1.

Noche de Año Nuevo, 1996. Reunión familiar, en Maipú. Todos mis primos vestidos con su mejor ropa… yo en cambio, tenía puesta una polera vieja de Terrorizer, unos jeans gastados y apretados (me da risa con tan sólo acordarme), zapatillas converse de basketball, y una camisa de franela verde con las mangas cortadas. Di abrazos de mala gana, y a la primera oportunidad, arranqué rumbo al paradero para tratar de irme a mi casa. No recuerdo si era por el desagrado de estar ahí, o por las ganas de salir a carretear con alguien que hice esa maniobra, pero el caso es que tuve suerte, y en menos de una hora ya estaba en Pudahuel, con tres lucas y media cajetilla de Life en el bolsillo. Me fui a la casa del Pedro, un punk-gótico que por esos años era mi mejor amigo -tengo la sospecha que el concepto de “mejor amigo” siempre ha sido dependiente del contexto y del tiempo- y me lo encontré solo. Su mamá y su abuela -ambas mormonas- se habían acostado al rato de darse el abrazo, y el se había quedado viendo una porno de esas que le arrendábamos al viejo de la esquina, de esas que traían 6 horas de material en un vhs sin carátula y con los nombres de los filmes escritos a lapiz pasta en el autoadhesivo. Se puso los bototos, su eterno abrigo negro, y salimos.

– Otro año de mierda más, eh?
– Si poh… te conté que encontré pega? Copero, en un restorán que queda cerca de fantasilandia, empiezo el lunes.
– Bacán hueón… que te vay a comprar? batería?
– Pagan un moco, me va a alcanzar pa un bajo nomás…
– eh…

Nuestros diálogos solían ser bien lacónicos hasta el momento en que nos curábamos y se nos soltaba la lengua. Nos fuimos a una botillería de San Daniel con La Estrella, compramos una botella grande de coñac Tres Palos y otra cajetilla de cigarros. Nos sentamos en una cuneta debajo de un árbol, en un pasaje mal iluminado y poco transitado, para que no nos hueviaran. La botella se fué rápido, pero era año nuevo, y había que seguir tomando. Porque sí. Porque podíamos. Y porque no teníamos nada más que hacer.

El Pedro pintaba, al óleo, iba a talleres de pintura en el barrio Brasil. Tenía una banda punk, los Impago$ (uno de los mejores nombres de banda punk que he visto en mi vida) con sus primos de Maipú, ensayaban de vez en cuando y me invitaban a las tocatas (juntas de vecinos, multicanchas, con dos o tres bandas de covers, con veinte pelagatos o menos de público). Tenía amigas punkies. Tenía siete años más que yo. Fuimos a comprar unos copetes que venían en botella individual, creo que eran imitación a vodka naranja (o colonia con jugo yupi, para ser más exactos). Nos alcanzó para dos, para el epílogo de una de esas borracheras infantiles de las que me acuerdo con lata, pero no me arrepiento. Andábamos con una radio y un par de cassettes, escuchando Carcass, Lacrimosa, y un compilado de punk español.

– hagamos una pipa del diablo, hueón?
– y kisawa?
– lorea…

El truco -en su versión, al menos- consistía en meter una piedrita en una botella con un concho de copete (usamos la de coñac) y batirla hasta que la piedra salía disparada dejando un pequeño agujero, en el que se ponía el cigarro o pito, y se fumaba por la boca de la botella. En teoría, esto aumentaba los efectos del trago, y te mandaba a la cresta. Pero el caso es que no nos volamos. Seguíamos igual de curados, pero de volarse, nada. Nos pusimos a dar vueltas alrededor de la manzana, cantando “más vale ser punki, que maricooon de plaaayaaa”, a ver si nos encontrábamos con alguin que tuviera mas copete, o algo que hacer. Y nada, absolutamente nada interesante, sólo un par de traficantes de la Villa el Arenal, peleando a cuchillazos, a guata pelada y con la polera enrollada en la mano izquierda… Lo que más recuerdo es que luego de esa noche mi mamá no me habló por semanas, y que mi papá al otro día me dijo que le había arruinado la noche a todos… de los locos que se estaban batiendo a duelo, sólo supe que uno murió, y que no salió en el diario.

Pedro cayó en depresión profunda (agravada por su alcoholismo) y huí de su compañía, entré a la U, hice nuevos amigos, y no lo volví a ver hasta el año pasado: intercambiamos algunas frases incómodas, me contó que estaba trabajando en un call center y que su hijo está grande, y nos prometimos llamadas telefónicas que no hicimos. Esa tarde me quedé con la pregunta: ¿y que le puedes contar a tu antiguo mejor amigo, sobre tus últimos diez años, en lo que dura un cigarro? Casi nada, lo esencial nomás… casi nada.

2.

Canciones Punk Para Señoritas Autodestructivas (Daniel Hidalgo – Das Kapital Ediciones) es un conjunto de cuentos que huele a ron barato, marihuana, a sexo y a suciedad. Son cuentos cuyo hilo conductor son las vidas rotas, la marginalidad, la soledad, el abandono, y las calles de Valparaiso con música Punk de fondo.

