(Artículo publicado originalmente en La Tercera, para el 21 de mayo de 2002)
En mayo de 1879, en la rada de Iquique y en plena Guerra del Pacífico el capitán Arturo Prat al mando de la corbeta Esmeralda ralizó un temerario y heroico abordaje al monitor Huáscar que, aunque le cobraría la vida, sería el origen de su fama imperecedera. Poco después el diario Times de Londres se refirió al hecho: “Este es uno de los combates más gloriosos que jamás haya tenido lugar”, y a Prat se le llegó a llamar “el Nelson chileno”. El suceso parece sacado más de la literatura que de la realidad, pero se inscribe en una larga lista de acontecimientos de nuestras costas que han alcanzado reconocimiento universal. A continuación presentamos cuatro relatos de la literatura que se inspiraron en el mar de Chile.
Moby Dick o Mocha Dick:
En mayo de 1839 el Knickerbocker Magazine de Nueva York publicó un artículo firmado por un tal Jeremiah Reynolds titulado “Mocha Dick: o la Ballena Blanca del Pacífico”. El reportaje contaba la historia de un gigantesco cachalote albino que había sido avistado por vez primera en 1810, cerca de la Isla Mocha (38º 28’ sur), en la actual Octava Región chilena, y que se caracterizaba por una inusual furia contra los barcos balleneros. Se cuenta que durante su existencia Mocha Dick habría librado unas 100 batallas contra arponeros de todas las banderas, matando una treintena de personas. Al nombre propio relativo al lugar donde se le encontró originalmente se agregó el apellido Dick siguiendo una vieja costumbre de los cazadores de ballenas, que solían llamar a los ejemplares más peligrosos y esquivos con títulos tan sugestivos como Timor Tom o New Zealand Jack.
Herman Melville, que alguna vez trabajó en un barco arponero en el Pacífico, se inspiró en el nombre del cachalote blanco chileno para dar vida a la inmortal Moby Dick en 1851.
Robinson Crusoe o Alejandro Selkirk:
En octubre de 1704 el barco Cinque Ports de la expedición del corsario Dampier, tras varios meses sin poder encontrar naves que atacar, abandona a su suerte al marino Alejandro Selkirk premunido sólo de un mosquete, una biblia, un hacha, un poco de ropa, un puñado de pólvora y algunos otros utensilios, en la isla de más a tierra del archipiélago de Juan Fernández. Selkirk estaba tan molesto con el fracaso de la empresa que prefirió quedarse en ese paraje desolado a proseguir la campaña de sus compañeros de travesía. Su habitación en la isla duró hasta que en 1709 otra expedición, a cargo de Woodes Rogers, y que había recalado en el lugar le encontró sorpresivamente.
Selkirk guardó un religioso silencio sobre lo que fueron esos cuatro años viviendo como un náufrago, pero eso no impidió que Daniel Defoe reescribiera su aventura como Robinson Crusoe en 1719.
Arthur Gordon Pym o Owen Chase:
En noviembre de 1820 el ballenero Essex del puerto de Nantucket se encontró al sur de las Galápagos con un importante banco de cachalotes. Cuando los arpones se disponían a dar cuenta del mismo, un enorme ejemplar se separó del grupo y dando la vuelta arremetió contra el navío al que tras dos feroces embestidas hizo naufragar. Los sobrevivientes enfilaron sus botes hacia la costa pasando todo tipo de penurias, incluido el canibalismo, hasta que tres meses más tarde fueran rescatados, como Selkirk, en las inmediaciones de Juan Fernández. Owen Chase, un joven tripulante de la infausta tragedia escribió entonces un libro con la relación de sus desventuras: Narración del Naufragio del Barco Ballenero Essex.
Edgar Allan Poe tuvo a la vista este relato cuando en 1837 publicara su más famosa novela: Arthur Gordon Pym. Pero, no fue el único, también el mismo Melville recogió parte de la historia en la ya citada Moby Dick.
Cthulhu, ¿o Cai Cai Vilú?:
En marzo de 1925 la goleta de dos velas Emma, con base en Auckland, luego de ser empujada muy hacia el sur por una terrible tormenta, se encontró de improviso con un barco de nombre Alert en el punto 49º51’ de latitud sur y 128º 34’ de longitud oeste (frente a Chile Chico). Este último, cuya marinería estaba compuesta por una caterva de la más baja realea, conminó al primero a dar media vuelta. Como el capitán Collins se negara, los dos navíos se trabaron en una feroz lucha y aunque los del Emma dieron cuenta de los del Alert, la tripulación quedó reducida a sólo ocho personas. Consternados por el suceso y ahora conducidos por Gustav Johansen (Collins había fallecido en la refriega), continuaron su curso, para al día siguiente hacer tierra en un islote que no aparecía en los mapas.
Al arribar Johansen en el puerto de Darling Harbour (Australia), rescatado por el Vigilant de Valparaíso se negó a explicar cómo los otros siete supervivientes habían encontrado la muerte por su estadía en el extraño islote, pero el que llevara en sus manos un terrorifico ídolo de piedra, más el contexto de su relato, llevaron a H.P. Lovecraft en 1926 a imaginar que lo que habían encontrado frente a las costas de Chile no era otra cosa que la mítica R’lyeh, el lugar donde descansa el Gran Cthulhu: el más importante de los monstruos del panteón lovecraftiano.
Y aunque de las cuatro historias mencionadas esta es la única ficticia, no deja de ser sugerente que en el mismo sector del Pacífico donde habría tenido lugar el encuentro con el monstruo, habite desde tiempos inmemoriales la diabólica serpiente marina Cai Cai Vilú de la mitología de Chiloé.
1 comment
corrales(!) says:
May 20, 2010
No olvidar a Benito Cereno, el pésimo marino chileno que describió Melville, por allá en el Cabo de Hornos, hace una porrada de años. Salud!