Con Marcelo Mellado tuvimos alguna vez un proyecto de realizar un encuentro de escritores de ciudades y pueblos abandonados de Chile. Marcelo vive en San Antonio, o más específicamente en Llolleo, y ha hecho un proyecto de obra centrado en la micropolítica de la provincia profunda, la trastienda del Chile globalizado y que puntea en los indicadores de competitividad, riesgo-país, transparencia y ambiente de negocios. Por cierto, el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes no nos dio un miserable peso. Y ahí siguen las ciudades y pueblos abandonados, con sus concejales, sus dirigentes gremiales, sus locutores de radio, sus poetas láricos y sus microempresarios de la subsistencia. Clientes todos del Fondart y del Fosis, del FNDR y de la larguísima lista de siglas que componen el mapa del vasallaje estatal de nuestra república unitaria y presidencialista.

Cada vez que escucho noticias de levantamientos ciudadanos en Punta Arenas, Rapa Nui, Calama y ahora en Aysén, me acuerdo de Marcelo. De sus cuentos sobre simposios de poetastros de provincia, poblados de profesores resentidos, sindicalistas fracasados, de oscuros operadores políticos de terno y mocasín, con secretaria y oficina en el único edificio de oficinas de la comuna. La realidad que retrata Marcelo está a apenas un centenar de kilómetros de Santiago, pero es de una desolación y una precariedad que me da escalofríos de solo pensar en cuál será su equivalente en Aysén, la capital chilena del suicidio.

La economía ha estudiado poco la relación entre distancia, aislamiento y desarrollo. Stephen Redding y Anthony J. Venables publicaron hace poco un paper titulado The Economics of Isolation and Distance, que entrega algunas pistas basadas en una econometría rigurosa. Estudios anteriores, en base a datos de Estados Unidos y la Unión Europea,  confirman que la productividad y, por ende, el ingreso por habitante, son mayores donde la densidad demográfica es mayor. Pese a todo lo que se ha dicho respecto de la globalización, un rasgo impactante de la vida económica es el carácter local que tiene la mayor parte del intercambio, y como éste disminuye marcadamente con la distancia. Enviar mercadería de Los Ángeles a Santiago es más barato que hacerlo de Santiago a Aysén por la simple razón de que las rutas de transporte más transitadas son más baratas. Y lo mismo corre para el tráfico de datos, las llamadas telefónicas, etc. En una zona remota el valor agregado es tragado de dos maneras: las empresas reciben menos por lo que venden y deben pagar más por los bienes intermedios y de capital que deben traer desde lejos. Por esta razón el aislamiento implica menores salarios reales y un menor PIB per cápita ajustado por paridad de poder de compra (PPP).

Un trabajo anterior de Ciccone y Hall en los noventa demostró que los estados más productivos  y ricos en EE.UU son, precisamente, los que cuentan con grandes centros urbanos: Nueva York, Illinois, California, Texas. Y los menos son Arizona, Nuevo México, las dos Dakotas y Alaska.

Pensar en Aysén es pensar en nuestra propia Alaska, un territorio aislado y de clima cruel. En 1956 el gobierno federal de los Estados Unidos aprobó una ley para dar servicios de salud mental a los habitantes de Alaska. Tal como la reforma de la salud de Obama, fue denunciado por la derecha estadounidense como una conspiración socialista.  En los últimos años Argentina se ha jugado por establecer incentivos fiscales a la industria en sus regiones extremas. En la provincia de Tierra del Fuego Nokia y otros fabricantes se acogen beneficios tributarios para fabricar celulares y notebooks. No serán tan buenos ni baratos como los que se fabrican en Asia, pero al menos permiten integrar este territorio a un circuito de producción, distribución y generación de rentas que en algo compensa las externalidades negativas del aislamiento.  Es el tipo de cosas que les sube la presión y provoca taquicardia en los neoliberales, pero resulta de sentido político común. Brasil también lo hace con Manaos. Pero la respuesta chilena al malestar en sus zonas extremas es el desplazamiento de fuerzas especiales y la militarización del territorio. Un ministro que va a negociar y regresa denunciando teorías conspirativas completa el cuadro de un ADN político incapaz de visualizar lo que realmente está en juego: que la república chilena es económica y políticamente inviable desde la centralización autoritaria de Portales. Que las fuerzas del mercado son total y absolutamente contradictorias con el concepto de soberanía, idolatrado por los conservadores.