Disculpe, caballero, pero ¿vive algún niño aquí?
¡Puchas! No tenían con quién jugar, y estaban tan aburridos que iban de puerta en puerta en busca de compañeritos. Lamentablemente, tuve que decepcionarlos con un algo avergonzado no. Fue entonces que una de las niñas del grupo, de unos 6 ó 7 años de edad, me hizo otra pregunta:
Y ¿no habrá alguna niña?
Debo confesar que me reí un poco –¡ojalá que no me haya malinterpretado la pobre niña!– pero detrás de esta pregunta inocente hay un fenómeno lingüístico interesante.
La abogado del diablo
Desde hace algún tiempo, se ha estado luchando contra ciertos fenómenos de la lengua castellana que cada vez más personas consideran sexistas. El uso de sustantivos masculinos singulares para referirse a mujeres que ejercen determinadas profesiones y ocupaciones —la alcalde, la concejal, la abogado, la juez y cosas por el estilo– probablemente constituyó el primer frente de la batalla.
Estas construcciones tienen su origen en la realidad social de antaño: por mucho tiempo sólo había alcaldes hombres, concejales hombres, abogados hombres y jueces hombres, de modo que la gente estaba acostumbrada a escuchar sólo las versiones masculinas de tales sustantivos. En ese contexto, la palabra abogada era tan insólita como lo es todavía la palabra embarazado, y no se escuchaba por la misma razón: no existían referentes en la realidad que hicieran necesario su empleo.
Pero con el correr de los años, las mujeres empezaron a ingresar a estas profesiones, ocupaciones y cargos, y en consecuencia surgió la necesidad de hablar de la presidenta, la ejecutiva, la senadora, la alcaldesa, la concejala y similares. Sin embargo, las fuerzas conservadoras de distintas sociedades hispanoparlantes se resistieron férreamente al empleo de estas palabras. El argumento que esgrimían con más frecuencia era que el sustantivo masculino supuestamente “engloba”, “abarca” o “incorpora” al femenino, de modo que –según este punto de vista– una mujer es abogado, nunca abogada, palabra supuestamente “innecesaria” o incluso “inexistente”.
Los hablantes, haciendo uso de su soberanía lingüística, no hicieron caso a estos argumentos, y siguieron impulsando el cambio. O, mejor dicho, siguieron hablando como mejor les parecía, hasta que la lengua cambió a nivel de sistema. Y el resultado está a la vista: en Chile, por lo menos, hoy en día se escucha muy rara vez la abogado, la senador, la ingeniero, la presidente, etc.
Quedan sólo unos pocos casos limítrofes que se resisten a esta tendencia, como la cantanta, que parece no usarse casi nunca en en estos lares: sólo figura 281 veces en Google (y varios de estos resultados son erróneos: por algún motivo, Google insiste en incluir “la cantanta [sic] Santa María de Iquique” en los resultados).
Es probable que tarde o temprano empecemos a decir también la cantanta, tal como algunos peruanos ya lo hacen, y que las demás excepciones caigan en el camino. Esto, por dos motivos.
Primero, porque se trata de un cambio regularizador de la lengua: en el castellano, casi todos los sustantivos que se refieren a personas de un determinado sexo biológico (masculino o femenino) tienen el género gramatical correspondiente (también masculino o femenino). Hablamos de el despistado, la indignada, el perdedor y la ganadora; jamás de la despistado o la perdedor, y menos de el indignada o el ganadora. Casos como “esta abogado” y “una ingeniero” constituyen verdaderas aberraciones: están compuestos de un determinante femenino (la, una, esta, esa, nuestra, etc.) y un sustantivo masculino (abogado, ingeniero, etc.), cosa que simplemente no cuadra con el patrón general de la lengua. Decir la abogada le devuelve al sistema su simetría y regularidad.
Un segundo factor que sin duda aportó al éxito del cambio es el hecho de que es tan eficiente como la alternativa: no cuesta más decir la abogada que la abogado. De lo contrario, podría no haber prosperado.
niños + niñas = ¿niños?
Pero hay otra batalla que está lejos de concluir. Se trata del uso de un sustantivo masculino en plural (los alumnos, los diputados, los chilenos, los ciudadanos) para referirse a un grupo mixto, compuesto tanto de hombres como de mujeres.
En los últimos años, esta práctica –que sin duda es de larga data– ha empezado a generar ruido para algunos. Si un grupo contiene hombres y mujeres, ¿por qué deberían mencionarse sólo los hombres? Más aún cuando los hombres son minoría en el grupo, o incluso cuando está presente uno solo. Si se trata de un grupo mixto, ¿por qué no decir niños y niñas en vez de sólo niños?
