Partamos con un breve test: ¿a cuántos difuntos se refiere el siguiente texto?

La congoja inundó Dinamarca durante los funerales del Scylding, quien fue ovacionado en una expresión de cariño que unió a mandatarios, religiosos y anónimos súbditos venidos desde innumerables naciones.

El fallecido Rey Hrothgar fue despedido este viernes en el gran salón de Heorot en la ceremonia fúnebre más imponente que recuerde el mundo moderno, y que sólo puede ser definida con una palabra: emoción.

Sin importar la relevancia de los asistentes, la consternación inundó cada uno de los cientos de miles de rostros presentes en la explanada escandinava cuando los 12 “henguesteros” –miembros de la Hermandad de la Espada Lafing– que transportaron el ataúd de Healfdenesson salieron desde el Templo de Thor hasta la plaza, donde se instaló un monumental altar […].

El féretro había sido sellado momentos antes al interior del templo, en presencia de algunos sacerdotes, entre ellos el sumo sacerdote Æschere, líder de la Ætt. En el ataúd, el rostro del Heredero de Heorogar fue cubierto por un velo blanco.

A ver: está el Scylding… el rey, que vendría a ser Hrothgar… un tal Healfdenesson… y el Heredero de Heorogar. ¡Está tirando para masacre la cosa!

¡Mansa masacre!

Ahora, veamos el mismo texto, pero esta vez en buen cristiano:

La congoja inundó el Vaticano durante los funerales del Santo Padre, quien fue ovacionado en una expresión de cariño que unió a mandatarios, religiosos y anónimos fieles venidos desde innumerables naciones.

El fallecido Papa Juan Pablo II fue despedido este viernes en la Plaza de San Pedro en la ceremonia fúnebre más imponente que recuerde el mundo moderno, y que sólo puede ser definida con una palabra: emoción.

Sin importar la relevancia de los asistentes, la consternación inundó cada uno de los cientos de miles de rostros presentes en la explanada vaticana cuando los 12 “sedarios” –miembros de la Guardia Suiza– que transportaron el ataúd de Karol Wojtyla salieron desde la Basílica de San Pedro hasta la plaza, donde se instaló un monumental altar […].

El féretro había sido sellado momentos antes al interior del templo, en presencia de algunos cardenales, entre ellos el purpurado chileno Jorge Medina, protodiácono de la Iglesia Católica. En el ataúd, el rostro del Pontífice fue cubierto por un velo blanco.

Ahora la cosa está un poco más clara, pero no gracias al autor. Lo que nos salva es el hecho de que llegamos al texto con una serie de conocimientos del mundo relacionados con las entidades que se nombran, y éstos nos permiten hacer las veces de detectives y tratar de armar el puzzle.

Sin estos conocimientos, estamos tan perdidos como los guerreros de Hrothgar.

¿No andas con un Pequeño Larousse por casualidad?

Para comprender que el muerto es uno solo en este caso, tenemos que saber bastante:

  • “Papa” es un cargo.
  • El detentor de este cargo al momento en que se escribió la nota (o hasta un par de días antes, para ser más preciso) se llamaba “Juan Pablo II”.
  • En realidad, el detentor de este cargo al momento de escribir la nota no se llamaba “Juan Pablo II”. ¡Oso!
  • Al asumir el cargo, los Papas adoptan una especie de chapa religiosa; eso es lo que es “Juan Pablo II”.
  • El verdadero nombre de esta persona es “Karol Wojtyla”.
  • Como “Juan Pablo II” es un seudónimo religioso y “Karol Wojtyla” es un nombre de pila, pueden referirse a la misma persona.
  • “Santo Padre” es otra manera de referirse a alguien que ocupa el cargo de Papa.
  • Ídem para “Pontífice”.
  • “Papa”, “Santo Padre” y “Pontífice”, como términos que se refieren a Karol Wojtyla, tienen fecha de vencimiento: desde hace varios años que ya no se refieren a él. Y antes de una determinada fecha, tampoco.

¡Uf!

En términos lingüísticos, “Papa”, “Santo Padre” y “Pontífice” son sinónimos entre sí: tienen el mismo significado. Y junto con “Karol Wojtyla” y “Juan Pablo II”, son correferenciales: apuntan a la misma entidad.

(“Wojtyla” y “Juan Pablo II” no son sinónimos de “Papa” porque no tienen significado: son meros nombres, significantes sin significado, o “etiquetas vacías” si se prefiere).

