La Revista Chilena de Literatura, en su número correspondiente a noviembre de 2012 ha publicado un interesante artículo de José Santos Herceg del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) llamado “TIRANÍA DEL PAPER. Imposición institucional de un tipo discursivo”. No recordamos que en Chile se haya realizado hasta ahora una propuesta como esta por este tipo de medios (la revista académica), que resulta sumamente provocativa en un ámbito de extremada sensibilidad e increíblemente delicado como es el de la producción académica en las Humanidades. Más que comentar el trabajo el profesor Santos, preferimos en esta ocasión presentar algunos extractos del ensayo, que recomendamos a todas y todos leer con detalle.
El resumen del artículo dice lo siguiente:
“Este trabajo busca analizar la irrupción de paper como un modo de escritura que en el último tiempo está siendo impuesto en el ámbito de las Humanidades con el apoyo de una serie de instituciones que lo ha hecho posible. El objetivo de este escrito será, por un lado, estudiar sus características principales a partir de la información contenida en los manuales e instructivos para escribir papers y, por otro lado, poner en evidencia sus implicancias para el trabajo intelectual en general y el latinoamericano en particular”.
Santos (2012:198-199) indica que en Chile existen 17 centros universitarios donde se cultiva la Filosofía, llegando los profesores de los mismos a los dos centenares. Por su parte, la Literatura tiene facultades o escuelas o departamentos en 15 universidades. Es un dato para el autor que a pesar de este número acotado, en Chile se publiquen una treintena de revistas en cada una de estas áreas.
A continuación, el profesor señala algunos de los tipos de discursos en que se expresa el pensamiento en Filosofía, donde caben
“el diálogo, el aforismo, la carta (auténtica o ficticia), el ensayo, la plegaria, la meditación, el fragmento, el manual, los poemas, las diatribas, las biografías y las autobiografías, los ensayos, las meditaciones, los relatos utópicos, las exhortaciones, las summa y los tratados, los artículos y los papers, entre otros” (Santos, 2012:199).
Es la tesis central del autor que debido a un ejercicio institucional y de “estandarización” el paper se ha terminado imponiendo como el único de estos discursos a manera de moneda de cambio en la academia. De acuerdo con el firmante:
“El paper, tema que se abordará ahora, me parece un caso paradigmático de esta “logofobia”, un ejemplo actual y contundente de una forma de controlar la peligrosidad del discurso de las Humanidades en general, de dominar su proliferación, de organizar su incontrolabilidad mediante prohibiciones, barreras, límites y reglas” (Santos, 2012:201).
En este punto es que el profesor Santos entra al problema administrativo (tanto ideológico como práctico) central:
“El paper, en tanto que uno más de los géneros posibles de escritura, se ha ido instalando de un tiempo a esta parte como el modo privilegiado de escritura en el ámbito de las Ciencias Humanas. Dicha instalación no se debe, sin embargo, a que este formato, este género literario sea “señalado”, para utilizar un término heideggeriano y que por ello, últimamente se haya ido imponiendo de forma natural como el formato más idóneo para las Humanidades y, valga decir, para todos los ámbito del saber. La realidad es que las instituciones han llevado a cabo una sistemática campaña con vistas a imponer este modo de escritura como el prioritario, el mejor evaluado, el más deseable, e incluso, en algunos casos, como el único aceptable. En el caso chileno, que es por supuesto el más cercano para el autor de este estudio, esta “campaña” en vistas de priorizar el paper es evidente. Como es bien sabido por todos quienes se dedican a la investigación en mi país, el Fondo Nacional de Desarrollo de las Ciencias y la Tecnología (FONDECYT) es la institución pública que financia proyectos de investigación a la que la gran mayoría –por no decir todos– los investigadores nacionales postulan. Lo interesante de observar aquí es que, al menos hasta el 2011, en la selección de los proyectos, la distribución de puntajes asigna 40% al curriculum del investigador, y de ese 40%, el 60% es por “productividad”, es decir, textualidad publicada. Lo relevante para efectos de lo que vengo diciendo es que aquello a lo que más puntaje se le asigna es a los papers –en revista ISI, 10 puntos, en revistas Scielo, 7 puntos– incluso más que a la publicación de un libro” (Santos, 2012:202).
Santos sugiere que la adopción del paper como principal indicador de la productividad académica va más allá de los FONDECYT, dominando también el otorgamiento de becas, la evaluación de desempeño de los profesores en las universidades e incluso la “calidad” de las mismas universidades.
“No hay puntaje en FONDECYT cuando se postula a un proyecto, ni en CONICYT cuando se solicita una beca si se presentan ensayos, diálogos o biografías como producción” (Santos, 2012:203).
El siguiente aspecto al que Santos presta atención es a lo efímero del paper. Lo que contrasta a su juicio con la tradición de los escritos clásicos de las humanidades:
“La aparición del paper implica la instalación de lo efímero en el ámbito de las Humanidades, de la idea de superación de lo antiguo por lo moderno –siendo lo antiguo algo de solo unos años o incluso meses de antigüedad. Esto contrasta, sin duda, con la idea de “tradición” y con la existencia de los textos considerados “clásicos”. La tradición reconoce discursos con eminente valor, con claros aportes y reconocida actualidad –clásicos– que fueron escritos hace cientos e incluso miles de años y que, en ningún caso, están obsoletos. Los ejemplos casi no son necesarios de traer a colación: en el caso de la Filosofía bastaría con aludir, por ejemplo, al hecho evidente de que el Discurso del Método no ha dejado atrás a los Diálogos platónicos ni a la Metafísica de Aristóteles, del mismo modo como las Investigaciones lógicas de Husserl no hacen olvidar los aportes y el valor de la Summa Teológica de Tomás de Aquino. En el contexto latinoamericano, autores como Alberdi, Sarmiento, de Hostos, Fuentes, Echeverría, Bilbao, Bello, Ardao, Salazar Bondy, Zea, Francovic, Henríquez Ureña, Millas, Giannini, Schwarztman, entre tantos otros, han producido obras imperecederas, sin duda clásicas” (Santos, 2012:206).