La postura tradicionalista
La postura tradicional del hispanismo es que sería innecesario hacer mención de las personas de ambos sexos en estos casos porque los sustantivos de género masculino se referirían a las personas de sexo tanto masculino como femenino. Es decir, tal como sucedió en el caso de los sustantivos de profesiones y ocupaciones (la ingeniero, la abogado), se asevera que lo masculino englobaría lo femenino y, en consecuencia, supuestamente no hace falta mencionar a las mujeres.
Este argumento merece una serie de reparos. En primer lugar, conceptos como necesario e innecesario no son aplicables a las lenguas. ¿Es necesario que el castellano marque el plural con tan alto grado de redundancia (e.g. “Las nuevas técnicas no están aceptadas“)? ¿Es necesario que el alemán distinga el genitivo del dativo? ¿Es necesario que el portugués tenga vocales nasales, que el mapudungun tenga formas duales o que los argentinos usen vos en vez de tú? Estas preguntas no tienen sentido. Más provechoso sería preguntar si es necesario que el guepardo tenga manchas.
Por otra parte, la postura tradicionalista busca apoyarse en el hecho de que género no es lo mismo que sexo (a menudo tratando a las personas que dicen “niños y niñas” de ignorantes, incultas y estúpidas o de políticamente correctas… ¡este tema sí que despierta pasiones!). Ahora bien, es cierto que género gramatical y sexo biológico son conceptos distintos. Todos entendemos que una guagua (sustantivo de género gramatical femenino) puede ser de sexo masculino, que un bebé (género gramatical masculino) puede ser de sexo femenino, y que ni el lucro (género masculino) ni la corrupción (género femenino) tienen sexo.
Pero, a la vez, está claro que cuando se trata de seres humanos, el género gramatical y el sexo biológico casi siempre coinciden (guagua y bebé son excepciones precisamente porque se refieren a seres todavía asexuados). Este hecho es lo que impulsó la adopción –ya casi universal en Chile– de sustantivos de género femenino para personas del sexo correspondiente (la abogada en vez de la abogado). Y es probablemente uno de los factores que ha llevado a cuestionar la idea tradicionalista de que en los plurales, las mujeres estarían automáticamente presentes aunque sólo se hable de los hombres, ya que cuando nos topamos con un sustantivo de género masculino referido a personas, tendemos a pensar que las personas son hombres. Negar la estrecha relación entre el género gramatical y el sexo biológico en el caso de los seres humanos es pecar de ingenuidad.
Finalmente, la postura tradicionalista hace caso omiso de los hablantes y de la sociedad, de dos maneras distintas. Primero, concibe la lengua como un ideal platónico, una entidad independiente de los hablantes (¡ubicada quizás dónde!) que sería inmutable y perfecta, y que tendría su propio “espíritu” o “genio”. Según este punto de vista, sumamente popular en el siglo XIX y todavía considerado de punta por más de un hispanista, los hablantes no deberían tener participación alguna en la constitución y desarrollo de su propia lengua. Todo lo contrario: los hablantes deberían limitarse a reproducir el castellano platónico (llámese norma culta, español estándar, o lo que sea) y rechazar todo cambio no oficialmente aprobado por la Real Academia Española (dado que las academias subsidiarias han renunciado a la posibilidad de actuar de manera independiente, no vale la pena considerarlas).
Con esto, se está tratando de usurpar la soberanía lingüística de los hablantes, que son los creadores y dueños de la lengua. Realmente cuesta concebir el descomunal grado de patudez que esta gente demuestra al autoproclamarse dueños y soberanos de todo un idioma, pero ahí está.
Segundo, la postura tradicionalista se basa en la idea de que la lengua no tendría relación alguna con la sociedad. Por citar un solo ejemplo, si un término resulta brutalmente ofensivo para los hablantes, como es el caso de indio referido a los quechuas, aimaras, mapuches y otros pueblos indígenas americanos, ¡ni importa! Hay que seguir usándolo, aunque en gran parte del mundo hispanoparlante sea tan despectivo y violento como el inglés nigger. Y para más remate, habría que evitar los términos no ofensivos, como indígena. Los argumentos que se esgrimen para apoyar este punto de vista son pobres e ingenuos –los decretos de la RAE, la etimología, el logicismo– y tienen en común un singular desdén por los efectos que la lengua puede tener en la sociedad.
