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A Carmen Duarte

He pensado durante ya quizá demasiados años en una relación secreta que guardan la música y el fútbol. En los dos casos tenemos expresiones de la actividad y el ingenio humano donde hay exponentes de excelencia (Lío Messi, Los Beatles), pero, al mismo tiempo ambas expresiones son practicadas por decenas de millones de personas a lo largo y ancho del planeta. Desde la pichanga en la calle con arcos hechos con piedras, pasando por los partidos de fin de semana en una cancha pagada, las ligas amateurs y finalmente la Champions. Desde el canto en la ducha, pasando por el karaoke con piscola rancia un miércoles por la noche, las tocatas de garage con paredes recubiertas de cajas de huevos, hasta Lollapalooza.

Ambas expresiones son, en el mejor sentido que puede tener el concepto, espacios de competencia darwinista. No todos van a llegar a ser Cristiano Ronaldo, no todos van a llegar a ser Queen. Pero que haya un continuo desde la pichanga con pelota plástica hasta la Champions y un continuo desde el canto en la ducha a Queen asegura la salud de ambos: fútbol y música.

Cuando a uno le gusta el indie repara quizá más que nadie en esta situación curiosa (y que no se da en muchos otros campos, no hay prospectos de ingenieros nucleares haciendo microaceleradores de partículas en su casa), y repara porque el indie ES la diferencia entre la música y el fútbol. Con el indie cualquier hijo de vecino puede convertirse en una estrella planetaria, algo que jamás sucederá con las pichangas de la esquina.

Eso fue lo que sucedió con Belle and Sebastian, que esta semana dieron su segundo y tercer concierto en Chile luego de cinco años. Una banda que, de acuerdo con la leyenda, se formó como un proyecto comunitario para cesantes en Glasgow y que terminó siendo parte de la banda sonora tanto de “How I Met Your Mother”, como de todo el apatowismo, pero por sobre todo de nuestras vidas, de las vidas de algunos –y  algunas– de nosotros.

El inicio de la vida de nuevo

Como quizá una gran mayoría, mi primera noticia de Belle and Sebastian ocurrió al ver la película “Alta Fidelidad” en 2001, cuando Dick, el dependiente nerd de la tienda de vinilos “Championship Vinyl” de Rob Gordon pone a girar la canción “Seymour Stein”. Pero lo realmente modificador de mi existencia sucedió meses más tarde cuando JP Vilches, uno de mis amigos del alma, me dijo: “esto es demasiado bonito, es como las canciones de Belle and Sebastian”, cuando íbamos de vuelta a nuestras casas desde un cumpleaños de Carlos Costas. Lo recuerdo perfectamente, fue el sábado 29 de septiembre de aquel año. Todo fue uno: llegar a la casa, meterse a Audiogalaxy (el mejor sistema para bajar mp3 de la historia), bajar un par de canciones, escucharlas y enamorarse, y luego hacer click en todos los resultados de la búsqueda, para que, tres días más tarde, se pudiera armar carpetas con toda su discografía a la fecha (los álbumes “Tigermilk”, “If You’re Feeling Sinister”, “The Boy with the Arab Strip” y “Fold Your Hands Child, You Walk Like a Peasant” y los singles “Dog On Wheels”, “Lazy Line Painter Jane”, “3… 6… 9… Seconds of Light”, “This Is just a Modern Rock Song” y “Legal Man). Estos nueve discos me acompañaron insistentemente por mucho tiempo. Todos los días a toda hora y en todo lugar desde entonces. Y Belle and Sebastian pasó a convertirse en mi banda favorita de aquel tiempo, como antes lo habían sido Toto, Simple Minds, Marillion, Mike Oldfield, Metallica, The Cure, The Smiths y hasta Rush. Solo que esta vez había una diferencia: los primeros lugares en el podio cuando era adolescente duraban a lo más tres años. Belle and Sebastian va a cumplir los quince.

