Una de nuestra teorías regalonas en psicología y en lingüística cognitiva es la de George Lakoff, quien plantea junto a Mark Johnson en su libro “Metáforas de la Vida Cotidiana” que el proceso de adquisición y comprensión de conceptos siempre está mediada por metáforas: que establecemos mapeos desde un dominio conceptual a otro, usualmente en dirección ascendente. Comprendemos conceptos abstractos estructurándolos en torno a conceptos más simples, o que adquirimos de manera más directa. Por ejemplo, en el caso del tiempo, conceptualizamos su transcurso de manera espacial, como movimiento lineal en un eje horizontal, caminando hacia adelante (en el que el futuro está adelante y el pasado atrás), o desplazándonos de izquierda a derecha (como en las líneas de tiempo). Otro ejemplo es el de las cantidades numéricas, que conceptualizamos espacialmente de manera vertical: usualmente hablamos de que los precios suben o bajan, se disparan o se desploman. Y otro ejemplo más claro aún es la conceptualización de las relaciones afectivas en términos de temperatura: hablamos de “calurosa bienvenida”, una “fogosa noche de pasión” o de una “fría indiferencia”… o en buen chileno, hablamos de la excitación como “estar caliente”.
Tropecé el otro día con un fabuloso artículo de Ian Buruma, titulado “El Futbol es Guerra”. En estos días de nacionalismo exacerbado (“poropopooo poropopoooo el que no salta es hondureño/suizo/español/brasileño maric…”) es necesario reflexionar sobre el porqué el fútbol nos trae alegrías tan intensas como los que nos trajo la roja de Marcelo Bielsa (y pesares también, no nos olvidemos de Nelson “Bonifacio” Acosta y de Xabier Azkargorta). Y es que pocas cosas unen a un pueblo tanto como la rivalidad con otro, ya sea bélica o deportiva, rivalidades que tienen mucho en común. Ahora que el paso de Chile por el mundial terminó, es una buena oportunidad para reflexionar sobre la experiencia vivida.
El Futbol es Guerra
por Ian Buruma
Copyright: Project Syndicate, 2010. www.project-syndicate.org
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Al final de su vida, Rinus Michels, conocido también como “el General” y entrenador del equipo holandés que por escasa cuenta perdió ante Alemania en la final de 1974, dijo que “el fútbol es guerra”. Cuando llegó el momento de la venganza para los holandeses en 1988, derrotando a Alemania para después convertirse en campeones europeos, más gente bailó en las calles de Holanda que el día en que la guerra llegó a su fin en mayo de 1945.
En una ocasión, en 1969, un partido de fútbol entre Honduras y El Salvador sí condujo a un conflicto militar, conocido como la Guerra del fútbol. El nivel de tensión entre ambos países ya era alto, pero entonces hubo hostigamiento hacia los fanáticos del equipo hondureño y, peor aún, se insultó el himno nacional y se profanó la bandera de ese país.
Por supuesto, las guerras de fútbol son poco comunes (de hecho, no sé de ninguna otra), pero es una ficción romántica la noción de que las competencias deportivas inspiran inevitablemente una cálida fraternidad, idea manifestada por el Barón de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos. Por ejemplo, la violencia de los hooligans británicos refleja una peculiar nostalgia de la guerra. La vida en tiempos de paz puede ser rutinaria y aburrida, y las glorias británicas parecen muy lejos en el pasado. El fútbol es una oportunidad de vivir la emoción del combate sin arriesgar mucho más que unos cuantos huesos quebrados…
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