Pero no es sólo la identidad del finiquitado que es objeto de esta práctica de decir las cosas por (casi) todos los nombres posibles (faltaron “Su Santidad” y uno que otro más, debo reconocerlo):

  • Para referirse a las personas que fueron a sus funerales, se usan los términos “mandatarios, religiosos y anónimos fieles”, “asistentes” y “rostros”.
  • A pesar de que el estado anímico de estas personas “sólo puede ser definid[o] con una palabra: emoción”, se define también como un estado de “congoja”. Y también como “consternación”.
  • El evento que convocó a los asistentes se llama “ceremonia fúnebre”. O “funerales”.
  • El evento culminó con el entierro de un “féretro”. O de un “ataúd”.

Y todo esto en tan solo cinco oraciones. La nota original es bastante más prolija.

Poderes sobrenaturales

Este proceso de llevar la cuenta de qué palabra se refiere a qué entidad se llama gestión referencial, y no es nada de simple. De hecho, requiere que la persona que habla o escribe (el emisor) lea la mente de quien le escucha o lee (el receptor).

Si dos personas están juntas, puede que sea suficiente apuntar con el dedo para identificar algo. Si no, el emisor debe tratar de determinar qué sabe el receptor sobre la entidad a la cual quiere hacer referencia, y ajustar la información que le proporciona de acuerdo con esto.

Mind ReaderEsto de dar las pistas necesarias para identificar una entidad se llama referencia. Cuando los receptores son muchos, esta labor se puede volver difícil: hay más mentes que leer. Y cuando los receptores son desconocidos, como sucede con las notas periodísticas, es aún más fregado el asunto: es como navegar sin mapa.

El receptor, por su parte, tiene que tomar la información que le entrega el emisor y tratar de determinar qué es lo que significa. Parte de este proceso –llamada inferencia— consiste en gestionar las referencias: establecer vínculos entre las palabras y el mundo externo. Hay que echar mano a los conocimientos lingüísticos para esto, pero también al conocimiento de mundo, o conocimiento enciclopédico.

Además, el receptor debe tratar de leer la mente del emisor hasta cierto punto: tiene que hacerse una idea de lo que cree el emisor respecto de lo que sabe él (el receptor), para así determinar si la información proporcionada es mucha o poca, relevante o irrelevante, etc. (esto tiene que ver con las máximas de Grice).

Visto así, ¡cuesta creer que logramos comunicarnos!

(Hay más información sobre la gestión referencial aquí).

La pregunta del millón (de bostezos)

Como lingüista, puedo decir con certeza que la pregunta de si está o no bien escribir de esta manera… no me compete. Sería tan absurdo como un físico que nos quisiera convencer de que los electrones son mejores que los protones.

¡Cha!

Además, ¡qué fome la pregunta! Están pasando cosas fascinantes aquí, así que ¿para qué empantanarnos en debates estériles? Mejor veamos algo interesante: lo que le sucede al lector cuando trata de comprender la nota sobre el Siervo de los siervos de Dios.

Me duele la cabeza

Si quisiéramos representar la red de significados y referencias que el lector debe procesar, mantener en su memoria y accesar constantemente mientras lee la nota, lo podríamos hacer de la siguiente manera:

Limpio, fijo y espléndido

Figura 1

Como se observa en la Figura 1, está la escoba aquí. El empleo de un gran número de términos para referirse a una misma entidad genera un alto cargo cognitivo. Tan solo en el caso del obispo de Roma, es necesario leer e interpretar cinco veces más palabras que las estrictamente necesarias; distinguir entre nombres propios, nombres ceremoniales y nombres de cargos; y saber establecer las relaciones que existen entre ellos. Algo semejante pasa con las otras entidades que se mencionan en la nota.

O sea, ¡es pega la cuestión! Y como la memoria de trabajo es limitada, no queda más que hacer malabarismos mentales para sacar la cuenta de quién es quién, qué le pasó a cada uno, etc. Muy probablemente, esta labor va a afectar la capacidad de entender los hechos básicos que la nota quiere comunicar. Y para más remate, no recibimos nada a cambio: es trabajo que no da frutos. Las horas extra no se pagan.

¿Pensabas que trabajaban por el MOP?

El trabajo no siempre dignifica.

Ahora bien, referirse a una misma entidad con más de un término no tiene nada de malo. De hecho, es casi inevitable si tomamos en cuenta cosas como los pronombres y los posesivos: “él fue enterrado”, “sus restos”, etc. Y cuando se trata de alguien que ocupa un cargo, casi siempre se va a nombrar tanto el cargo (“el presidente”) como el nombre propio de quien lo ocupa (“Mario Moreno”).

