“Sgeun un etsduio de una uivenrsdiad ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsan ersciats, la uicna csoa ipormtnate es que la pmrirea y la utlima ltera etsen ecsritas en la psiocion cocrrtea”.

Un mail que contenía este mensaje circuló viralmente en Chile y el mundo durante 2003, causando fervor entre grandes y chicos, que de pronto se daban cuenta de que podían leerlo a pesar del revoltijo de letras.

Descifrando el misterio

¿Cuál era el secreto detrás de esta inesperada habilidad? Jonathan Grainger y Carol Whitney lo respondieron meses más tarde (febrero 2004), cuando publicaron un paper sobre el tema en una de las revistas más prestigiosas de las ciencias cognitivas, “Trends in cognitive sciences” (TiCS). De acuerdo a los investigadores, la explicación se encuentra en un hallazgo antiguo: nuestra mente procesa las palabras considerando la secuencia de letras, pero al mismo tiempo, la palabra como un todo. Al primer ejercicio de le llama “bottom-up” (de abajo hacia arriba), y al segundo, “top-down” (de arriba hacia abajo).

De este modo, cuando leemos un término, nuestros ojos van “comiéndose” una tras otra todas sus letras de izquierda a derecha, como un Pac-Man; pero también se presta atención a la “silueta” que la palabra posee. Por ejemplo, la palabra “perro” tiene una silueta parecida a la “L” del juego Tetris, puesta boca abajo (la “p” tiene una línea que baja y “erre” es un bloque horizontal), mientras que la palabra “salas” tiene una silueta parecida a la “T” del juego Tetris, puesta patas arriba (la “l” tiene una línea que sube y las secuencias “sa” y “as” conforman bloques horizontales también). Esas siluetas ayudan a leer el término.

Es la combinación de estos dos procesos (letras y silueta) lo que nos permite distinguir qué palabra estamos leyendo. Y a ellos se suma el contexto -o co-texto-, que son los vocablos que acompañan a un vocablo dado. En la pareja “uivenrsdiad ignlsea” basta con entender que el primero es “universidad” para que al cerebro le resulte más papaya saber que el siguiente es “inglesa”. Se trata de un fenómeno conocido en psicología experimental como “priming”: lo que viene antes nos ayuda a entender lo que viene después.

T4MB13N P0D3M05 L33R NÚM3R05

Denis Pelli y Katharine Tillman, de la Universidad de Nueva York, llevaron a cabo una serie de experimentos publicados por “PLoS” en 2007 para determinar definitivamente qué era lo que más ayudaba a “decodificar” un texto; llegaron a la conclusión de que las letras colaboran en un 60%, mientras que la silueta y el co-texto con cerca de un 20% cada uno. Cuando leemos, como dice la canción: “vamos subiendo… vamos bajando” (top-down y bottom-up al mismo tiempo).

Del mismo modo, un equipo encabezado por uno de los mayores expertos hispanos en estos temas, Manuel Carreiras, de la Universidad de La Laguna en las islas Canarias, mostró que no nos es nada de difícil leer textos cuando en ellos se combinan letras y núm3r05, en los casos en que estos son parecidos a las letras que reemplazan.

De hecho, este truco de mezclar letras con núm3r05 viene siendo usado por los “hackers” para que los robots computacionales no detecten de qué están hablando en un m3n54j3 31ectr0n1c0. Se le llama, desde hace décadas, “leet speak” (o “1337 5p34k”), el “lenguaje de la élite” de internet.

Todos estos hallazgos, en conjunto, nos ayudan a comprender cómo funciona nuestra mente, una máquina que trata de que nuestras decisiones y nuestra comprensión del mundo que nos rodea ocurra de la manera más sencilla posible, tratando de maximizar los recursos: lo que las abuelitas llamaban la “Ley del mínimo esfuerzo”. Esto que se sabe hoy sobre la lectura se aplica para una serie de otros fenómenos, como el reconocimiento de imágenes, la escucha o el habla.

Lo anterior es de mucha utilidad, entonces, cuando leemos, pero también puede acarrear problemas. Es el caso de los errores ortográficos que a veces somos incapaces de detectar, y que, por ejemplo, si están en un currículum vitae que enviamos a una empresa que esperamos nos dé una pega, pueden ser muy graves. Simplemente, al tratar nuestro cerebro de leer de la forma menos trabajosa posible, les hace la vista gorda a las fallas.

¿Cuántas “F” hay en este texto?

Lo más seguro es que usted haya contado menos de las que realmente hay. Le invitamos a hacer la prueba de nuevo, con el máximo de calma. ¿Encuentra más ahora? La respuesta a este efecto es otro descubrimiento de los investigadores de la lectura (Rayner 1979, Just & Carpenter 1987): no leemos necesariamente palabra por palabra, sino que nuestra vista va dando saltos por el texto (“movimientos sacádicos”).

Así, a veces nos saltamos vocablos completos. Es esa la razón de por qué, cuando teníamos que leer un pasaje en voz alta en la escuela, a veces nos encontrábamos de improviso con un punto seguido que no habíamos visto y eso nos daba vergüenza. En el asunto de las “efes” de arriba lo que ocurre es que nos tendemos a saltar las “of”, porque son muy breves. Así, hay tres efes en palabras “largas” y tres más en las “of”. En total: seis. [Nota: la prueba está tomada de Read (1983)].


¿Es bella, no? Ahora gire la cabeza

¡Sorpresa! Usted debe estar preguntándose “¿por qué pasa esto?”. Bueno, desde el estudio seminal de Yin (1969) se propone que este fenómeno ocurre porque el cerebro humano tiene un “módulo” especializado para procesar rostros que se desactiva cuando es presentado de manera invertida, lo que provoca el “face inversion effect” (FIE).

Los seres humanos somos extraordinariamente buenos reconociendo rostros, pero solo si tienen los ojos arriba, la nariz al medio y la boca abajo. En casos diferentes, perdemos esa habilidad. El renombrado pintor alemán Georg Baselitz ha hecho una carrera con este recurso: desde fines de los años 60, empezó a dibujar figuras invertidas en sus cuadros que son muy provocadoras.

[Nota : la imagen de Angelina Jolie está photoshopeada; la boca y los ojos están invertidos].

Publicado originalmente en LUN Reportajes, 2012-11-25: Página 1, Página 2.