Lo mismo sucede en el caso del uso de plurales masculinos para referirse a personas femeninas. Un sector cada vez más grande de la sociedad considera que esta práctica invisibiliza a las mujeres, relegándolas a un segundo plano o incluso eliminándolas por completo del discurso y, por ende, de la consciencia de los oyentes. En consecuencia, algunos han empezado a mencionar las personas de ambos sexos explícitamente: los niños y las niñas, chilenas y chilenos, etc.
Pero los tradicionalistas fruncen el ceño ante estos argumentos y abogan por mantener las prácticas lingüísticas de siempre. Lo social no es una consideración para ellos; lo que vale es la tradición.
La postura innovadora
La postura innovadora aboga por hacer mención explícita no sólo de los hombres, sino también de las mujeres, cuando un grupo está compuesto de ambos. Este punto de vista está diametralmente opuesto al tradicional. Por una parte, da gran importancia al papel social de la lengua: reconoce que puede tener efectos en la sociedad y en los hablantes que van más allá de la mera comunicación.
Por otra parte, la postura innovadora parte de la base de que los hablantes son los dueños de su lengua y pueden hacer con ella lo que les plazca. En consecuencia, no reconoce la legitimidad de las personas y entidades que se arrogan el derecho de controlar cómo los demás usan la lengua. A la vez, concibe la tradición como algo netamente histórico que no tiene por qué determinar el futuro de la lengua.
Por lo tanto, la postura innovadora no busca imponer el uso de formas como “los niños y las niñas” desde arriba, mediante dictámenes oficialistas, pronunciamientos de la RAE, gramáticas prescriptivas y similares, sino que intenta implantarlas desde abajo, mediante mecanismos que van desde la concientización y la persuasión hasta las campañas de ridiculización y desprestigio.
Así que no hay que hacerse ilusiones: ambos bandos están tratando de determinar el futuro del castellano. Sólo que los tradicionalistas recurren al autoritarismo para tratar de imponer la forma que defienden (también pueden tratar de convencerles a los hablantes, pero sus argumentos tarde o temprano recurren a la autoridad), mientras que los innovadores utilizan la presión social desde abajo.
Resumiendo, los tradicionalistas piensan que no existe ningún problema: no se ha mencionado a las mujeres en grupos mixtos históricamente, así que no habría por qué empezar a hacerlo ahora. Los innovadores, en cambio, consideran que la no mención sistemática de las mujeres sí constituye un problema, y que debería rectificarse.
¿Cómo innovar?
Si queremos nombrar explícitamente a las mujeres en un grupo compuesto de gente de ambos sexos, en vez de suponer que su presencia puede deducirse de la presencia de hombres, ¿cómo lo podemos hacer? Es aquí donde los innovadores se topan con un gran problema: hay muchas soluciones, pero ninguna es particularmente eficiente, pocas pueden utilizarse en la lengua oral, y varias de ellas probablemente serían consideradas poco estéticas por no pocos hablantes. Veamos algunas de las opciones para hablar de un grupo mixto de alumnos.
l@s alumn@s
lxs alumnxs
Estas dos alternativas se ven bastante en internet, y también en rayados, grafitis, panfletos y volantes. Reemplazan las vocales que corresponden al morfema de género (o, a) por la arroba, la letra x u otra cosa (en el afiche a la derecha se usa nada menos que la estrella negra del anarquismo; supongo que Bakunin no se habría opuesto). De este modo, se eliminan las marcas de género y, por ende, toda referencia a un sexo determinado, logrando un trato igualitario para hombres y mujeres.
Lo notable de estas opciones es que son tan eficientes como su competencia: l@s alumn@s no utiliza un solo carácter más que los alumnos. Además, la arroba tiene un valor icónico muy simpático, ya que está compuesta de una a más algo que podría interpretarse como una o. No se podría inventar un símbolo más apropiado, en realidad.
lis alumnis
les alumnes
Estas dos alternativas son bastante exóticas. Consisten en crear un nuevo morfema plural sin marca de género: i, e o posiblemente otra cosa. Un fonólogo cubano-americano propuso algo así en una lista de correos hace como 15 años, pero medio en broma; no he visto estas formas “en terreno” nunca.
El único problema de esta alternativa es que su adopción obligaría a cambiar el sistema gramatical del castellano. Y que conste que no estamos hablando de esas reglas arbitrarias que se encuentran en los libros de gramática prescriptiva, del estilo “No reduplicarás los clíticos” o “Úsese el subjuntivo y no el condicional en cláusulas encabezadas por si” (son pocos los hablantes que conocen este tipo de reglas, y menos aún los que las toman en serio). Por el contrario, estamos hablando aquí de cambiar el sistema gramatical profundo que todo hablante nativo adquirió en su infancia y que utiliza de manera automática e inconsciente. ¡Eso es lo más difícil que hay! Y cuando se da –como en el caso de vuestra merced > vuesarced > vuested > usted, o de ha de cantar > cantará— se debe a procesos espontáneos, y no a dictámenes desde arriba ni a argumentos que buscan provocar cambios desde abajo.
