Bernardo Pino R.

Es posible que los artefactos extiendan literalmente nuestra cognición, no porque estén dentro o fuera de la caja craneana, sino porque tal distinción es contingente. El mismo argumento puede aplicar para que los objetos externos sean portadores de responsabilidad moral, ssi participan de un sistema extendido que se ensambla para resolver alguna tarea cognitiva con “consecuencias” perjudiciales o bondadosas.

Imagínese un arma del futuro que se gatilla desde un nano-dispisitivo implantado apropiadamente en la corteza. En tal caso, ¿cuál sería el límite del locus de la responsabilidad moral? Aparentemente, no es trivial la distinción entre “ser moral” y “actuar moralmente”. La moral distribuida se funda en una perspectiva pragmatista, razón por la cual se centra en las consecuencias y propósitos de la acción de la agencia cognitiva. La aproximación distribuída de la acción moral humana también tiene compromisos metodológico-experimentales, porque defiende la tesis de que lo descriptivo (un “es”) no necesita subyugarse a lo normativo (un “debe ser”), como lo concibe una tradición filosófica racionalista. Luego, la concepción filosófica-experimental de la responsabilidad moral no pone el énfasis en la especificación de algún carácter o propiedad intrínsecos que un agente cognitivo pueda portar. En este caso, es más apropiado hablar de “grados de responsabilidad moral” atribuibles a la acción de las partes de un sistema cognitivo extendido, i.e. un sistema constituido por aspectos internos y externos al organismo humano. Aquí, Uno podría preguntarse algo similar con respecto a los límites del locus de la responsabilidad moral en un sistema extendido, asumiendo la distribución de tal responsabilidad a lo largo de una agencia extendida. El problema subyacente a esta imputación puede ser evaluado sobre la base de la noción de “grados de representacionalidad” y el denominado “principio de paridad”.

En el primer caso, habría que abandonar la idea representacionalista de que una mente es incapaz de acceder directamente al mundo exterior, razón por la cual tendría sentido defender la tesis de un sistema representacional que media confiablemente entre la mente y el mundo. La confiabilidad de tal sistema estaría determinada, precisamente, por un realismo representacional, donde lo representado sustituye o reproduce las partes del mundo exterior por mecanismos regulados nomológicamente. Tales mecanismos son aún desconocidos. Alternativamente, la noción de grados de representacionalidad surge sobre la base de la convergencia del representacionalismo y el constructivismo, tradiciones típicamente contrapuestas en filosofía y ciencias sociales. Según esta perspectiva, representar no es “sustituir”, sino más bien “re-presentar”. El punto central – consistente no sólo con ciertas teorías anti-representacionalista, sino también con visiones experimentales como los estudios acerca de la percepción activa – es que las representaciones del mundo externo se construyen en la medida que se amplía el conocimiento. Luego, una de las razones, supuestamente concluyentes, para abandonar la noción tradicional de representación es que, simplemente, no habría nada que representar “allá afuera”. Todo está en el aquí y el ahora, y surgiría como resultado del “estar ahí”, noción que se adecuaría a la denominada “evidencia confiable” disponible relacionada al heterogéneo campo experimental de la cognición activa.

En el segundo caso, lo que se defiende a través del “principio de paridad” es que todo aquel proceso o componente externo, participante en algún tipo de tarea que requiera una conducta adaptativa inteligente, puede ser considerado cognitivo,  si de acaecer eventualmente dentro de la cabeza no dudaríamos en aceptar como tal.

Asumiendo los anterior, uno podría estar preparado para aceptar la idea de una agencia cognitiva distribuida, donde (salvo aspectos importantes de la cognición avanzada), se podría prescindir de la visión representacional clásica que confina la agencia cognitiva dentro de los límites de la caja craneana. Luego, si aquellos procesos responsables de la acción inteligente de agentes como nosotros acaecen necesariamente en un ámbito que acopla lo interno y lo externo (i.e. cerebro-cuerpo-mundo), la tendencia a confinar la responsabilidad de alguna acción perjudicial/bondadosa exclusivamente a una agencia intra-craneal sólo sería el resultado de un perjuicio representacionalista.

Finalmente, habría que decir algo con respecto al énfasis en el “consecuencialísimo” de la acción moral. Esta visión corresponde a una reacción pragmatista en contra de la visión filosófica esencialista del contenido mental, especialmente en versión materialista. Mientras que esta última coloca ciertas condiciones de individuación ontológicas al centro de la determinación de un contenido mental intrinsecalista, nomológicamente determinado, la primera visión parece fundarse en una interpretación liberalizada de la “máxima pragmática” Peirceana, entendida como una regla para la clarificación del contenido de las hipótesis determinado por sus “consecuencias prácticas”.