Publicado originalmente en GrifoOnline, 2009.
Todos los gatos tienen la misma cara. De chico me asombraba esto. No entendía cómo los gatos se distinguían entre sí si eran tan parecidos unos a otros. Me preguntaba si ellos a su vez no nos veían a nosotros, los humanos, todos iguales. Lo mismo me pasaba con las personas asiáticas y con las africanas. El tema tiene un nombre, cuando se trata de seres humanos: Cross-Race Effect (CRE); las personas solemos ser mejores distinguiendo rostros de nuestra misma raza que rostros de otras razas. Los asiáticos nos ven a todos los latinoamericanos como iguales, y los africanos ven a todos los europeos como iguales. Supongo, ahora más, que los gatos nos ven a todos los humanos como iguales. Un artículo clásico mostró a inicios de esta década (Levin 2000) que la razón del CRE parecía ser que las personas, cuando observamos rostros de personas de otras razas, nos preocupamos más de identificar la raza que de identificar a la persona. En sencillo: si vemos a una persona de otra raza intentamos determinar si es asiático o africano y no si se trata de Bob o de Joe, o de Hideaki o de Hayao. Hace un par de meses Tanaka & Pierce (2009) presentaron un experimento que va más allá. Entrenaron a personas adultas caucásicas para distinguir por un lado a personas afroamericanas de hispánicas, y por otro a las personas afroamericanas o hispánicas a nivel individual (Joe, Bob). Midieron los impulsos eléctricos de los cerebros de los participantes con EEG (electroencefalograma) y descubrieron que tras el entrenamiento para distinguir a nivel individual se elicitaba una onda muy importante del cerebro que se conoce como N250. La N250 es denominada como la “onda de los expertos” y sólo ocurre cuando uno de ellos se encuentra categorizando elementos de su dominio de experticia (por ejemplo, un catador probando vinos o un pintor observando cuadros). La conclusión tiene dos implicancias sumamente relevantes. Por una parte, muestra que nuestros cerebros ―también en este tipo de tareas― son plásticos (adaptables), y en consecuencia, si uno vive de adulto con gatos, empezará a reconocer sus rostros con más detalle. Por otra ―y esto es más importante aún―, en consonancia con otros experimentos, muestra que los sesgos de raza se pueden aminorar luego de este tipo de entrenamiento. O sea, mientras más nos exponemos a la diversidad de las razas humanas no sólo nuestro cerebro se desarrolla, sino que disminuye nuestra tendencia a la discriminación.