Eso dicho, hay un fenómeno que en una de ésas podría servir como base de un cambio de este tipo, en el largo plazo. Apuesto a que todos ustedes le han escuchado a alguien –probablemente una mujer joven– decir “mis amiguis” o “mis primis”. Estas palabras son notables, entre otras cosas, porque terminan en una i no acentuada, cosa extremadamente rara en el castellano.
Este fenómeno parece operar a través de la apócope del diminutivo: amigo > amiguito > amigui, y de ahí al plural amiguis. Hasta el momento, el proceso parece limitarse a ciertos lexemas; todavía no escucho compañeris ni hermanis, por ejemplo, aunque no descarto para nada que existan. De agarrar vuelo, este proceso podría volverse productivo, capaz de aplicarse a cualquier palabra.
Si eso sucediera, y si las formas resultantes perdieran el valor de afecto que palabras como amiguis parecen tener (cosa que limita su aplicabilidad), tendríamos un morfema -i- que no marca el género y que serviría para formar plurales junto con el morfema plural. Entonces, sería posible decir alumnos (hombres), alumnas (mujeres) y alumnis (hombres y mujeres).
No digo que sea particularmente probable que esto suceda, pero es una posibilidad. El hecho de que el mismo morfema epiceno tendría que adoptarse en los artículos (lis amiguis) y adjetivos (primis simpátiquis), además de los sustantivos, sin duda complica el panorama.
los alumnos(as)
los(as) alumnos(as)
los alumnos/as
los/as alumnos/as
los/las alumnos/as
Estas alternativas se ven con frecuencia en el ámbito educacional. Resuelven el problema mediante la inclusión de ambos morfemas de género, o y a. Los recursos específicos que se utilizan para hacerlo –paréntesis o barras oblicuas; la repetición del morfema plural -s, y/o del artículo– son un poco chocantes en términos visuales, pero se entienden. Sin embargo, estas soluciones obligan a los hablantes a trabajar un poco más, tanto al escribir como al leer. No se trata de un obstáculo insuperable, pero es un punto en su contra, y no va a ayudar a que estas opciones se adopten.
el alumnado
Esta alternativa consiste en reemplazar los sustantivos plurales por un sustantivo colectivo singular: el alumnado, el profesorado, etc. A primera vista esta opción parece muy ingeniosa, ya que es pronunciable y eficiente, y es la única que evita por completo el problema de la repetición masiva de toda palabra con morfema de género (determinantes, sustantivos y adjetivos). Es decir, nadie en su sano juicio va a decir:
Los alumnos nuevos nacidos después del 1 de enero de 1985 y las alumnas nuevas nacidas después de esta misma fecha.
Y nadie sabría cómo decir:
Los/as alumnos/as nuevos/as nacidos/as después del 1 de enero de 1985.
Una frase como El alumnado nuevo nacido después del 1 de enero de 1985, en cambio, probablemente suena medio raro, pero si se adoptara esta solución, los hablantes se acostumbrarían y frases como ésta dejarían de llamar la atención.
El gran problema que enfrenta esta opción es que el castellano tiene muy pocos sustantivos colectivos, y los mecanismos para crearlos ya no son productivos. La gran mayoría de estas palabras se refiere a animales o cultivos: rebaño, bandada, trigal, pinar, etc. No está nada de claro cuál sería el sustantivo colectivo para distintos grupos de personas: el carabinerado, el academiquerío, la pokemonada y el poetal son –quizás– técnicamente posibles, pero seamos honestos… nadie va a usar estas palabras.
En todo caso, aunque encontráramos la manera de acuñar más sustantivos colectivos, en la práctica tendríamos que inventar uno para cada sustantivo plural, y eso simplemente no va a suceder: implicaría un descomunal esfuerzo.
los alumnos y las alumnas
Esta alternativa es muy común en el mundo de la educación. Consiste en repetir la frase nominal referida a hombres en su versión femenina: ciudadanas y ciudadanos, las profesoras y los profesores, etc.
