Todos los años, con la llegada de septiembre, Chile se llena de símbolos patrios que encarnan la chilenidad y nos llenan de orgullo. Algunos ejemplos:

El vino tinto

Vino tino romano

  Las empanadas

Una delicia argentina

  El huaso y la china

El huaso y la china de Rio Grande do Sul

  El palo encebado

Palo encebado en Indonesia

  La cueca

La zamacueca peruana

  El rodeo

Rodeo mongólico

  La carrera a la chilena

Carrera a la española

  La parada militar

Parada militar, Chile, 1974

  El trompo

El ingenio japonés

  El emboque

Emboque, un juego mundial

  El volantín

Parque Cousiño, 1932

 La bandera

Don't mess with Texas!

 

Sin embargo, hay algo que sí es profunda e innegablemente chileno, algo que cumple con el lema único, grande, nuestro mejor que ninguna otra cosa: el castellano de Chile. Tal como aseverara hace tanto tiempo don Rodolfo Lenz, el castellano chileno es la variedad de la lengua que más se ha ido desarrollando en los últimos siglos (aquí conviene aclarar que eso no significa que sea mejor ni peor que otras variedades, sino que ha ido cambiando de manera impresionante).

Gracias a la creatividad de sus hablantes, el español chileno cuenta con un enorme vocabulario. Es cuestión de mirar el Diccionario ejemplificado de chilenismos de Félix Morales Pettorino, el cual recoge, en sus más de 11.300 páginas (sí, leíste bien: ¡más de once mil trescientas páginas!), alrededor de 120.000 términos y acepciones que son propios de Chile. El Diccionario de la Real Academia Española, que dice ser representativo de todas las variedades del castellano, contempla tan sólo 88.000 entradas. Así que está más que claro que nuestra riqueza léxica es impresionantemente vasta.

El castellano chileno también cuenta con un sistema fonético-fonológico profundamente distinto de los sistemas de otras regiones de habla hispana. Sus vocales no se parecen en nada a las de los demás dialectos del español. Su inventario de consonantes es probablemente el doble de grande que cualquier otro. Su entonación cuenta con un patrón único que podría hasta obligar a los fonólogos a repensar sus teorías sobre la función de la entonación en general.

En la morfosintaxis, el castellano chileno también se destaca, entre muchas otras cosas por su voseo (el uso de pronombre vos y/o de la conjugación voseante de los verbos, como en hablái, pudierai, sepái). Gracias a su coexistencia complementaria con el tuteo (el uso de  y de su paradigma verbal), y a la feroz pero fracasada campaña que libró en su contra nada menos que Andrés Bello, el voseo chileno fue adquiriendo matices únicos en el mundo hispánico, comunicando muchísimo más que el mero número y persona gramaticales (es por esta razón que decir ¿qué quieres tú? produce una respuesta muy pero muy distinta de ¿qué querís vos?).

Y ¡eso no es ni la punta del iceberg!

Así que para este 18 de septiembre, señor lector, en vez de entonar el tan manoseado y erróneo lamento de ¡qué mal hablamos los chilenos!, di mejor:

Los chilenos hablamos chileno… y ¡a mucha honra!

 

¡Felices fiestas patrias a todos!