado por pasar desapercibido.

Música en la cocina

Había algo vespertino y mortecino en esas cuatro notas que se repetían -interpretadas por un instrumento desconocido- una y otra vez en el inicio de “Gavilán o Paloma” de Pablo Abraira. Había algo matinal y melancólico y bucólico en esas cuatro notas como de tiple que se repetían en el inicio de “La quiero a morir” de Francis Cabrel. Había algo parecido al verano perdido en el “uuu-uuu-uuu” de “Piel” de Sergio y Estíbaliz. Había algo similar al dolor y el silencio en la voz de Yuri y la orquesta que la acogía y proyectaba, cuando cantaba “Maldita Primavera”.

Año tras año, en cada otoño escolar, en cada invierno colegial, estas canciones iban trazando nuestra educación sentimental en los postreros setentas y tempranos ochentas. Como dijo una vez Daniel Villalobos en su libro “El Sur”, nuestros padres no coleccionaban estos discos, raramente atesorábamos estas melodías en un cassette, pero allí estaban, como la plaza de la esquina, como el quiosco de las revistas, como el mismo clima del año en una calle cualquiera de Santiago o cualquier ciudad de Hispanoamérica.

Con ellas aprendimos del sufrimiento que nunca pudimos experimentar verdaderamente. En medio de las noticias, al ritmo de las tareas, junto con el pan y con la leche con nata, eran la banda sonora de la vida. Como si estas canciones hubieran estado siendo tocadas por el guionista de la vida, como una música de fondo de la que no nos dábamos cuenta de su existencia, como cuando el personaje de una película se aleja por la carretera y suena el tema final.

Los años pasaron y esta música –a la que se conocía como música cebolla o música de cocina– resurgió de improviso a fines del siglo veinte, promovidas por algunas teleseries como “Aquelarre” o “Purasangre”, por programas de radio que rescataban el estilo, como “Placer Culpable” o “Maldita Primavera”, por las fiestas Kitsch en Chile, o la colección “Música para Planchar” en Colombia.

Entonces muchos nos empezamos a concentrar nuevamente en estas canciones, y nos hicimos de los vinilos, coleccionamos las carátulas, empezamos a escribir las entradas de la Wikipedia sobre estos éxitos olvidados.

Un feliz hallazgo

Y descubrimos algo de improviso. Detrás de esta banda sonora había un grupo de creadores que había estado orquestando todo. Algunos de esos nombres los conocíamos: José Luis Perales que, además de ser él mismo un cantante, era el responsable de “Por qué te vas” de Jeanette o de “La llamaban loca” de Mocedades, y curiosamente, también de la adaptación de un minueto de Beethoven para los créditos de “Érase una vez… el hombre”; Manuel Alejandro, que había creado “Procuro olvidarte” de Hernaldo, “Como todos” de Nino Bravo, “Señora” de Rocío Jurado, “En carne viva” de Raphael o “Dueño de nada” de José Luis Rodríguez (“El Puma”); Juan Carlos Calderón, el autor de “Eres tú” el éxito incombustible de Mocedades, de “Piel” de Sergio y Estíbaliz, o de “La incondicional” de Luis Miguel; Rafael Pérez Botija con “La gata bajo la lluvia” de Rocío Dúrcal, “O tú o nada” de Pablo Abraira, “Veleta” de Lucero o “El único que te entiende” de Sergio Fachelli; la dupla Armenteros/Herreros, facturadores de “Un beso y una flor” de Nino Bravo y de “Comienza a amanecer” de la paraguaya Perla.

Junto a ellos, que se preocupaban de las letras y las músicas, estaban los arreglistas e ingenieros de sonido, que eran los encargados de aplicar la sonoridad tan característica de estos temas –ese sonido exuberante (“lush”)–, los genios de los sellos CBS y, sobre todo, Hispavox, con el nombre clave de Rafael Trabucchelli, fundador del “Torrelaguna Sound” de Hispavox y llamado luego “el Phil Spector” español, el causante de que canciones como “Me llamas” de José Luis Perales realmente parecieran un tema de Jesús and Mary Chain.

Todas estas eran cosas que se aprendían pasando horas ojeando los sleeves de los LPs antiguos.

Viaje al centro de la cebolla

Pero faltaba lo más importante para nuestra historia.

En muchos de esos discos aparecía una y otra vez un nombre que no solía mencionarse más allá de los mismos sleeves: Luis Gómez Escolar.

Gómez Escolar aparecía firmando como letrista en prácticamente todas las versiones en español de los baladistas románticos franceses o italianos.