Hace un par de años escribí este texto en Facebook, y creo que debo mencionarlo:

“Sácame de aquí, me estoy muriendo

Una vez iba bajando en mi papú por Las Torres desde la UAI hacia mi casa y en el MP3 de la radio sonó quizá -ya no sé- por cuánta vez esa melodía que dice “Ooh! get me away from here Im dying…” y creo que por primera vez reparé en que esa canción debe ser la más significativa para mí como auditor en los últimos quince años. Estos son los primeros versos traducidos: “Sácame de aquí, me estoy muriendo. Toca una canción que finalmente me libere. Porque nadie compone ya como se hacía antes”. Nunca fue esta mi canción favorita ni de lejos de Belle & Sebastian, tengo unas diez o quince que la superan, pero en ella está el secreto de porqué esta es mi banda favorita de la vida, y es tan fácil de explicar. Cuando en 1996 B&S lanzaron el LP que la incluye (“If You’re Feeling Sinister”) la música pop había dado muchas vueltas, estaba en medio de una y se disponía a la vuelta final. El grunge y su resurrección del punk, del post-punk y del indie habían hecho lo suyo mientras que Oasis y Blur en Inglaterra ponían otro clavo a la historia, avecinándose el asalto final con los Strokes. La música popular se había vuelto autoconciente y se percibía un oscuro y antiguo peligro… que le ocurriera lo mismo que al rock cuando derivó en progresivo. Por eso el grito de auxilio: “sácame de aquí” y su explicación, “nadie compone ya como se hacía antes”. La música estaba siendo muchas cosas, menos, quizá, transportar a ese espacio de sensibilidad en que las personas se encontraban consigo mismas, con sus propias historias, con su capital autobiográfico. Stuart Murdoch y sus amigos postularon una partida desde cero: volver a hacer canciones como aquellas que en los sesentas y los primeros setentas transportaban al escucha hacia otro espacio, como la música de las Girly Groups o la cebollera gringa: con mucho del pop de cámara de Burt Bacharach y letras cínicas como las de 10cc. Belle and Sebastian consiguió un equilibrio impensado y sumamente precario… sus temas tendían a disolverse en esa aparente fragilidad, en ese encuentro preclaro de la epifanía. De pronto los escritos en un viejo árbol dejados por dos estudiantes, o los paseos en bicicleta fuera de la ciudad u observar las pompas de jabón en una plaza se transmutaban en una señal de algo más. Todo el indie que les siguió en Labrador, en Elefant, en Slumberland, hasta La Casa Azul o Dënver piratearon ese hallazgo hasta casi reventarlo. Stuart Murdoch había redescubierto algo que en Chile descubrió Jorge Teillier: que observar y sensibilizarse con lo cotidiano terminaba por transubstanciarlo, ¿o no es eso este poema? “Se me había olvidado: Una campanada = pasajeros del norte. Dos campanadas = pasajeros del sur. Tres = carga del norte. Cuatro = carga del sur. Esto lo aprendí una vez en un lugar cuyo nombre no importa donde ya ninguna campana anuncia ningún tren”. Por eso “Sácame de aquí, me estoy muriendo” es el Ars Poetica de B&S. Sabemos, tres lustros más tarde que efectivamente, volviendo al lar, al hogar a la casa materna y paterna, de la música, de la nostalgia, podíamos escapar y reencontrarnos. Los que nos sacaron a sus fans fueron ellos… la canción hoy debería decir: “Nos sacaron de allí, gracias, nos estábamos muriendo; lograron hacer canciones como se hacían antes”.”.

Sí, Belle and Sebastian ha sido tan importante para mi vida como Rush para Remis. Es por eso que fue para mí tan difícil aceptar un recital “lais” como el que dieron en Chile en 2010. Estos dos recitales de ayer y de anteayer me han reconciliado con eso, pero también han dejado algunas cosas menos claras.

Envejecer

Hay un texto que me encanta por la manera en que habla de la música pop. Es de la banda argentina Mancha de Rolando: “Miles y miles de bandas de rock / que buscan ganar dinero / solo algunos persiguen la claridad / a otros todo les chupa un huevo”.