Pero a veces la situación puede llegar a ser un poco extrema, y eso tiene consecuencias, como veremos más abajo.

Más allá del bien y del mal

También más interesante que los juicios estéticos sobre si está o no “bien” escribir de esta forma es el tema de lo que podría haber motivado al autor de la nota a hacerlo. Porque si escribió de esta manera, por algo fue.

Quizás quiso impresionar al lector con su cultura (muchos no saben lo fácil que es buscar sinónimos con un clic de derecha en Word). Y seamos honestos: ¿quién no lo ha hecho en algún momento? O quizás la idea era demostrarle a su jefe que sabía escribir “bien”, o que estaba a la altura de sus colegas, quienes probablemente habrían producido una nota de estas mismas características.

La clave aquí es que el lenguaje no sólo sirve para comunicar ideas. También es una poderosa herramienta que permite forjar y mostrar una identidad (tema que seguramente va a ser recurrente en este espacio).

Además, es probable que en algún momento de su formación, le enseñaron al autor que no hay que usar una misma palabra más de dos veces en un mismo artículo, y ya sabemos lo influyentes son este tipo de “reglas”.

Por otra parte, un poco de variedad puede ser muy agradable, aunque va a depender del género textual de que se trata: la poesía juega mucho con esto, los proyectos de ley, muy poco.

Finalmente, no hay que olvidar que algunos de los términos que se emplearon en la nota para referirse al Vicario de Cristo sí tienen una función. “Juan Pablo II” especifica la identidad del fallecido, y “Papa” aclara quién era y por qué tantos rostros acongojados asistieron a su sepultura.

“Karol Wojtyla”, en cambio, no aporta nada nuevo (se refiere a exactamente la misma persona que “Juan Pablo II”), y tanto “Santo Padre” como “Pontífice” son completamente gratuitos: no comunican nada que “Papa” ya no haya comunicado. Pero sí hacen trabajar al receptor.

Y ahí está el tema.

El yin y yang del lenguaje

Típicamente, la división de trabajo en el lenguaje es más o menos un juego de suma cero: si yo gano, tú pierdes. Cuando algo es más fácil para el emisor, es más difícil para el receptor, y vice versa:

  • Si yo hablo muy bajo, ahorro energía. Pero eso tiene un costo: tú tienes que prestar más atención de lo normal para entenderme.
  • Si omito el sujeto (casi imposible en el inglés; lo más común en el castellano), tú tienes que darte el trabajo de adivinar quién es.
  • Si uso términos extremadamente precisos, pero muy poco frecuentes, como “tercer molar superior derecho permanente”, alguien que maneja el tema me va a entender sí o sí. Pero para que eso pase, tiene que haber estudiado odontología primero, cosa que también tiene su costo (aunque en caso de apuro, San Google también sirve, y es mucho más económico).
Si bien la internet está llena de versiones mucho más artísticas del yin yang que ésta, la puse porque confío en que servirá para inducir en los lectores el inexplicable, pero a la vez irrestible, deseo de comprármelo.

¡Quiero este estante!

Esto ayuda a mantener cierto equilibrio en los distintos planos del lenguaje. Al contrario de los trabajos grupales de pregrado, si una persona decide que simplemente no va a hacer su parte cuando se trata del uso del idioma, todos pagan el precio: la comunicación falla. Para evitar este final infeliz, los usuarios de la lengua suelen buscar un punto medio que sea beneficioso para todos, manteniendo el equilibrio.

Y con esto, volvemos al fenómeno que venimos viendo en la nota sobre la muerte del sucesor de San Pedro, y que voy a llamar sinonimitis (aun sabiendo que a veces no se trata de sinonimia, sino de correferencialidad).

El problema de la sinonimitis es que obliga a todos a trabajar más, a la vez que reduce los beneficios del trabajo. El emisor tiene que darse la pega adicional de revisar el texto en busca de palabras repetidas, y de cambiarlas por otras, cada vez más barrocas. El receptor, por su parte, tiene que procesar un compleja red de significados y referencias para entender el mensaje más sencillo.

Y pese a todo este trabajo, nadie se entiende mejor, ni más profundamente, ni más rápido, ni más eficientemente. El equilibro que caracteriza el lenguaje se pierde, convirtiendo la comunicación en un juego de suma negativa.

Al fin y al cabo, el menor esfuerzo siempre gana.