Para el norteamericano común, lo que es raro no es bueno. Si las cañerías no son como en Chicago todo es un desatino.

Ray Bradbury

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Uno: Lo que más me sorprendió en mi infancia de E.T. no fueron ni los efectos especiales, ni el alien, ni la atmósfera de ciencia ficción. Fue, simplemente, que en la primera noche en que transcurre el film, llegara un auto repartidor de pizzas a dejar una a la casa de los personajes. Era 1982 y en Chile era imposible contemplar una escena similar. Estados Unidos era el futuro. Hoy el futuro ya llegó, y amplias zonas de la ciudad de Santiago y de muchas ciudades del Tercer Mundo, crecientemente se parecen cada vez más a ese suburbio en el que transcurre la película de Spielberg. Zombie, la segunda novela de Mike Wilson (El Púgil, 2008) sucede idénticamente en aquel mismo paraje: Ana, Fisher, James, Emma y todos los demás niños-jóvenes-ancianos viven en La Avellana, el último lugar con vida humana después de un Holocausto nuclear que nunca se detalla más allá de las miradas de los sobrevivientes. El lugar está devastado solo en parte. Luego de haberse separado de La Capital –en ese esfuerzo tan arribista por vivir lo más lejos del centro– se salva por milagro de la bomba que estaba destinada a ellos, que pasa a ser denominada el Misil Clavado. La novela no abunda en descripciones del lugar, pero es fácil reconocer las casas georgians, las calles de asfalto perfecto sin veredas, los refrigeradores doble puerta llenos sin comida, los olvidados paseos en bicicross hacia los cerros, el bosque de las inmediaciones, la falta de kioscos en las esquinas, la única farmacia esquinera saqueada, las piscinas à la Hockney. En resumen, un mundo que parece sacado de esas fantasías cinematográficas norteamericanas de los años ochenta (como E.T., los Goonies, o Volver al Futuro), donde de vez en cuando, cuando los cineastas son lo suficientemente hábiles, pululan los zombies.

Dos: Se puede ir más atrás. Se puede ir hasta los años cincuenta, cuando ya el modernismo arquitectónico había diseñado esos suburbios y los había ubicado el cine en el imaginario del ciudadano mundial como una esperanza y un deseo. Ciudades perfectas en que, a pesar de ello, el mal pugnaba por salir. Algo que habían descubierto los estudios RKO y Rod Serling. Y más atrás todavía: al mundo futuro de La Máquina del Tiempo. Postulo que Zombie es una reescritura del libro de H.G. Wells, mucho más incluso que de los relatos lovecraftianos cuyas referencias abundan. En la novela del precursor de la Sci-Fi, hay un viaje al año 802.701, en que el viajero encuentra un ambiente en que habitan dos tipos de seres: los Eloi, llenos de “belleza y gracia”, y los Morlocks, semejantes a una “araña humana” y que por la noche salen de las profundidades y capturan y devoran a los Eloi. Muchos años atrás, cuando entre cervezas se me preguntaba cuál creía sería el futuro de la humanidad, si el de 1984 o el de Un Mundo Feliz, solía contestar que el de La Máquina del Tiempo. Creo que esta novela me da la razón. Zombie es una novela política, ideológica, con una perspectiva clara sobre el Chile (y el mundo) actual. Como toda gran novela de Ciencia Ficción debe ser entendida en clave, una clave que en palabras del futuro nos habla del presente. El Chile tironiano ha prevalecido, y del otro Chile solo quedan ristras. Los Eloi son los sobrevivientes de La Avellana. Los Morlocks son los huérfanos que luego son Los Arcanos, liderados por uno de los personajes jóvenes memorables de nuestra literatura actual: Frosty.

Tres: Pero no hay que quedarse solo en ello. Reducir Zombie a la sola reescritura de Wells es quitarle gran parte de su belleza y lirismo. Wilson tiene una habilidad fuera de lo común para lograr un efecto de desrealización de las imágenes del suburbio perfecto. Desde la primera escena que muestra a James saliendo a ocultas de su habitación y bajando al patio por el roble, hasta la secuencia final en El Pozo, pasando por las dos caídas a la piscina de Fisher (el opuesto especular de Frosty), la obra despliega una y otra vez imágenes visuales muy sugestivas y con un dejo de misterio pasmante. Es notorio como el autor parece haber internalizado ya desde su infancia las composiciones pictóricas de los clásicos Sci-Fi del cine, el cómic y las letras. Me atrevo a decir que posee una sensibilidad al imaginario visual del género similar al que tenía Sam Shepard con el de la road movie, o el mismo Bradbury. Mientras el Marte bradburiano era una desrealización de la Tierra. La Tierra (La Avellana) de Wilson es lo más parecido a Marte que se ha escrito en Chile.

Cuatro: ¿Qué son los zombies? Susan Sontag (1974) nos responde que es el “verdadero modelo del hombre tecnocrático”, y Fred Botting en su artículo para A Companion to Science Fiction (Seed 2005), agrega que la “alienación y la deshumanización parecen ser las condiciones clave”. Visualmente en la novela de Wilson son Los Arcanos quienes se asemejan más al zombie prototípico. Rostros defigurados, adicción al meth, ropas desaliñadas, habitación en los cuatro campamentos del bosque oscuro. Sin embargo, los sobrevivientes de La Avellana también son zombies. La bomba ha venido a romper, al menos en la cáscara, la fractura que separaba a La Dehesa La Avellana, de la ciudad de abajo. Y comienzan las mezclas. Los personajes principales, todos, menos Frosty, luchan por mantener la delgada línea invisible que en el mundo pre-apocalíptico los separaba de la podredumbre de los desfavorecidos. Pareciera ser como que el Apocalipsis ha venido a derribar el muro que en Chile se estableció con claridad desde 1973 y que tan poéticamente ilustraba la escena final de Machuca, cuando Infante vuelve a la toma y ve que ya no existe, que se la han llevado muy lejos.

Quinto: Los zombies son, sin embargo –y esta es una apuesta muy personal–, algo más que eso. Creo que fue el cognitivista David Chalmers quien primero se refirió a los zombies filosóficos. De acuerdo con la Encyclopedia of Cognitive Science de Wiley (2005): “Los zombies son seres idénticos a los humanos tanto en su contextura física como en su constitución interna y en su comportamiento, aunque carecen de experiencia consciente cualitativa o de estados mentales”. Me parece que se pueden mezclar estas dos ideas (la de Sontag y la de Chalmers) en una sola, como bien lo ilustra la siguiente imagen del chiste de xkcd.

Los niños-jovenes-ancianos de Zombie se parecen mucho a los personajes de Randall Munroe, cada uno habita en su pequeña casa-caja-mundo. Algo que es resuelto con magistralidad por Wilson al iniciar cada sección de la novela con el nombre del personaje del cual veremos sus estados internos. En Zombie prácticamente no existen los diálogos, cada protagonista vive en su infierno interior, sin poder conectarse con los demás. El pasado son las memorias de una cultura popular descontinuada que inunda los recuerdos de James más que de nadie. Los adultos que fabricaron ese mundo espectacularizado de la ficción de la literatura, el cine y los cómics han sido arrasados en la pira nuclear. Y solo quedan despojos en las memorias de estos infantes, que a duras penas logran, como en el poema de Yevtushenko, vincular a los Rolling Stones con la bomba de neutrones.

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