¿Por qué nos perdemos en los cerros?

Ojo: usted ni siquiera sabe bien dónde vive

“Nos encontramos bordeando el cerro Provincia” fue el mensaje de texto que rescató LUN sobre el rescate de tres excursionistas -una alemana y dos chilenos- que las vieron negras la semana pasada tras extraviarse en la Quebrada de Ramón. Una situación que se repite año tras año en las inmediaciones de Santiago y a lo largo de Chile: de improviso, lo que comienza como un alegre paseo de “turismo aventura” acaba en tragedia.

La pregunta que se viene a la mente de inmediato es por qué diablos nos perdemos en los cerros.

Perderse es fácil

En estricto rigor, siempre estamos perdidos. Marvin Minsky -importante especialista en la historia de la Inteligencia Artificial- ideó en los años setenta un experimento muy ingenioso para demostrarlo. Se trata de dibujar con todo el detalle posible un mapa del lugar donde vivimos (barrio, comuna, ciudad) y luego compararlo con un plano real. Lo que ocurrirá es que no se parecen ni jota. Nuestro “mapa cognitivo” es superficial, vago y poco detallado. Por ejemplo, si en este momento a usted se le pidiera indicar en qué dirección se halla su oficina o su casa, de seguro erraría la orientación.

¿Cómo nos ubicamos, entonces? Básicamente porque sabemos patiperrear de un lugar a otro; aprendemos qué calles tomar en nuestro viaje al trabajo y de regreso. No sabemos dónde estamos, pero sabemos cómo llegar. No sabemos el dónde, sabemos el cómo. ¿Y cómo sabemos el “cómo”? Por hitos significativos: avenidas, edificios, monumentos que nos sirven como puntos de referencia para “navegar” por el espacio.

De acuerdo con Kenneth Hill -psicólogo canadiense, autor del libro “The psychology of lost” (1998)- este “mapa cognitivo” es el que falla cuando una persona anda más perdida que el Teniente Bello. Sin embargo, no es lo mismo perderse en una metrópolis que en un lugar no urbano, como el cerro o el bosque, pues en la primera disponemos de otras personas y artefactos como la señalización de las calles o la movilización colectiva que nos pueden ayudar a reorientarnos: a “pegarnos la cachá”. Todo eso se halla ausente en el extravío en despoblado.

Hill da por el suelo con la idea de que la orientación -aquello que nos permite reencontrar el camino si nos extraviamos- corresponda a un “sexto sentido” que sirve, por ejemplo, para ubicar automáticamente el norte. De todos modos, reconoce que ciertas labores (como la cacería o la navegación), y ciertas formas de vida (las del desierto y la jungla), obligan a las personas a desarrollar habilidades especiales para ubicarse. De hecho, existen ocasiones en que estos “expertos-en-hallar-rutas” también se desorientan, pero disponen de recursos para recuperar la trayectoria.

El julepe del bosque

Uno de los factores que más ayudan a perderse es el miedo. Al evidente susto por “estar perdido” se añaden otros, como el “miedo al entorno” (bosque, cerro) que se perciben como amenazantes, y el “woods shock” (“julepe del bosque”), una especie de pánico forestal documentado desde hace siglos: una de su expresiones más recordadas es el terror que atacaba a los personajes de la cinta “El proyecto de la bruja de Blair”. Lo que causa el miedo-pánico es una desactivación del razonamiento que se podría hacer en circunstancias normales, y eso refuerza el extravío.

De todos modos, la razón fundamental para que las personas se pierdan en los cerros, los bosques o el desierto es que su “mapa cognitivo” del lugar no los puede ayudar a reorientarse; eso ocurre con más frecuencia en lugares por donde no se transita habitualmente, como los senderos del “turismo aventura”.

Las personas perdidas a menudo siguen patrones hasta cierto punto predecibles de desplazamiento que se han registrado en diversas bases de datos, como las que mantienen los “Servicios de búsqueda y rescate”. Las más habituales son el desplazamiento aleatorio, que suele ocurrir en los primeros momentos después de verse perdido; el seguimiento de una ruta, como una quebrada, un río u otra; el seguimiento de una dirección, por ejemplo, acercarse hacia algún punto distintivo del paisaje, como un cerro; o la búsqueda de un lugar alto para observar el entorno con mayor extensión.

Los equipos de rescate (SAR) suelen considerar este tipo de estrategias espontáneas de las personas extraviadas; tomando en cuenta las características geográficas, de vegetación y altitud del terreno donde se ha producido la pérdida de contacto, pueden simular sus trayectorias con programas computacionales diseñados para el efecto.


Los robinsones: el “Crepúsculo” del siglo 18

La literatura ha tratado el tema de las personas perdidas desde sus orígenes. Uno de los más famosos “perdidos” de la antigüedad fue Ulises, quien pasaba todos los cantos de “La Odisea” intentando llegar a su casa en Ítaca. Cuando los viajes por el mundo se empezaron a hacer más habituales -en la época de las conquistas y las exploraciones (siglos XVII y XVIII)- aparecen otros perdidos como Gulliver o Robinson Crusoe. Tan atractivas, intrigantes o misteriosas eran las historias y aventuras de este último, que a partir de su publicación en 1719 se fundó un subgénero novelístico que en su día fue tan popular como hoy lo puede ser “Crepúsculo”: las “robinsonadas”, historias de ciudadanos occidentales arrojados a su suerte en parajes exóticos. Estas historias hablaban de los hombres que se hacen a pulso (“self made man”), de la lucha contra la naturaleza, de cómo la civilización se puede imponer a la barbarie. En suma, los ingredientes esenciales para el heroísmo.

Costanera Center, el nuevo faro

La mayoría de las grandes urbes -donde es fácil perderse si uno se aleja de sus lugares de tránsito habitual- suelen contar con hitos arquitectónicos o monumentales que sirven como punto de referencia para sus habitantes. Yendo a diversas comunas, el académico y escritor Álvaro Bisama realizó un detallado estudio: acabó concluyendo que en Santiago ese hito es, por mucho, la flamante Torre Costanera Center, que ser puede ver desde prácticamente toda la ciudad (una excepción sería Santiago Centro, donde es bloqueada por el Cerro Santa Lucía). La torre actúa como un “orientador” por derecho propio; de acuerdo a una idea de Francisco Brugnoli, profesor de artes de la Universidad de Chile, se convierte en el centro simbólico de la capital.

 

Publicado originalmente en LUN Reportajes, 2012-10-07: Página 1, Página 2