¿Ejemplos?

Francis Cabrel – La quiero a morir

Joe Dassin – A ti

Herve Villard – Vuelve

Matia Bazar – Sólo tú

Ricci e Poveri – Será porque te amo

Raffaella Carrá – Fiesta

Y no solo eso. Además, Gómez Escolar aparecía en innumerables creaciones haciendo tándem con Honorio Herrero, como en “Palabra de honor”, el primer gran éxito de Luis Miguel.

Y en otro tándem, Gómez Escolar firmaba con Julio Seijas, como en “Corazón mágico” de Dyango.

El misterio del letrista fantasma

Luis Gómez Escolar inventó la música para encerar y ni siquiera tiene su propia entrada en la Wikipedia. De hecho, cuando uno busca información sobre su persona no encuentra nada. Pero nada de nada. En ningún lado aparece su fecha de nacimiento, ni la ciudad donde nació. No hay ninguna entrevista suya en los medios de prensa, ni ningún artículo académico que lo mencione, aparte de una breve aparición en “Placer Culpable”, la tesis doctoral del musicólogo chileno Daniel Party. No sabemos ni su edad ni su origen, no sabemos si esa falta de información se debe a un esfuerzo à la Salinger por hacerse invisible o qué.

Por eso, todo lo que de él se puede conocer es a través de la música que compuso, letró o alguna vez interpretó. Y uno puede aventurarse a hacer una biografía musical, llena de lagunas y llena de sorpresas, máxime cuando en los LPs en que participó a veces firma con su nombre completo, y a veces como Luis G. Escolar, y a veces como Escolar, G., Luis, e incluso con el seudónimo de Francisco Dondiego.

El abuelito de Zapato Veloz

Las poquísimas páginas que hablan de la carrera de Luis Gómez Escolar reiteran, una y otra vez, que uno de sus momentos más altos es cuando en 1975 con sus dos compinches Honorio Herrero y Julio Seijas armaron una banda de hueveo que se llamaba “La charanga del Tío Honorio”. Este era un grupo en que los tres cantaban canciones rock de tipo rural (“roz rurá”) interpretando a unos campesinos cazurros y pizpiretos, como en “El O.N.I. (ojeto nasoluto identificao)”.

La banda fundó un estilo y al grupo otras agrupaciones le pidieron más temas. Así se formó un subgénero de música española en que se incluían, los nada de conocidos por estos lares, Fernando Esteso, Andrés Pajares o “Desmadre 75”; y, los sí muy conocidos en Hispanoamérica, “Zapato Veloz” (“El tractor amarillo”) o “Puturrú de Fuá” (“No te olvides la toalla cuando vayas a la playa”), que hicieron carrera un par de décadas más tarde.

La charanga del Tío Honorio. De izquierda a derecha: Luis Gómez Escolar, Julio Seijas y Honorio Herrero.

La charanga del Tío Honorio. De izquierda a derecha: Luis Gómez Escolar, Julio Seijas y Honorio Herrero.

Poetas andaluces de ahora

Una de las cosas que más sorprende cuando se trata de hilvanar la trayectoria de Luis Gómez Escolar es que cada vez se abren más ventanas. Cuando uno piensa que la historia parte con “La charanga…”, de pronto en otra página web indican que Herrero, Seijas y G. Escolar ya habían trabajado juntos mucho antes, cuando los tres formaban parte de la megaagrupación “Aguaviva” a la que ingresaron a inicios de los setentas.

Y una historia que parecía más cargada al hueveo se transfigura en canción de protesta.

Sí, porque “Aguaviva” fue la banda más importante de la canción de protesta española. En el momento crepuscular del franquismo, este grupo empezó a grabar canciones basadas en poetas de la Generación Poética del ’27. Uno de esos temas es “Poetas andaluces de ahora”, la musicalización y corificación de un conmovedor poema de Rafael Alberti que les recomiendo escuchar completo en el video que sigue.

Esta obra tiene un profundo contacto con Chile, porque era uno de los temas favoritos de la “Semana Santa en Cooperativa” durante la dictadura, y si bien Escolar no participó en su elaboración, lo cantó muchas veces cuando “Aguaviva” hacía giras en bus por Europa.

Formación de Aguaviva a inicios de los setentas. Luis Gómez Escolar está en primer plano, sentado.

Formación de Aguaviva a inicios de los setentas. Luis Gómez Escolar está en primer plano, sentado.