Eso, creo, es el corazón del indie, la persecución de la claridad y Belle and Sebastian es quizá la banda que más emblemáticamente ha perseguido eso en estos últimos 20 años. Porque, como escribió Carmen Duarte: “Belle & Sebastian, a diferencia de su música –que a falta de una mejor palabra debiera llamarse “plácida”, porque la palabra bellesebastianesca aún no existe– fue por mucho tiempo una banda aproblemada, con fuertes conflictos internos, consumidos por la ansiedad de tocar en vivo y por sobre todo fóbicos de ser descubiertos en sus oscuridades. Stuart Murdoch, como el fan número uno de la banda, lo mantuvo oculto”.

Pero hay un qué, un pero y un cuándo.

Y ese qué es bien triste.

Cuando era chico y me gustaba Rush, seguía cada uno de sus discos, hasta que un día hicieron un disco que no me gustó, el “Presto”. Similicadenciosamente, a partir de entonces les dejé de “prestar” atención. Y yo sé que los fans, los fans de verdad, los que no se rinden ante nada, siguieron. Para mí, aunque en esa época (1989) esa idea no existía, la despedida fue muy triste: “Rush ya fue”.

Esta es una idea importante. En todas partes del mundo y una y otra vez, muchos fans siguen a sus bandas emblema después de que “ya fueron”, con la secreta esperanza de que alguna vez vuelvan. Yo pensaba que esto jamás me sucedería a mí, porque, como siempre digo, soy un “early adapter”, pero también un “early discarder”.

Pero con Belle and Sebastian no ocurrió así, y me tuve que mamar el “Storytelling”, el “Dear Catastrophe Waitress”, el “The Life Pursuit”, el “Write About Love” y ahora el “Girls in peacetime want to dance”. Es verdad que en cada uno de ellos se encuentran todavía dos o tres joyas, pero no son los discos redondos de antes, y ya los singles no valen la pena.

Los recitales

Por eso los dos recitales tuvieron algo de cobrada de cuentas. En ellos, y con setlists diferentes, Belle and Sebastian cubrieron muchos de sus clásicos, como “Lazy Line, Painter Jane”, “We Rule the School”, “Legal Man”, “The Loneliness Of A Middle Distance Runner”, “Sleep the Clock Around” y muchas más. Y entonces reparamos en algo clave: Belle and Sebastian ya es un clásico. Pero un clásico clásico, con una treintena, o quizá una cuarentena, de canciones que podrían sin problemas estar en el panteón de las 500 canciones del indie.

Si me preguntaran qué es lo que hace a Belle and Sebastian tan bueno, al nivel excelso que para mí tiene, diría que es una peculiaridad de su música que no ostentan muchas bandas: los arreglos. Los instrumentistas no son tan buenos, las voces de Stuart, Sarah y Stevie no son muy destacables, las melodías de sus temas no son tan innovadoras, no hacen solos, no tienen grandes aspavientos operáticos… pero sus arreglos son sublimes.

Lo ejemplifica un momento increíble del recital en el Caupolicán. Stuart Murdoch había subido mucha gente al escenario e interpretaban “The Boy with the Arab Strap”, y en el momento en que los instrumentos hacen una pausa antes de que Stevie entre con su voz, una niña que estaba allí y que claramente era fan fan, desde el borde del escenario detiene su baile y apunta como en un pase de magia a Stevie que hace lo suyo. Esta escena solo es posible porque los arreglos de esa y muchas canciones se los aprenden de memoria los fans. Y esta noche, a diferencia de la que ocurrió hace cinco años, eran puros fans. Fans que no son nerds, sino pernos, los pernos con onda que caminan con las manos abajo.

Y ahí hay algo especial: Belle and Sebastian es una banda que, haciendo chamber pop (el más elaborado de los subsubgéneros del indiepop) ha sido capaz de llegar a sonar en vivo como esperamos aunque sus composiciones arreglísticamente sean sumamente complejas.

R.E.M.