Esta solución es sumamente pronunciable, que es un punto en su favor. Pero a la vez, es la menos eficiente de todas las alternativas. En comparación con el tradicional los alumnos “englobante”, por ejemplo, implica pronunciar el doble de sílabas más una (la conjunción y). Y eso pesa. Tanto así, que cuando se usa esta fórmula, rara vez se mantiene a lo largo del escrito: típicamente, se parte con algo así como Estimados académicos y académicas, pero dentro de unas pocas oraciones se termina refiriéndose sólo al masculino (Todos ustedes están inscritos en el sistema).
¿En qué va a terminar todo esto?
El abandono de los sustantivos masculinos singulares referidos a mujeres (la abogado, la senador, la ingeniero) fue producto de un proceso esencialmente lingüístico y espontáneo: nació del deseo de regularizar una serie de inconsistencias que iban en contra de dos tendencias generales del sistema: (i) a determinante femenino (la, una, esta), sustantivo femenino (abogada, presidenta, senadora), y (ii) a ser humano femenino, sustantivo femenino. (Este mismo impulso regularizador es lo que lleva a algunos niños a decir cosas como el comunisto y el poeto). El hecho de que el cambio no implicó un esfuerzo adicional por parte de los hablantes seguramente le ayudó a imponerse.
Muy distinta es la situación del uso de sustantivos masculinos plurales para referirse a grupos mixtos (los alumnos para referirse a alumnos y alumnas). El impulso detrás del abandono de esta costumbre es netamente sociopolítico: el deseo de dar un trato igualitario a las mujeres. Por lo tanto, quienes comparten este valor van a tender a adoptar el cambio (los alumnos y las alumnas para referirse a grupos mixtos), mientras que quienes no lo comparten van a seguir con la práctica tradicional.
Por otra parte, todas las alternativas a la fórmula tradicional presentan falencias importantes: algunas no pueden pronunciarse (l@s alumn@s, los(as) alumnos(as), los/as alumnos/as); otras implican la creación de un número potencialmente infinito de palabras que van a resultar ridículas para muchos (abogadal, senadorío, choferado); y la solución que parece ser más viable, por ser pronunciable y por no requerir de la creación de nuevas palabras (los alumnos y las alumnas), es también la menos eficiente de todas, ya que implica repetir gran cantidad de palabras.
Así las cosas, parece difícil que se abandone el masculino “englobante” más que esporádicamente.
Difícil, pero no imposible.
Y digo eso por la niña que mencioné al comienzo de esta columna. Cuando le dije que no había niños en la casa y me preguntó en seguida si acaso había alguna niña, reveló algo muy interesante: en su clasificación mental, niños y niñas conforman categorías distintas; la categoría niños no subsume la de niñas. Concretamente, cuando le dije que no había niños, entendió que no había niños hombres; según su interpretación, no me había referido a la posibilidad de que hubiera niñas mujeres. Por eso me preguntó explícitamente.
Esto casi seguramente se debe al uso frecuente de palabras distintas para hombres y mujeres en el sistema educacional: las expresiones alumnos y alumnas, niños y niñas, profesores y profesoras son pan de cada día en ese entorno. Así las cosas, es de esperar que cada vez más personas, partiendo con los niños de hoy, compartan esta nueva categorización mental (nueva para el castellano, por lo menos).
Y si eso pasa, la presión por buscar una solución al uso del masculino plural para referirse a grupos mixtos sólo va a ir en aumento.
O sea, hay pelea para rato.
13 comments
tomas bradanovic says:
Sep 23, 2012
¡Soberanía popular lingüística! yo me voy a morir diciendo la juez, la arquitecto, pero también diré la doctora ¿que tanto? Hacer del asunto una guerra de los sexos me parece inútil, cada cual usará lo que le suene mejor, incluso el insoportable Evo cuando repite como 500 veces “compañeros y compañeras” siendo que es más machista y chovinista que yo
Eduardo Díaz says:
Sep 24, 2012
Por cierto, los bebés si son sexuados
Viviana says:
Oct 1, 2012
Varios comentarios sueltos:
– Sospecho que la niña creyó que quizá pensaste sólo en niños, sin incluir a las niñas, porque debe haber escuchado que algunas o varias personas lo hacen, sobre todo en el colegio.
– Coincido en que los bebés y las guaguas son sexuados. Interpreto del texto que aún no tienen sexualidad…
– En clases de gramática, cuando hablo de concordancia entre artículos y sustantivos, siempre aparece este tema. Los alumnos dicen que usan o podrían usar varios sustantivos femeninos que se refieren a profesiones, excepto “la abogada”, “la ingeniera”, ni mucho menos “la médica”. Quienes tienen familiares mujeres que son abogados o ingenieros, comentan que esos medios son más machistas y cerrados que otros, y por eso no habrían aparecido los morfemas correspondientes. El caso de la “médica” es otra cosa. Varios hemos llegado a la conclusión de que corresponde a un lexema distinto, que se pronunciaría “meica”, con diptongo, y que designa la machi, curandera o equivalente.
