Este artículo es una colaboración enviada por nuestra amiga Camila. Esperamos recibir muchos artículos de ella y de otros/as colaboradores/as en el futuro. De a poquito se agranda la familia terceroculturista!

🙂

Animales y naturaleza: nacimiento de la bioética

por Camila Leyton L.

El surgimiento del concepto de Bioética es producto de la confluencia de dos tradiciones o líneas de trabajo surgidas en la década de 1970: por un lado la de André Hellegers (1926-1979), quien desarrollará una orientación biomédica, clínica y profesional; y por otro lado, la de Van Rensselaer Potter (1911-2001) quien plantea la necesidad de los aspectos éticos en las ciencias biológicas, aduciendo que la ética es parte de un fenómeno biológico. Más tarde a raíz de lo anterior, V. R. Potter planteará una bioética global que se extienda a todos los fenómenos de la vida, cuyo planteamiento se acerca al primer origen de la bioética (Bio-Ethik) entre los años 1927 y 1934 y que fue acuñado por Fritz Jahr (educador, filósofo y científico alemán).

Al encontrarnos con este primer origen es interesante vislumbrar que su formulación proviene de la temática animal y vegetal, y no propiamente humana. Esta primera concepción se acerca muchísimo más a una bioética global extendida a la comunidad: los fenómenos de la naturaleza incluyen a los fenómenos humanos, ya que el ser humano es parte de la naturaleza. De este modo, Jahr plantea las siguientes propuestas para su Bio-Étik:

  1. El planteamiento de premisas éticas para la experimentación con animales,
  2. la inclusión de la agenda ecológica en las preocupaciones bioéticas,
  3. el nacimiento de la bioética ligada a las grandes transformaciones científicas, filosóficas, estéticas y políticas de fines del siglo XIX y del primer tercio del siglo XX”[1].

Hoy, cercano a estas ideas podemos encontrar al filósofo utilitarista australiano Peter Singer (1946). No obstante, lo que hoy ha imperado mayormente es una visión antropocéntrica, realzando nuestra relación con el entorno a través de la salud.

La importancia de una bioética ligada al ámbito de la salud tan sólo como un tema cultural, se debería a la importancia del cuerpo como un agente institucionalizado. En muchos aspectos es un control de la vida y del cómo vivimos, restringiéndose la animalidad y el instinto (biopolítica). Es allí donde se utiliza a la ética -en este caso, la bioética- como un nuevo saber normalizador. No obstante, parte de ese saber queda solapado, siendo siempre emergente, pero nunca alcanza a conformarse como disciplina ética y social, sino tan sólo como una corriente de pensamiento.

Esta parte no consolidada está en estrecha relación con el medioambiente y el tipo de vínculo que tenemos con él. De esto se pueden sacar muchos ejemplos, desde cosmovisiones culturales hasta la relación con un otros seres sintientes, como por ejemplo, los animales.

Dentro de la bioética se han planteado problemáticas y abusos en la experimentación científica con animales desde el siglo XIX con las vivisecciones, siendo este el tema de partida en el nacimiento de la bioética con Fritz Jahr. Una de las inspiraciones de Jahr fue Oriente, específicamente el Budismo y las interpretaciones del Romanticismo Alemán del siglo XIX sobre éste. Lo interesante es que aquí no sólo nos encontramos con una visión de lo humano como parte de la naturaleza, sino también con el respeto hacia los organismos como seres sintientes, cuya explicación está dada por la transmigración de las almas.

Hoy en día hemos sido testigos de abusos, torturas y maltratos sádicos, incluso dentro de la experimentación. Los mismos científicos plantean que la objetividad de un estudio no puede ser realizada con animales estresados, por lo que se han propuesto las 3R para la investigación científica con animales y para la conservación del medioambiente: reducción, refinamiento y reemplazo. Reducción en el número; refinamiento de las técnicas utilizadas; y reemplazo de los mismos animales por nuevas tecnologías donde no sea necesario su uso. En este último punto surgen alternativas en la experimentación con animales, de las cuales algunas técnicas están asociadas a simulaciones computacionales y al desarrollo de la bioinformática y sus derivados. Hay registro de iniciativas para aplicar técnicas de reemplazo serias; por ejemplo en la John Hopkins University, donde hay una serie de estudios sobre la optimización de la experimentación en animales basada principalmente en las 3R y el objetivo final de un refinamiento que busque cada vez más el reemplazo de las especies animales por tecnologías computacionales. Una experiencia más cercana la podemos hallar en la objeción de conciencia del año 2006, redactada por Fabiola Leyton en nombre de los estudiantes de Veterinaria de la Universidad de Chile, sobre el trabajo quirúrgico con animales; en dicha objeción se anexa la declaración de las ciencias biológicas sin violencia y la abolición de la experimentación animal (1981).

Tal vez este reemplazo sería una forma de respeto hacia otras especies, no sólo animales, sino también vegetales. El significado de esto podría llegar a ser un gran salto paradigmático y un cambio de nuestra mentalidad ante nuestro modo de comprender y conocer el entorno. Sin embargo, queda la pregunta abierta sobre nuestro modo de manejar el conocimiento y cómo nos acercamos a aquello que deseamos conocer: ¿cuáles son las formas que tenemos para conocer? Usando aquellas formas, ¿cómo y qué conocemos?… En estas formas y mecanismos aún impera la idea de un ser humano escindido del mundo natural (de hecho hacemos la disociación entre lo humano o lo cultural y lo natural).

El animal humano occidental se siente pequeño ante el universo, pero a la vez convive con la paradoja de intentar dominar, controlar y conquistar aquello que le supera, incluso dentro de las relaciones con su misma especie. Por ello, para finalizar este artículo abierto, dejo un fragmento de la “Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos” (1855):

“Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia”.


[1] Salomé Lima, N. (2009). Fritz Jahr y el Zeitgeist de la Bioética. Ver en http://www.redibis.com.ar/ethika/limav5n1.html