Las estrellas del zoológico son los monos. La jaula del tigre o del elefante a menudo tienen algunas personas observándolos, pero la mayoría de los visitantes se agolpa donde están nuestros primos. Niños, jóvenes y adultos se divierten de lo lindo observando su comportamiento. Y algo que les llama mucho la atención es un importante ritual que estos mamíferos realizan: acicalarse mutuamente. A veces, dos monos pueden pasar horas hurgando el pelo ajeno, y los asistentes horas -a su vez- intrigados por ese peculiar comportamiento.
Los estudiosos de la etología (disciplina que investiga las formas de actuar de los animales) han descubierto hace ya mucho tiempo que el acicalamiento cumple en primates y otras especies relacionadas con la humana una fuerte función social más allá de la higiene. Permite establecer vínculos duraderos y profundos entre las díadas (parejas) que lo llevan a cabo; cuando estas prácticas se extienden, los grupos se hacen más cohesionados. Si el primate A acicala a B y B acicala a C, entre todos forman un trío.
El antropólogo Robin Dunbar (Departamento de psicología experimental de Oxford) ha dedicado años de su vida académica a revisar este comportamiento y ha encontrado (como comentábamos la semana pasada respecto del uso de las redes sociales actuales) que el “social grooming” (“acicalamiento social”) facilita establecer hasta qué tamaño puede tener un grupo de primates. No mucho en realidad, porque como es una práctica que solo se puede acometer en pareja, el número de lazos cruzados no puede ser muy grande.
La risa como acicalamiento
En un estudio reciente, publicado el año pasado por “Evolution and human behavior”, Dunbar y su colega francés Guillaume Dezecache se preguntaron si los seres humanos (Homo Sapiens) tendríamos alguna forma de acicalamiento social más efectivo que el de nuestros parientes. Ello, porque los grupos humanos cohesionados suelen ser más grandes que los de los primates, llegando a las 150 personas (el “Número Dunbar”).
Y la respuesta la halló en la risa. Para Dunbar, uno de los equivalentes humanos del acicalamiento es echar la talla. Los grupos que se ríen juntos suelen tener vínculos muy estrechos, equivalentes al de los primates que se acicalan.
Para comprobar su idea ocupó un método que se está haciendo muy popular en las Ciencias Sociales: fue al bar. ¿La razón? El bar es uno de los lugares en que se puede observar el comportamiento humano en “estado salvaje”. Es mucho mejor que hacer test en laboratorios de la universidad, donde las personas no se comportarán muy naturalmente.
La cosa es que, en bares de Inglaterra, Francia y Alemania, Dunbar y Dezecache observaron detenidamente a los grupos de personas y analizaron quinientos. Casi no había grupos de diez o más personas; la gran mayoría eran de cinco o menos. Lo interesante es que dentro de estos, el tamaño promedio de las “bandas” que echaban la talla era de tres personas. Por “echar la talla” Dunbar & Dezecache (2012) entendían a los lotes que se reían al mismo tiempo mirándose mutuamente.
La base de la civilización
Para los autores, como para Robert Provine (2013) en un artículo publicado por “Trends in cognitive sciences”, este simple descubrimiento es de suma importancia. Si echar la talla logra hacer que el tamaño de los “grupos naturales humanos” pase de dos a tres, esto facilita (cuando se combinan muchos de estos tríos) que los grupos extendidos humanos sean mucho mayores que los de nuestros primos. Y eso sería la base para que formemos sociedades organizadas más complejamente. En resumen: una de las claves del origen de la civilización.
Algo que respalda fuertemente esta aparentemente loca idea es el efecto que produce la risa en el organismo. La risa libera endorfinas, droga natural del placer en el cerebro. Reírnos nos da placer y fortalece los lazos con las personas que lo hacemos. Curiosamente, en el caso de los primates y monos, el “social grooming” causa el mismo efecto.
A las mujeres les fascinan los puntos negros Usted está echado viendo fútbol, degustando nachos y una chela. Entonces su señora llega de lo más cariñosa, se sienta a su lado y, sin previo aviso, se arroja sobre su nariz a reventarle los puntos negros. Usted voltea la cara amedrentado y reconoce un brillo malicioso en sus ojos y un rictus de placer en su boca. Para los hombres no es nada de extraña esta experiencia de dolor provocada por sus parejas (o madres): es como si las mujeres creyeran que somos un “burbupack”, esas bolsas de embalaje con globitos. En 1979, en Alemania, un estudio de Segerstrale y Molnar descubrió que muchachas reconocían que en ocasiones eran “poseídas por una fuerte urgencia” de llevar a cabo esta rutina. Se trata de una de las formas pervivientes de “acicalamiento social” que compartimos con nuestros parientes primates. ¿La razón del placer? Según Dunbar & Shultz (2010), este tipo de actividad se halla en la base de los vínculos sociales humanos y es en gran parte responsable de que los grupos de Homo Sapiens permanezcamos fuertemente vinculados. Estos autores descubrieron que la naturaleza “inventó” una recompensa muy agradable para las mujeres que llevaban a cabo el procedimiento: la generación de endorfinas, neurotransmisores del cerebro que producen placer. Lamentablemente, más para ellas que para nosotros.
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Con más de 12 personas se arma la fiesta Un corolario curioso del hallazgo de Dezecache & Dunbar (2012) es por qué nos cuesta tanto llegar a la hora a las actividades sociales. Recuerde las veces que le han invitado a una junta de camaradería entre personas no muy conocidas (colegas de la “ofi”, por ejemplo). Si usted llega tarde -digamos con una hora y media de retraso- la fiesta ya se armó. Le abren la puerta amistosamente, hay lotes desperdigados echando la talla y tras unos cuantos segundos logrará dar con quienes tiene más confianza y se les acercará a charlar. Pero si llega temprano, probablemente todos se hallen en una formación cerrada circular en los sofás sin mucho que conversar. Difícil romper el hielo. El grupo será de unas 6, 7 u 8 personas que se ven obligadas a interactuar entre todas. Sin embargo, cuando llega un par más, acercándose a la docena, simplemente el grupo no puede mantenerse y se rompe en subgrupos de conversación, a menudo de unas 4 personas: ahí todo se relaja. Claro, más vale ahorrarse esos primeros momentos incómodos y llegar cuando la cosa ya esté en llamas. |
Publicado originalmente en LUN Reportajes, 2013-01-20: Página 1, Página 2.