Scott Sadowsky says:
Oct 1, 2012
Respuestas varias…
1. Me parece que “asexuado” es el término adecuado en este caso: “que carece de sexo o de caracteres sexuales bien definidos“. Obviamente, las guaguas corresponden a la segunda de estas definiciones. Si no me creen, vayan a uno de los tantos países donde no se les ponen aros a las guaguas femeninas y traten de distinguirlas de las guaguas varones 😉
2. “Sospecho que la niña creyó que quizá pensaste sólo en niños, sin incluir a las niñas, porque debe haber escuchado que algunas o varias personas lo hacen, sobre todo en el colegio”.
Efectivamente, sospecho que la escuela es el mecanismo que está introduciendo este cambio. Al contrario del uso de sustantivos femeninos singulares (“la presidenta”), este cambio no es espontáneo.
3. En cuanto a “abogada”, “ingeniera” y “médica”, la primera se usa con gran frecuencia. Google arroja 338.000 casos para sitios .cl.
“Ingeniera” también es muy corriente: 212.000 instancias en sitios .cl.
“Médica” no se ha adoptado masivamente, como bien señalas. “la médica” sólo figura 8.040 veces en sitios .cl.
Sospecho que esto se debe, por lo menos en parte, al choque entre el sustantivo (la médica) y el adjetivo (receta médica). Lo de “meica” no lo conocía, pero parece que se usa, o usaba, en el medio campesino. También podría estar interfiriendo con la adopción de “médica”, sin duda, por lo menos en hablantes rurales y quizás también en hablantes cuyos antepasados emigraron a la ciudad en el pasado no muy lejano. En realidad, ¡es una explicación muy encachada!
Daniela says:
Oct 1, 2012
Una pregunta, aclarando primero que sí estoy de acuerdo con lo planteado por el artículo, si no se puede hablar de lo necesario o innecesario en una lengua cualquiera ¿Es necesario acaso analizar una lengua? Si lo necesario o innecesario son asuntos inaplicables a una lengua ¿Es necesario “juzgar” alguna lengua (ya que, en el fondo, lo que tú haces es juzgar el español tradicionalista)? ¿Será necesario que la lengua cambie, que la defina tanto su uso como ciertas convenciones sociales, que los individuos que la hablen sean dueños de cómo harán uso de ésta? ¿Valdrá la pena siquiera hacer un comentario con respecto a cualquier tipo de lengua?
Scott Sadowsky says:
Oct 1, 2012
PREGUNTA: Si no se puede hablar de lo necesario o innecesario en una lengua cualquiera ¿Es necesario acaso analizar una lengua?
RESPUESTA: El hecho de que no es necesario que los guepardos tengan manchas ¿acaso invalida la disciplina de la zoologia?
Daniela says:
Oct 3, 2012
No la invalida, pero tal vez la vuelva absurda. Creo que sí hay cosas que son necesarias o innecesarias a una lengua cualquiera, pero otra cosa muy distinta es si esta clasificación resulte absurda u obvia en su contenido. Que sea obvia, sí, lo es; pero que sea obvia no quita que haya cuestiones necesarias o innecesarias. Cuando yo digo: ¿Es necesario que un guepardo tenga manchas? aquella pregunta resulta obvia. Ahora, en cuanto a si es necesario o no, independiente de lo absurda que pueda parecer la pregunta; tendríamos que esclarecer que cuestiones hacen que una cosa sea lo que es, tal vez desde ese punto no sea tan absurda esa pregunta tan obvia.
RODRIGO BECERRA says:
Oct 3, 2012
¿El punto es desde qué parámetro(s) podría establecerse la “necesidad”…?
Suele hacerse ex post, con lo que cunden los normativismos o las generalizaciones (“universales”) que son refutadas con posteriores datos lingüísticos.
Bien entendido, creo yo, no existe una “necesidad”, pero tampoco se trata de procesos arbitrarios ni ahistóricos. Por el contrario, podemos hablar de “motivación” en el sentido cognitivo, y aquí entran en juego una serie de dinámicas y constreñimientos de distinto tipo, desde la automatización de la gramática y su motivación neurocognitiva, pragmática y adaptativa, a la motivación sociocultural ligada a la conducta, la corporalidad, la historia sociolingüística y la construcción de subjetividades sociales. Entre otros.