Un ramito de violetas

Como una señal que refuerza el carácter antifranquista de Luis Gómez Escolar, a mediados de los setentas inició un noviazgo con la cantautora Cecilia que, según todas las fuentes, era considerada en aquella época la “Joan Baez o la Janis Ian española” y se resaltaba su parecido físico con Ali MacGraw.

Cecilia fichó muchos temas clásicos del cancionero popular de protesta español, pero su mayor reconocimiento viene por una balada desgarradora llamada “Ramito de violetas” en que aborda la vida doméstica y las relaciones de pareja de hace ya casi medio siglo.

“Ramito de violetas” fue cubierto en Chile por Zalo Reyes en 1985.

La otra canción conocida por acá de Cecilia es “Amor de medianoche” que es con la que participó en la OTI de 1975. Esta canción fue compuesta por Juan Carlos Calderón para ella, llamándose originalmente “La llamada”, pero a la autora no le gustó mucho. Así que en conjunto con su novio, G. Escolar, variaron la letra aunque nunca satisfechos del todo. La canción arribó segunda ese año en el festival.

Finalmente, Cecilia hizo un tema que se llamaba “Dónde irán a parar” que le ofreció a Luis Gómez Escolar para que iniciara su propia carrera como cantautor, al cobijo de CBS.

Cecilia y Luis

Cecilia y Luis

Escolar, entonces, en 1975 tomó el pseudónimo de “Simone” y sacó un LP homónimo. El disco tenía música de Juan Carlos Calderón, con letras del letrista. Le fue pésimo. El disco era demasiado introspectivo. Escolar dijo en algún momento posterior que “había llegado demasiado tarde” a la hora de los cantautores.

Este es uno de los pocos tracks encontrables de esa rareza: “Dame vino, tabernero”.

“Por la puerta del colegio / salen mil niños en fila / con blancos cuadernos blancos / y blancas manchas de tiza”, dice la estrofa final.

Me pasa algo muy especial con este tema, y esto es como una confesión. Cuando lo escuché por primera vez hace unos días se me hizo un nudo en la garganta y luego me puse a llorar. La sensibilidad de la letra me parecía hacía un eco en mí. Como si yo mismo pudiera contar esa historia.

Y me di cuenta de algo. Es obvio que sienta, al escuchar esta canción y las otras del álbum de Gómez Escolar, una resonancia. Mal que mal, Escolar me formó. Llevo décadas escuchando sus letras, captando su sensibilidad, experimentando al oir las canciones las experiencias sesenteras que el autor plasmaba.

Y me hace sentido lo que dice Rob Gordon en “Alta Fidelidad”: “Did I listen to pop music because I was miserable, or was I miserable because I listened to pop music?”. Rob Gordon puede estar equivocado en muchas cosas, pero en esto no se equivoca.

Canción a la novia muerta

“El 2 de agosto de 1976, sobre las 5.40 horas de la madrugada, Cecilia falleció en un accidente de tránsito en la carretera C-620 (hoy renombrada como N-525), en el casco urbano de Santa Cristina de la Polvorosa, población del partido judicial de Benavente (Zamora). Regresaba tras un concierto esa misma noche en la Sala Nova Olimpia de Vigo (Pontevedra), y su automóvil, un Seat 124 matrícula M-2342-AX, se estrelló con la trasera de un carro tirado por bueyes sin luces” (Wikipedia).

Para la historia de la canción hispana, este accidente es comparable al de Nino Bravo un par de años antes, y para Luis Gómez Escolar fue el gatillante de una depresión profunda.

No obstante lo anterior, el letrista se dio maña para escribir un homenaje a su novia desaparecida con unas lyrics que rezaban: “El tiempo no fue tiempo entre nosotros / estando juntos nos sentimos infinitos / y el universo era pequeño comparado / con lo que éramos tu y yo”.

Luis Gómez Escolar tituló esta canción como “Amiga” y se la “regaló” a un conocido de ambos con la malograda Cecilia, el hijo del famoso torero Luis Miguel Dominguín, Miguel Bosé, que en esa época lanzaba su carrera como cantante. “Amiga” es uno de los clásicos de Bosé y una de las mejores canciones de su primera placa, “Linda”, de 1977.

En efecto, de entre la larga colaboración de Luis Gómez Escolar con Miguel Bosé, hay otro track de “Linda” muy destacable: el que da título al álbum, original del grupo italiano “I Pooh”, traducido, como tantos otros, por el letrista.

Continuará…

Pero por mientras, un listado MUY INCOMPLETO, de canciones de Luis Gómez Escolar.

Canciones_de_Luis_Gomez_Escolar