El último gran problema, a nuestro juicio, que el autor ataca respecto de la tiranía del paper es su “humildad” y su “claridad”:
“Esta humildad de pretensiones, claramente es una actitud nueva en el ámbito de las Humanidades, pues, como se decía, el paper es un género de aparición reciente. Lo que prima entre los autores desde la Antigüedad hasta bien entrado el siglo XX, son principalmente los textos de largo aliento, como los tratados, los libros de diferentes tipos y diversos estilos, donde un autor espera dar cuenta acabada, cabal e incluso total de un tema. Kant –nada de humilde en sus pretensiones– dice, por ejemplo, expresamente en la Crítica de la Razón Pura que cree haber resuelto “todos” los problemas de la Metafísica o, al menos, haber puesto las bases para hacerlo” (Santos, 2012:206).
Respecto de la “claridad” esto dice el autor:
“Lo que se busca con la claridad, con la eliminación de las digresiones, con el ser lo más conciso y directo posible, incluso con la exigencia de ser modesto en las pretensiones es, en definitiva, la “eficiencia”, lo que constituye, sin duda, otro de los rasgos más característicos del paper” (Santos, 2012:208).
Las dos últimas secciones del artículo (“Conflicto” y “Desenlace”) abordan, la primera, el delicado juego de prohibiciones y de estandarización que el paper genera respecto no solo del discurso de quien lo produce, sino que de su identidad; y la segunda, una llamada de atención sobre el ejercicio final de estos procesos:
“En este momento asistimos, sin duda, a dicha presión, una que nos impele a concentrar nuestro trabajo en la producción de papers. Lo central, sin embargo, es vislumbrar las consecuencias que esto tiene para el trabajo intelectual en general y las repercusiones que representa para nuestra tradición de pensamiento. Es indispensable tomar conciencia de las presiones, de los límites que se nos están imponiendo, pues dichas barreras no son ni casuales, ni anecdóticas; menos aún azarosas o poco importantes. Se trata de la sistemática imposición de una estructura que permita controlar el discurso, que lo mantenga dentro de márgenes que acallen su voz más sorprendente y que silencie lo más rupturista o fundacional” (Santos, 2012:215).
El profundo trabajo del profesor Santos y la claridad de su exposición han traído cola, al punto que
“A propósito de este texto, pero sin ceñirse necesariamente a él, se convoca a un número especial [de la Revista Chilena de Literatura] que tiene como fecha límite de entrega el día martes 30 de abril al correo rchilite@gmail.com”,
indica la página de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
Un tema de capital importancia y sobre el que deberíamos seguir discutiendo.
2 comments
Alej says:
Ene 17, 2013
Creo que la centralidad del paper en realidad pasa por otro lado: la exigencia de que el documento pase por las manos de un jurado que precisamente juzgue la relevancia y validez del texto.
Scott Sadowsky says:
Ene 25, 2013
La gracia principal del paper no es su formato ni su estructura, sino el hecho de que tenga que pasar por el proceso de “peer review” o revisión por pares, el cual suele garantizar un nivel mínimo de seriedad.
Respecto del libro, es una lástima que tenga cero peso en la comunidad científica chilena; en Estados Unidos, por el contrario, la publicación del primer libro marca el momento en que un académico empieza a consagrarse.
Pero la poca valoración del libro académico en Chile se debe a que no pasa por filtro alguno. La gran mayoría de los libros sale gracias a la autopublicación (maquillada o no), ya sea con platas propias o del Fondecyt (aunque parece que eso ya se prohibió, por suerte), ya sea con platas de la institución donde uno trabaja (las editoriales universitarias nacionales son por lo general meras “vanity publishers”).
Entre otras razones, los libros académicos en Estados Unidos se toman muy en serio porque, con contadas excepciones, ¡se niegan a publicar obras de los académicos de su propia universidad! Si eso se hiciera acá, prácticamente no se publicarían libros académicos.
Gústele o no a Santos, la ciencia funciona en parte porque se somete a procesos de control de calidad, procesos que no existen para los ensayos, las columnas de opinión, las obras de teatro, etc.
Eso dicho, la vara más común que se usa en el país hoy en día para medir la producción científica –si una revista es o no ISI– no es un muy buen indicador: ISI es una empresa comercial con fines de lucro, y no una entidad científica; ser ISI no significa que una revista sea buena, sino tan sólo que sigue ciertos procedimientos burocráticos (al igual que la acreditación universitaria); no se distingue entre la revista top de una determinada disciplina y un folleto medio rasca que logra sacar 2 números al año con por lo menos X artículos cada uno. Etcétera.
Pero en este caso, peor es nada.
Sin ánimo de polemizar, quizás se podría resolver este tema en disciplinas como la filosofía y la literatura mediante el abandono de la ficción de que sean ciencias. Así, podrían mantener las costumbres y los artefactos que las caracterizan, como el intercambio epistolar, el tratado, la arenga, etc.