Quizás una de las grandes gracias de “Canciones Punk…” son los recursos meta-narrativos que utiliza (críticos literarios de verdad, corríjanme si estoy equivocado). Ayer, cuando conversaba con Martínez e iba en la mitad, me quejé amargamente de la “falta de cierre” de algunos cuentos (acabo de hacer el experimento con mi hermano menor, y acaba de venir a quejarse de lo mismo, onda “WTF men, que onda con el cuento wn…”), para sólo al terminar el libro caer en cuenta que el cierre que esperaba no puede ni debe existir. Intuyo que Hidalgo tejió este libro con la idea de provocar o recrear en sus lectores -tanto dentro de los cuentos como en la experiencia misma de leer- las mismas emociones que plagan a los protagonistas de su relato: frustración, podredumbre, vacío de sentido, y las ganas de vivir o morir que nunca se concretan, precisamente por la falta de lo esencial, las ganas. No son las conclusiones las que valen, es la experiencia misma de sumergirse en la vida mental de los personajes la que hace de este libro uno de los mejores que he leído en mucho tiempo.

What I have tried to do in this paper is to describe some of the properties of a world of “reality” constructed according to narrative principles. In doing so, I have gone back and forth between describing narrative mental “powers” and the symbolic systems of narrative discourse that make the expression of these powers possible. It is only a beginning. My objective has been merely to lay out the ground plan of narrative realities. The daunting task-that remains now is to show in detail how, in particular instances, narrative organizes the structure of human experience —how, in a word, “life” comes to imitate “art” and vice versa. (Fuente: The Narrative Construction of Reality)

Jerome Bruner, en su libro “Realidad Mental y Mundos Posibles” señala que nuestra mente construye relatos para darle sentido a la realidad y a nuestra experiencia de ella. Y que toda narración se compone de lo que el llama “paisajes”, el de la acción (lo que sucede) y el de la conciencia (los estados internos de los “personajes” de las narraciones). Asumiendo esta distinción, Hidalgo asume -correctamente- que el lector es capaz de construir el paisaje de la conciencia de sus personajes echando mano a la experiencia de cada uno, ahorrándose las exposiciones Joyceanas y construyendo los relatos en base a situaciones y acciones a una velocidad vertigionsa, dejándonos a nosotros el completar lo que falta, porque un buen cuento no lo es sólo por lo que está escrito, sino que también lo es por lo que no está en él. Y por lo mismo, a un viejo de mierda de barrio alto y vida pulcra, los personajes podrían parecerle unidimensionales o planos, pero para un lector de nuestros tiempos estos personajes son venas pulsantes, a punto de estallar.

El acto de narrar es un trabajo compartido entre narrador y lector, y el público al que “Canciones…” está dirigido es un público que no sólo es capaz de ponerse en los zapatos de los protagonistas, sino que además es capaz de echar a rodar las cámaras en el teatro de la memoria, reconstruir los cuentos en la imaginación con el soundtrack sugerido por Hidalgo, y poner a actuar a sus propios fantasmas. Y son esos fantasmas -los amigos que ya no están, los amores que se fueron, las oportunidades desperdiciadas y los recuerdos de un pasado que (aunque nos duela) nunca dejó de ser presente- los que dan vida a cada uno de los relatos. Uno no puede dejar de sospechar que, por muy inverosímiles que puedan parecer algunas situaciones, estas pueden tener algo de biografía de alguien, algo de verdad. Tal como decía Walter Hill, el director de Calles de Fuego:

“I much prefer films that make people remember things they’ve forgotten to those that try to discover something new”

Yo también prefiero los libros que me hacen recordar. Y sobretodo, los libros que junto con evocar recuerdos (como la conversación que tuve esa noche de año nuevo, y que por respeto al Pedro no puedo nisiquiera pensar en compartir) son capaces de evocar sensaciones. La sensación que me dejó “Canciones…” sólo puedo expresarla con una canción (que no es punk), pero que tiene un par de versos que cada vez que los leo me sacuden en lo más profundo, y me hacen recordar esos días, como tan certeramente escribió Gonzalo Rojas, “…los peores días, los más amargos, aquellos sobre los cuales no querremos volver…”

(Part 1: Not one of the better days)
Nighttime, turn around / Lonely is the city tonight / Nighttime, all around / Lonely in the city tonight // Grey people stare at a static sky (as you will) / Ours is not to question why // Same thing, every time / It always seems to need what I’m not / To all the hopeful ones: / Nobody gives a fuck what you’ve got // I only wish that I could pray to God / (but you will) / Stay longer / Please don’t leave me alone // Bastard, mother, father, no… / Time passed quicker than you will ever know / And they can push me harder / But you know I’ll never go / And they will justify it, but you know / It will take them slow

(Part 2: The girl from blue city)
The lights from across the harbour / And the boys are out on the corners / Sex in the neon basements (red and smelly) / And don’t feel a thing (it’s too cold to worry) / So in the corner by the dock / Where there’s no light / It smells like piss but no one knows / And right now just to sleep would be alright // …Feel old, gone where the feelings go / …Gone now in a field of green / Gone where feelings go…