En definitiva, las tensiones, permanencias y cambios lingüísticos no son meramente fortuitos (aunque no creo que el azar pueda descartar como elemento interviniente), sino que existe motivación, no trascendental, ni racionalista ni obligatoria ni mecánica, pero sí situada, múltiple y con manifestación de procesos contradictorios.
Así que no entenderíamos esto como “necesidad”, si acaso como “necesidades posibles no forzosas fundadas en constreñimientos varios y sujetas a la agencia humana” XD.
daniela says:
Oct 12, 2012
Bien. Cabría preguntarse cuál es la fuente de estas motivaciones o “necesidades posibles no forzosas fundadas en constreñimientos variso y sujetas a la agencia humana” .. aunque cuando me referí a necesidad nuncA lo dije en un sentido en el que ella fuera forzosa.. no… la necesidad simplemente es y ocurre. ADIÓS.
Denisse says:
Dic 30, 2012
“El impulso detrás del abandono de esta costumbre es netamente sociopolítico: el deseo de dar un trato igualitario a las mujeres. Por lo tanto, quienes comparten este valor van a tender a adoptar el cambio (los alumnos y las alumnas para referirse a grupos mixtos), mientras que quienes no lo comparten van a seguir con la práctica tradicional”.
Mmmm… yo no me considero machista ni nada parecido, pero soy más tradicional en esto del género gramatical, ya que creo que lo importante son las acciones y el contexto, más que el usar o no el morfema femenino para remarcar todo el tiempo a las mujeres. Personalmente, no me siento ofendida si unos amigos dice “nosotros”, y no “nosotros y nosotras” (?) o “nosotros y ellas”.
Prefiero la comodidad que me da el masculino “englobador” para hablar.
A todo esto, hay algunas nuevas palabras que no les veo sentido. ¿Por qué se inventó ‘presidenta’ si existe ‘presidente’? ¿La ‘e’ también es “masculina”? ¿Y qué pasa con “periodista” y “turista”? ¿Por qué no veo a hombres reclamando por discriminación?
Daniel says:
Abr 4, 2017
Considero de gran relevancia este debate. Si bien no me considero promotor de la premisa “el lenguaje construye realidad”, ya que su interpretación mecánica decae en una posición idealista que considera que las ideas determinan la materia y, no que nuestros pensamientos son reacciones a los estímulos provenientes de la realidad objetiva que existe de manera independiente a nuestra voluntad. Sin embargo, considero que el lenguaje es la transmisión de la conciencia, el intercambio de las ideas mediante un sistema universal (para el grupo hablante del mismo sistema lingüístico) de signos que nos permiten representar la realidad.
Bajo esta lógica, el lenguaje no crea realidad, sino que la realidad misma se refleja en el lenguaje. Por lo que podemos reconocer a través del lenguaje una realidad social analizable. Y en este caso particular, estamos frente a un problema de nuestra lengua española, heredada de una de las civilizaciones menos avanzadas del siglo XVIII. Nuestra lengua proviene de una de las últimas naciones europeas en abandonar el medioevo. Por eso no me parece extraño que no exista equivalente femenino del sustantivo “caballero” o “marido”.
Aunque pueda resultar cómodo utilizar el sustantivo masculino plural como “global”, no hace más que reflejar una sociedad donde los conceptos están masculinizados, debido a la construcción patriarcal de nuestra cultura. Aunque pueda parecer inofensivo, o se pueda asumir fácilmente que modificar el lenguaje no traerá consecuencias objetivas para la sociedad, hay cosas que no podemos ignorar. El uso de insultos como “maricón”, “maraca”, “macabeo”, culiao'”, etcétera, no son más que conceptos motivados por construcciones patriarcales de nuestro pensamiento. Si no viviéramos en una sociedad homofóbica, donde ser homosexual es motivo de ofensa, conceptos como “maricón” o “hueco” simplemente no existirían, o al menos perdería su uso connotativo. Lo mismo pasaría con conceptos como “maraca” o “fácil”, lo que responde únicamente a la construcción de una mentalidad machista y eclesiástica (casi medieval) que asume el placer femenino como acto de deshonra.
En resumen, el sexismo lingüístico no es más que el reflejo de una sociedad sexista. Eso significa que nuestra generación tiene el deber heroico de plasmar una concepción de nuevo tipo sobre las relaciones humanas en cada aspecto de la vida política y social. Si apostamos a reconocer el lugar de la mujer en la sociedad como un ser individual, único, independiente y autosuficiente, debemos reflejarlo en nuestra manera de transmitir el pensamiento, es decir, de comunicarnos a través del lenguaje.
