Querido Dr. Corazón:

Todos los días, con mi bolso de piel marrón y mis zapatos de tacón y mi vestido de domingo me siento en un banco en el andén y espero que llegue el primer tren meneando el abanico. Porque un caminante paró mi reloj una tarde de primavera y me dijo: “Adiós amor mío, no me llores, volveré antes que de los sauces caigan las hojas. Piensa en mí volveré a por ti…”. Y así se marchitó en mi huerto hasta la última flor, y ya no hay un sauce en la calle Mayor para mí.

Desconsolada,

Penélope

 

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Dr. Corazón

 

***

 

Reverenciado Dr. Corazón:

Cada atardecer al ponerse el sol salgo a pasear por la calle mayor con mi pamela gris y mi traje de almidón. Vivo de alquiler en una habitación y tengo colgada en la pared la foto de un señor. Mi vida transcurrió en nubes de algodón, en sueños de papel, en busca de mi amor. Por eso me pinto los ojos de azul, aunque hace mil años que dejé atrás mi juventud, cuando un día de verano me quebró un desengaño.

Lady Lady (la que se pinta los ojos de azul)

 

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Dr. Corazón

 

***

 

Estimado Dr. Corazón:

Fue en un pueblo con mar una noche después de un concierto; ella reinaba detrás de la barra del único bar que vimos abierto. Me dijo: “Cántame una canción al oído y te pongo un cubata”. Y yo le contesté: “Con una condición: que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata”.

Loco por conocer los secretos de su dormitorio esa noche canté al piano del amanecer todo mi repertorio. Los clientes del bar uno a uno se fueron marchando, ella salió a cerrar, yo me dije: “Cuidado, chaval, te estás enamorando”.

Luego todo pasó de repente, su dedo en mi espalda dibujo un corazón y mi mano le correspondió debajo de tu falda. Caminito al hostal nos besamos en cada farola, era un pueblo con mar, yo quería dormir con ella y ella no quería dormir sola…

Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres y desnudos al amanecer nos encontró la luna.

Nos dijimos adiós, “ojalá que volvamos a vernos”, el verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno. Y a su pueblo el azar otra vez el verano siguiente me llevó, y al final del concierto me puse a buscar su cara entre la gente. Y no hallé quien de ella me dijera ni media palabra, parecía como si me quisiera gastar el destino una broma macabra. No había nadie detrás de la barra del otro verano. Y en lugar de su bar me encontré una sucursal del Banco Hispano Americano.

Su memoria vengué a pedradas contra los cristales, -“Sé que no lo soñé”- protestaba mientras me esposaban los municipales. En mi declaración alegué que llevaba tres copas y empecé esta carta en el cuarto donde aquella vez le quitaba la ropa.

Todavía un poco mareado,

Joaquín Sabina

 

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Dr. Corazón