Con un día de diferencia Evo Morales nacionalizó el 70% de la red de distribución eléctrica de Bolivia y la casa Sotheby´s subastó la cuarta versión (en pastel) de El Grito de Edvard Munch. No se sabe quién pagó US$ 120 millones por la obra del  noruego, ni cuánto pagará el gobierno boliviano por los activos que detentaba la española REE. En cualquier caso son cifras comparables. REE ha invertido hasta la fecha US$ 179 millones en comprar la empresa y ampliar su capacidad. O sea que un cuadro expresionista de 91 x 73,5 cm. vale algo menos que un sistema complejo que abastece de electricidad a casi 8 millones de bolivianos. No menor es el detalle que las necesidades vitales de esos 8 millones de bolivianos tengan un valor financiero comparable a la contemplación solitaria de la obra de Munch. E inferior a los US$ 300 millones que pagó el año pasado la corona de Qatar por una de las cuatro versiones de Los Jugadores de Cartas, de Cézanne.

Estos hitos podrían dar lugar a un análisis marxista como los de Frederic Jameson (El Posmodernismo y la lógica cultural del capitalismo tardío). Sería algo así como el carácter irrepetible del acto pictórico, la versión más extrema de lo que va quedando del artesanado en una época de industrialización, masificación y financiarización total. En El Grito se conserva el trazo y la mirada no de humano cualquiera, sino de una suerte de mago o de médium. Su aparato ocular y motriz, pero también sus pesadillas y sueños. Algo imposible de lograr con dispositivos de replicación digital.

El arte visual es un mercado singular por la naturaleza del bien transado y por los actores que intervienen en él. A diferencia de los mercados de bienes de consumo o de valores, la oferta y la demanda no operan de la misma manera, aunque sí existen barreras de entrada, problemas de agencia y de transparencia. En el caso de los artistas fallecidos, la elasticidad de la oferta es prácticamente cero, lo que se suma a la credulidad de muchos compradores con bolsillos anchos para explicar los precios al alza de las grandes obras del impresionismo y del modernismo. En otras palabras, un mercado donde la racionalidad desempeña un papel relativamente menor que en el resto de la economía.

A pesar de todo esto, el mercado de artes visuales tiene una relación concreta con el mercado bursátil. En la última crisis las ventas de las tres grandes casas de subastas (Christie’s, Sotheby’s y Phillips de Pury) se redujeron casi un 50%.  Una explicación posible es el exceso de oferta que cabe esperar cuando algunos millonarios excesivamente apalancados como Bernie Madoff caen en desgracia.

Como activo las obras de arte no son fungibles, no caducan como un bono, ni dan lugar a rentas como las acciones. Se pueden revender, pero a un precio relativamente menos impredecible “científicamente”. Distintos estudios han concluido que los modelos de fijación de precio no consideran los costos de fabricación y reproducción de la obra, sino la reputación del artista y de la galería y/o casa de remates. De hecho Schönfeld y Reinstaller, economistas de la Universidad de Viena, hablan de un “guión” (script) empleado por los galeristas para valorizar las obras: los artistas debutantes se valorización usando como patrón los valores de otros que les preceden dentro de la misma tendencia y aplicando un descuento. Con técnicas de marketing focalizadas (hacia la crítica fundamentalmente), las galerías operan como maximizadores de precios más que de ganancias, controlando así el riesgo de productos cuya valorización es intrínsecamente subjetiva.

¿Y qué hay de la rentabilidad? Un estudio de la Universidad de Maastrich en base a información empírica concluyó que entre 1976 y 2006 el mercado global tuvo su peak en 1990 y un piso entre 1995 y 1997. Más sorprendente aún, la autora (Rachel Ponwall) armó un porfolio de artistas separados por estilo y analizó su rentabilidad entre 1980 y 2006. Su conclusión es que los artistas contemporáneos son los más rentables (9%) y los maestros antiguos, los menos (5,3%). En medio se ubican los impresionistas europeos (6,3%) y los artistas modernos (7,6%).

Cabe aquí citar al antipático de Jameson:

Lo que ha ocurrido [en el capitalismo tardío o posmodernismo] es que la producción estética se ha integrado a la producción general de commodities: la febril urgencia económica de producir oleadas nuevas de bienes de apariencia siempre novedosa (desde ropa a aviones) y a tasas cada vez mayores de facturación, asigna una función cada vez más estructural a la innovación (pp. 4-5).

Una commoditización del arte que tiene en Warhol su acta de nacimiento con la famosa lata de sopa Campbell.

Esto explica los altos precios del arte contemporáneo, pero también la volatilidad de este sub mercado. Un ejemplo artista es el escultor estadounidense Jeff Koons. En 2007 vendió un corazón colgante metálico de color magenta (pieza que cualquier matriarca aristocrática chilena calificaría de “siutiquería atroz”) en US$ 23 millones, récord absoluto para un artista vivo. Un año y medio después Koons vendió un corazón similar, pero de color violeta, pero en menos de la mitad. Detalle de época: Koons trabajó durante años como bróker de commodities en Wall Street. Y sus provocaciones van desde conejitos rosados, estatuas doradas de Michael Jackson, perros inflables pero de metal y esculturas basadas en su propia vida sexual con su ex pareja, la actriz porno Illona Staller, más conocida como Ciciolina. Detalle no menor es que Koons reconozca no intervenir directamente en sus obras más que como diseñador: subcontrata la ejecución a artistas jóvenes. Todo un maestro renacentista.

Pero volviendo a El Grito, se sabe que el vendedor fue el empresario noruego  Peter Olsen, heredero de un imperio naviero cuyo padre fue vecino, amigo y mecenas de Munch. La subasta duró exactamente 12 minutos y participaron cinco individuos, incluyendo el misterioso comprador que se quedó finalmente con la obra. Según el New York Times, en la sala de subastas se hablaba fundamentalmente  inglés y chino. Y que frente al edificio de Sotheby´s había un piquete de militantes de Occupy Wall Street gritando de indignación.