Publicado originalmente en FaceBook, 2009.
Este texto está extraído de Jackendoff (2002), comparto plenamente su postura.
Aquellos de nosotros que trabajamos en el estudio del lenguaje a menudo nos encontramos en la curiosa situación de tratar de convencer a todo el mundo de que estamos realizando una empresa técnicamente demandante. No se espera que los matemáticos tengan la obligación de explicar su trabajo a otros: “¡Matemáticas!, nunca me fue bien en eso”. Y, aunque de los biólogos y los neurocientistas se espera que expliquen los objetivos de sus estudios de una manera muy general; los formidables detalles químicos y psicológicos que constituyen el centro de su trabajo, se da por sentado que se encuentran más allá de la capacidad de comprensión de los no especialistas.
Pero con el lenguaje parece haber una historia diferente. Cuando comenzamos a explicar el tipo de problemas que abordamos, una típica respuesta es: “Oh, claro, yo entiendo lo difícil que es el lenguaje: una vez traté de aprender ruso”. Cuando intentamos explicar que no, que eso no es ni la mitad de ello, rápidamente perdemos la atención de la audiencia. La reacción es comprensible: ¿quién sino un lingüista querría escuchar en una fiesta o un asado acerca de la investigación reciente en extracción de larga distancia o el papel de lo extramétrico en la asignación de los acentos?
El lenguaje y la biología proveen de un interesante contraste en este sentido. La gente espera ser enredada o aburrida por los detalles bioquímicos de, por decir algo, el metabolismo celular: por lo tanto, no preguntan sobre aquello. Lo que a las personas les interesa de la biología es la historia natural –hechos extraños acerca del comportamiento animal, o cosas por el estilo. A pesar de esto, se reconoce y respeta el hecho de que la mayoría de los biólogos no estudia ese tipo de asuntos. De manera similar, lo que interesa a las personas acerca del lenguaje es su “historia natural”: la etimología de las palabras, de dónde viene el lenguaje, y porqué los jóvenes hablan tan mal hoy en día. La diferencia estriba en que las personas NO reconocen que en el lenguaje hay más que eso, por lo que se sienten muy frustrados cuando el lingüista no comparte su fascinación.
Es evidente que las personas que se sienten atraídas por la lingüística poseen un cierto talento para la reflexión metalingüística –el placer de elaborar oraciones agramaticales, la búsqueda de ambigüedades o implicaturas curiosas, la audición e imitación de acentos, y así–; y el entrenamiento profesional como lingüistas solo acentúa esas tendencias. No es sorpresivo, entonces, que el sentido de los lingüistas acerca de qué es lo interesante en el lenguaje difiera de aquello que lo hace interesante para nuestros amigos biólogos, economistas o dentistas. El error se encuentra en que nosotros, los lingüistas, hemos asumido que el resto de las personas son como nosotros. Estamos, en conclusión, en una situación similar a la de un seguidor de la ópera que de improviso descubre que está rodeado de roqueros.
JACKENDOFF, R. (2002) Foundations of Languaje. Oxford: OUP. 3-4.
La traducción es propia.