¡A luchar en todos lados, desde todas las trincheras!
Tomas Bradanovic says:
Abr 12, 2017
El sexismo existe porque existen los sexos, la única forma de eliminarlo sería que alguno de los dos sexos deje de existir lo que -hasta ahora- no se ve muy factible. En algunos asuntos, por costumbre predomina lo masculino, como en lo genérico (la abogado, la juez) en otros lo femenino (las damas primero, mujeres y niños primero) es ridículo pensar que la gente va a cambiar su pensamiento porque un grupo insista en que usen ciertas palabras en lugar de otras, primero porque no les van a hacer caso y segundo porque las personas usamos el lenguaje como se nos antoja, no como dicen que debe usarse, hay miles de ejemplos de eso: el habla popular no es manipulable por grupos de interés, se construye por agregación de preferencias y costumbres libremente escogidas.
Sobre que hayan palabras insultantes para referirse a los homosexuales no es nada raro, existe en todos los idiomas
“1) Tema sexual y escatológico: palabras como “bæsjdytter” (empujador de heces en noruego), “fai usi” (follador de culos en tongano) y “monmon” (el que chupa pollas mientras le penetran, en idioma visayan).
2) Sobre el pecado y el crimen: como son los términos religiosos “sodomita”, “looti” (de la gente de Lot en idioma urdu), “buserant” (bujarrón en alemán) y “pederast” (pederasta en albanés)”.
etc…
La razón es muy simple: son anormalidades en términos estadísticos, la heterosexualidad es normal y las minorías siempre son objeto de burlas y agresión, especialmente cuando tratan de hacerse respetar con cierta vehemencia. Nada nuevo, siempre ha sido así y siempre será, a menos que se ganen la simpatía de la gente, aunque parece que hasta ahora no van muy bien encaminados en eso.
Daniel Ortega Améstica says:
Abr 4, 2017
Respuesta
Su comentario está en espera de moderación.
Considero de gran relevancia este debate. Si bien no me considero promotor de la premisa “el lenguaje construye realidad”, ya que su interpretación mecánica decae en una posición idealista que considera que las ideas determinan la materia y, no que nuestros pensamientos son reacciones a los estímulos provenientes de la realidad objetiva que existe de manera independiente a nuestra voluntad. Sin embargo, considero que el lenguaje es la transmisión de la conciencia, el intercambio de las ideas mediante un sistema universal (para el grupo hablante del mismo sistema lingüístico) de signos que nos permiten representar la realidad.
Bajo esta lógica, el lenguaje no crea realidad, sino que la realidad misma se refleja en el lenguaje. Por lo que podemos reconocer a través del lenguaje una realidad social analizable. Y en este caso particular, estamos frente a un problema de nuestra lengua española, heredada de una de las civilizaciones menos avanzadas del siglo XVIII. Nuestra lengua proviene de una de las últimas naciones europeas en abandonar el medioevo. Por eso no me parece extraño que no exista equivalente femenino del sustantivo “caballero” o “marido”.
Aunque pueda resultar cómodo utilizar el sustantivo masculino plural como “global”, no hace más que reflejar una sociedad donde los conceptos están masculinizados, debido a la construcción patriarcal de nuestra cultura. Aunque pueda parecer inofensivo, o se pueda asumir fácilmente que modificar el lenguaje no traerá consecuencias objetivas para la sociedad, hay cosas que no podemos ignorar. El uso de insultos como “maricón”, “maraca”, “macabeo”, culiao’”, etcétera, no son más que conceptos motivados por construcciones patriarcales de nuestro pensamiento. Si no viviéramos en una sociedad homofóbica, donde ser homosexual es motivo de ofensa, conceptos como “maricón” o “hueco” simplemente no existirían, o al menos perdería su uso connotativo. Lo mismo pasaría con conceptos como “maraca” o “fácil”, lo que responde únicamente a la construcción de una mentalidad machista y eclesiástica (casi medieval) que asume el placer femenino como acto de deshonra.
En resumen, el sexismo lingüístico no es más que el reflejo de una sociedad sexista. Eso significa que nuestra generación tiene el deber heroico de plasmar una concepción de nuevo tipo sobre las relaciones humanas en cada aspecto de la vida política y social. Si apostamos a reconocer el lugar de la mujer en la sociedad como un ser individual, único, independiente y autosuficiente, debemos reflejarlo en nuestra manera de transmitir el pensamiento, es decir, de comunicarnos a través del lenguaje.
¡A luchar en todos lados, desde todas las trincheras!