Uno de los libros que leí con más fascinación y encanto en mi vida fue “La Historia del Arte” de Ernst Gombrich, una obra plagada de ideas brillantes desde la primera página: “No existe, realmente, el Arte. Tan solo hay artistas”. Una de aquellas ideas era que la misteriosa sonrisa de la Mona Lisa era un efecto perceptual ocasionado por el ingenioso truco de Leonardo da Vinci de difuminar (sfumato) las comisuras de los labios y de los ojos de su modelo de manera de enviar al cerebro del observador una señal ambigua. Otra que me impactó mucho fue la siguiente:

“Millares de personas, durante siglos, han observado el galope de los caballos, han asistido a carreras y cacerías, han contemplado cuadros y grabados hípicos, con caballos en una carga de combate o al galope tras los perros. Ninguna de esas personas parece haberse dado cuenta de cómo se presenta realmente un caballo cuando corre. Pintores grandes y pequeños los han presentado siempre con las patas extendidas en el aire, como el gran pintor del siglo XIX Théodore GéricauIt en un famoso cuadro de las carreras de Epsom (ilustración 13). Hace unos ciento veinte años, cuando la cámara fotográfica se perfeccionó lo suficiente como para poder tomar instantáneas de caballos en plena carrera, quedó demostrado que tanto los pintores como su público se habían equivocado por entero. Ningún caballo al galope se mueve del modo que nos parece tan «natural», sino que extiende sus patas en tiempos distintos al levantarlas del suelo (ilustración 14). Si reflexionamos un momento, nos daremos cuenta de que difícilmente podría ser de otro modo. Y sin embargo, cuando los pintores comenzaron a aplicar este nuevo descubrimiento, y pintaron caballos moviéndose como efectivamente lo hacen, todos se lamentaban de que sus cuadros mostraran un error” (Gombrich, 1950/1995:27-28).

Ilustración 13

Ilustración 13

Ilustración 14

Ilustración 14

El hallazgo científico-fotográfico al que se refiere el autor austriaco corresponde a Eadweard James Muybridge, un fotógrafo británico que fue de los primeros en experimentar con imágenes en movimiento. En 1878, en presencia de la prensa, dispuso veinticuatro cámaras de modo paralelo a una pista ecuestre que se accionaban por medio de un ingenioso sistema en el que las patas del caballo (Sallie Gardner) cortaban unos cables que gatillaba las tomas: una de las primeras películas, que hizo luego las delicias de grandes y chicos en los zoopraxiscopios de las ferias mundiales o los circos. Después de Muybridge, los pintores debieron, como indicaba Gombrich volver a iniciarse en la pintura de cuadrúpedos en movimiento.

Saltemos a nuestra época, el siglo XXI. Un estudio que acaba de ser publicado por un equipo de investigadores húngaros (Horvath et al, 2012. “Cavemen Were Better at Depicting Quadruped Walking than Modern Artists: Erroneous Walking Illustrations in the Fine Arts from Prehistory to Today”) sostiene que tras revisar 1000 representaciones pictóricas de cuadrúpedos en movimiento (no solo caballos) determinó cuántas de ellas eran ajustadas a el verdadero mecanismo de locomoción de estos animales. Y el resultado fue asombroso:

La tasa de error de los pintores modernos pre-muybridgeanos en sus ilustraciones de cuadrúpedos que caminan resultó ser del 83,5%, mucho más que la tasa de error al azar que corresponde a un 73,3%. Este valor se redujo a 57,9% después de 1878 [cuando ya se disponía de las tomas de Sallie Gardner], al que se podría llamar período post-muybridgeano. Lo más sorprendente, sin embargo, es que las pinturas prehistóricas de cuadrúpedos caminando tuvo la menor tasa de error: un 46,2%. Todas estas diferencias fueron estadísticamente significativas. Por lo tanto, los hombres de las cavernas eran más conscientes del movimiento lento de sus animales de presa e ilustraban las imágenes de cuadrúpedos caminando con mayor precisión que los artistas posteriores” (Horvath et al, 2012: abstract).

Un contacto de FaceBook me sopla de un segundo paper reciente cuyo contenido colabora a seguir iluminando nuestro conocimiento sobre el arte prehistórico, “Genotypes of predomestic horses match phenotypes painted in Paleolithic works of cave art” (Pruvost et al, 2011), que lanza la siguiente bomba:

Los arqueólogos suelen discutir si las obras del arte paleolítico, las pinturas rupestres en particular, constituyen reflejos del entorno natural de los seres humanos en aquel momento. También se debate la medida en que estas pinturas contienen realmente una expresión artística creativa, reflejan la variación fenotípica del entorno, o se centran en fenotipos infrecuentes. Las famosas pinturas de “Los caballos Dappled de Pech-Merle”, que muestran caballos manchados en las paredes de una cueva en Pech-Merle, Francia, ~ 25.000, presentan un patrón muy similar al patrón conocido como “leopardo” en los caballos modernos. Se ha establecido genotipos de nueve loci para el color del pelaje en 31 caballos predomésticos de Siberia, Europa oriental y occidental y la Península Ibérica. Dieciocho caballos teníann color del pelaje bayo, siete eran negros y seis compartían un alelo asociado con el complejo leopardo manchado (LP), que representa el único fenotipo estudiado descubierto en caballos salvajes predomésticos hasta el momento. El LP fue detectado en cuatro muestras del Pleistoceno y dos de la Edad del Cobre de Europa occidental y oriental, respectivamente. En contraste, este fenotipo estaba ausente en los caballos siberianos predomésticos. Por lo tanto, todos los fenotipos de color de caballos que parecen ser distinguibles en las pinturas rupestres se han descubierto que existen en poblaciones de caballos prehistóricos, lo que sugiere que las pinturas rupestres de esta especie representan descripciones muy realistas de los animales indicados. Este hallazgo apoya la hipótesis de que las pinturas rupestres podrían contener menos connotación simbólica o trascendental del que se creía” (Pruvost et al, 2011: abstract).

Fenotipos de caballos representados en el arte paleolítico: Lascaux (bayo), Chauvet (negro) y Pech-Merle (“leopardo”)

Fenotipos de caballos representados en el arte paleolítico: Lascaux (bayo), Chauvet (negro) y Pech-Merle (“leopardo”)

Ernst Gombrich defendía, en la conclusión de su “Historia del Arte” que la historia del arte se estaba permanentemente reescribiendo, porque nuevos hallazgos sobre las épocas pasadas a veces arrojaban luces sobre los problemas que resolvían, los métodos que usaban y los objetivos que perseguían los artistas. Estudios como los dos comentados en este posteo muestran cuan así es y cuanto podemos aprender del pasado.