El peor enemigo del Hombre Araña no es ni el Duende Verde ni el Doctor Octopus, ni siquiera Venom. El peor enemigo de Spiderman es su jefe: J. Jonah Jameson. Canoso, fumador compulsivo, con un corte de pelo intimidante, rictus de odio permanente y llamaradas en los ojos, no deja pasar oportunidad para pegar un grito desde su oficina de vidrio: “¡¡¡Parkeeeer!!!”. Y luego, claro, sube y baja al pobre de Peter para exigirle la ultima fotografía del superhéroe neoyorquino… para ayer.

Jameson es el prototipo del jefe mal genio y a muchos nos recuerda algunos de los que hemos tenido: cascarrabias, descontrolados, de mecha corta. ¿Por qué quienes nos mandan son así? Las ciencias del comportamiento acaban de encontrar una respuesta.

El secreto: autocontrol

En los últimos años, el neurocientista y divulgador científico Jonah Lehrer escribió numerosos artículos sobre el mal genio y la toma de decisiones, la creatividad y el liderazgo en su blog “The frontal cortex”, y dio con una idea muy poderosa: el origen del mal genio se encuentra en el autocontrol.

Ello descansa sobre algo más o menos obvio: ser capaces de controlarnos es un recurso limitado y mucho autocontrol en un área hace que nos descontrolemos en otra. Un ejemplo lo va a ilustrar mejor. Gal & Liu (2011) hicieron una prueba divertida: les ofrecían a distintos sujetos que eligieran entre comerse una manzana o un chocolate apetitoso, pero pleno de calorías. Algunos elegían felizmente el chocolate; otros rechazaban la tentación y se comían la manzana. A renglón seguido, les ofrecían pasarles una película que podía tener un tema de enojo o no tenerlo. ¿Resultado? Quienes habían elegido la manzana preferían la cinta de personajes enojados.

De acuerdo a los investigadores, una de las posibles explicaciones de este fenómeno es que autocontrolarnos simplemente nos fastidia. Quizá no se ha encontrado mejor explicación de por qué cuando vamos en una micro o el metro atestado de gente, o estamos en medio de un taco infernal, nos salimos de nuestros cabales y le ladramos al primer amago de molestia al vecino o al que va en el auto de adelante. Lo mismo vale para cuando estamos sumergidos en internet, algún familiar nos pide algo y perdemos la calma casi de inmediato.

En el caso de los jefes la relación es más o menos evidente. Los jefes deben orientarse permanentemente al logro de ciertas metas organizacionales (subir las ventas, tener lista una presentación, terminar un informe). Esto les consume todos sus recursos de concentración y autocontrol, por lo que cualquier salida de libreto de uno de sus subordinados los saca de quicio.

Viendo el lado bueno

Pero hay otra razón, más misteriosa aún, de por qué los jefes son mal genio: la creatividad. El mismo Lehrer sostenía que el estado de ánimo de los malas pulgas tiene efectos positivos en la creatividad y el hallazgo de soluciones nuevas para problemas antiguos.

Lehrer cita un paper de Modupe Akinola (“The dark side of creativity”, 2008) en que se les pidió a algunas personas que hicieran una presentación ante un jurado: a algunas de ellas las reforzaban sonriendo y asintiendo cuando exponían; a otras, las menoscababan poniendo mala cara y moviendo la cabeza negativamente. Las primeras estaban felices de su desempeño, las segundas quedaban hechas bolsa.

Y aquí viene la sorpresa. Luego de que pasaron por la prueba de la presentación, se les pidió a los voluntarios que hicieran un collage artístico. ¿El resultado? Quienes habían sido ninguneados durante su exposición realizaron obras mucho más creativas que los que habían sido felicitados. El mal genio los hizo ser más ingeniosos y chispeantes.

Quizá eso es lo que finalmente hace que un jefe sea un jefe: una adecuada y sutil combinación de malas pulgas, autocontrol y creatividad.

A ellos no se les cae la baba

En un estudio publicado hace un par de semanas por “PNAS” y citado por “Science”, Gary Sherman del “Harvard Kennedy School” y colegas de otras universidades estadounidenses midieron la presencia de cortisol en la saliva de 216 ejecutivos bostonianos (136 hombres y 80 mujeres). Se sabe que esta hormona se secreta cuando las personas se hallan en situaciones de estrés, y también que las posiciones de autoridad son particularmente estresantes. Los resultados de la investigación, sin embargo, mostraron todo lo contrario: los jefes tenían menos cortisol en su saliva que sus empleados. ¿La razón? Estas personas, aunque están muy demandadas, tienen al mismo tiempo una alta sensación de control.


Despidos en el ascensor

Una de las anécdotas negativas (y quizá falsa) que se contaba de Steve Jobs -quien, por otro lado, resultaba considerado el mayor ejemplo contemporáneo de liderazgo empresarial- es que, si se tenía la mala fortuna de subirse a un ascensor con él, bajaba del mismo con el sobre azul en la mano. Esto porque el fundador de Apple solía hacer preguntas esenciales sobre la pega en los pocos segundos que duraba el viaje: si el empleado no las contestaba adecuada y asertivamente, para la casa.

Para evitar volverse parte del elenco de la película “Pánico en el ascensor”, una recomendación útil es tener preparado siempre lo que los expertos en coaching llaman “elevator pitch”, una exposición de un par de minutos en que el funcionario debe exponer, de acuerdo con Philip Crosby (1980), un resumen de lo básico de su labor y su valor para la empresa. Si se aprende bien el “elevator pitch” quizá nos bajemos del ascensor… ascendidos.

 

Publicado originalmente en LUN Reportajes, 2012-12-02: Página 1, Página 2.