Quiero detenerme en un penúltimo detalle/reflexión. Miles y miles de bandas de pop/rock tratan de salir del anonimato y convertirse en estrellas mundiales. Algunas de ellas lo logran. Muy pocas. Y cuando lo logran, ¿qué hacen?

En el caso de Belle and Sebastian el recorrido desde el indie a la figuración mundial ya había sido recorrido por otras bandas y por dos muy en especial: The Smiths y R.E.M. De los primeros sabemos que en sus inicios los B&S imitaron los artes de las carátulas y las letras witty. Pero de los segundos fue de donde imitaron sus ahora casi diarios recitales. Tal como Belle and Sebastian, R.E.M, hizo sus primeras armas ante públicos pequeños, recorriendo en bus los colleges de los Estados Unidos junto con Black Flag. Pero de pronto, a fines de los ochentas, alcanzaron renombre nacional e internacional. Entonces el tímido Michael Stipe tuvo que mutar en estrella. Y el parecido con la historia de Stuart Murdoch no se queda en eso. Tambien está el físico (ambos tienen un biotipo parecido). Y también sus “second man”: Mike Mills en el caso de R.E.M. y Stevie Jackson en B&S. El fiato y el humor y la complicidad entre frontman y second man es realmente notorio en ambas bandas.

Karaoke sin karaoke

Durante los últimos cinco lustros cada vez que voy a un karaoke en Santiago o en Viña pido los libros con las listas de canciones que tienen para buscar si hay alguna de B&S. Hasta ahora no he encontrado ninguno. Y es cierto. Parece que los muchachos lo lograron: serán indies por siempre. Pero eso no quita que sus canciones –de los cuatro primeros LPs y de sus cinco primeros EPs– se hayan convertido en estándars, como los standards del jazz. Quizá nunca se convertirán en una banda como Queen, ni tampoco en unos tributos de sí mismos. Pero pervivirán en la memoria de los que amamos el indiepop como la banda a la que le debemos todo, cantando en karaokes invisibles de un mundo imposible.

***

Actualización

Daniel Fup en Facebook me hace un comentario iluminador sobre un aspecto:

“Un pequeño apunte. Cuando B&S aparecen tanto Slumberland como Elefant llevan años publicando a bandas como St. Christopher, Velocity Girl, Softies o Black Tambourine. Incluso Elefant en su encarnación temprana como La Línea del Arco había trabajado con más bandas indie-pop desde antes por lo que, aunque seguro que les gusta mucho, no parece probable que pudiera ser una influencia directa para esos sellos. De hecho no es muy difícil aventurar que fuera al revés”.

Es iluminador porque, de nuevo como ha dicho Carmen Duarte (comunicación personal, 2015): “las grandes bandas no surgen de la nada, tienen una historia y una escena previa e influencias”.

Me encanta esa idea, porque muchas veces, como hace ver Daniel, nos quedamos con la única banda de la que estamos hablando o escribiendo y a la que amamos y nos olvidamos de sus orígenes. Mi caso favorito de este olvido de los orígenes es Nirvana. En uno de los textos más completos que haya leído sobre el indiepop, de Nitsuh Abebe para Pitchfork, el autor ilumina sobrecogedoramente los orígenes del grunge, vindicándolo al indiepop estadounidense de K Records:

“Mira de nuevo a esas raíces, sin embargo, y te darás cuenta de que la mitad de la base de indie rock del noroeste [estadounidense] está dando vueltas cerca. Fue el escenario de Olympia el que dio a luz al riot grrrl; fue el International Pop Underground el que introdujo a Modest Mouse y a Bratmobile. Una de las otras bandas de Calvin, The Go Team, brevemente incluyó a un guitarrista joven que se hacía llamar “Kurdt Kobain” – un chico que de tal manera amó estas cosas que se tatuó el logotipo de K Records en su brazo”.

Porque, como dice Borges:

“Como ahora nosotros lo leemos. En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que tratar de purificarla de toda connotación de polémica o rivalidad. El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres” (Kafka y sus precursores).