En Tercera Cultura, cada uno tiene sus obsesiones personales. La mía es esta: los conceptos. La razón es bantante simple: por un lado, parece ser que la historia de la filosofía bien puede narrarse y explicarse analizando los conceptos filosóficos en boga, según cada autor y cada periodo (por ejemplo, creo el concepto de “ciencia” en Aristóteles es muy distinto and mismo concepto según Newton, Descartes, Heidegger o Popper, por ejemplo); por otro lado, en psicología se ha teorizado de múltiples formas sobre el qué es la mente y como funciona, y la mayoría de las veces se da por sentado que los conceptos serían algo así como “las palabras de la mente” y que el pensar tiene forma lingüística, casi como si fuera un “hablar con uno mismo”. Lo único claro, es que en el centro de toda teoría filosófica o psicológica, hay una teoría implícita sobre qué son los conceptos, como se forman (o se adquieren, o se desarrollan, o evolucionan, etc.)

Además, muchas veces nos sorprendemos en discusiones con otras personas en las que recriminamos “es que tu tienes un concepto equivocado de…” Otro supuesto ampliamente compartido es que, si no compartiéramos nuestros conceptos, la comunicación y el lenguaje sería casi imposible. Es curioso que el concepto de “concepto”, tan crucial y omnipresente en todas las áreas de estudio, reciba tan poca atención. Traduje este artículo hace un par de años como material de clase. Si usted es de los que piensa que un concepto es una definición, un prototipo, algún tipo de representación mental, o incluso si piensa que son entidades extra-mentales, lea el artículo y comente. Buen provecho!

Conceptos

Entrada en el “A Companion to the Philosophy of Mind”. Por Georges Rey

La noción de concepto, tal como la noción relacionada de significado, yace en el centro de algunos de los problemas no resueltos más difíciles en filosofía y psicología. La palabra “concepto” en sí misma es aplicada a un sorprendente surtido de fenómenos comúnmente considerados como partes constituyentes del pensamiento. Estos fenómenos incluyen a las representaciones mentales internas, las imágenes, las palabras, los estereotipos, los sentidos (senses), propiedades, habilidades de discriminación y el razonamiento, funciones matemáticas, etc. Debido a la falta de una teoría establecida en esta área, sería un error el considerar a algunos de estos fenómenos como referente no problemático de este término. Es preferible explorar la geografía del área y hacerse la idea de cómo estos fenómenos se articulan, dejando de lado por el momento la cuestión de cuales merecen ser llamados “conceptos” como se les entiende ordinariamente.

El rol específico que los conceptos supuestamente juegan que puede servir como un punto de partida. Suponga que una persona piensa que los capitalistas explotan a los trabajadores, y otro piensa que no lo hacen. Llamémosle a aquello sobre lo cual están en desacuerdo una “proposición“, por ejemplo [los capitalistas explotan a los trabajadores]. En algún sentido, esta es compartida por ellos como el objeto de su desacuerdo, y es expresada por la oración que sigue a la expresión “cree que” (los verbos mentales que toman a estas oraciones complementarias como objetos directos son llamadas verbos de actitud proposicional. No nos preocuparemos aquí de si las proposiciones son los objetos últimos, o puedan ser reducidos a propiedades o predicados). Los conceptos son los constituyentes de tales proposiciones, tal como las palabras “capitalista”, “explotar” y “trabajadores” son los constituyentes de la oración. Así, estas personas pueden tener esas creencias sólo si poseen Inter alia los conceptos [capitalista], [explotar] y [trabajadores] (designaré a los conceptos encerrando paréntesis cuadrados a las palabras que los expresan).

Las actitudes proposicionales, y por ende los conceptos, son constituyentes de una forma familiar de explicación (la llamada “explicación intencional”) por la cual comúnmente explicamos la conducta y los estados de las personas, muchos animales, y quizás algunas máquinas. En el ejemplo anterior, los diferentes pensamientos que las personas tienen acerca del capitalismo pueden explicar su conducta diferente a la hora de votar. En gran medida, filósofos y psicólogos interesados en la explicación intencional como Fodor (1975, 1991) o Peacocke (1992) se muestran comprometidos con la existencia de los conceptos; mientras que aquellos que rechazan esta forma de explicación, como por ejemplo Quine (1980) tienden a ser escépticos acerca de su existencia.

El cuales son los constituyentes de una sentencia que expresan a los conceptos, es objeto de debate. Los casos más importantes que se discuten tienden a ser los conceptos expresados por predicados o términos generales, tales como “es un capitalista” o “X explota a Y”, términos que son verdaderos de potencialmente muchas cosas individuales diferentes. Pero existen presumiblemente conceptos asociados con términos lógicos (“y”, “algún”, “posiblemente”). Y algunos filósofos han argumentado sobre la importancia de los conceptos individuales, o conceptos de cosas individuales por ejemplo [Roma], [25], tanto en psicología, en lógica y en matemáticas.

Ya que los conceptos como constituyentes del pensamiento son públicos y pueden ser compartidos, tanto por personas distintas y por la misma persona en momentos diferentes, tienen que distinguirse de las ideas o sensaciones particulares que, consciente o inconscientemente, pasan por nuestras mentes en un momento en particular. El qué tipo de objeto compartible pueda ser un concepto es un problema que genera diferencias entre los teóricos. En gran parte de la literatura psicológica, donde el objeto de estudio es el sistema de representación interna de un agente, los conceptos son considerados como tipos, de los cuales las ideas individuales son sus tokens (o instanciaciones) específicos (la misma forma en que la palabra tipo “gato” puede tener muchas descripciones diferentes como tokens). Pero muchos filósofos consideran que estos tipos de representación interna no son más idénticos a los conceptos que los son las palabras tipo en el lenguaje natural. Una persona puede expresar el concepto [ciudad] con la palabra “ciudad”, puede que otra lo expresa con la palabra “ville” o “city”; quizás otra persona lo representa con una imagen mental de avenidas congestionadas; pero a pesar de eso aún pueden compartir el mismo concepto de [ciudad]: uno puede creer y el otro puede dudar que las ciudades sean lugares saludables para vivir. Incluso, distintas personas podrían emplear la misma representación para expresar conceptos diferentes: una persona podría usar una imagen de París para expresar [París], y otro para expresar [Francia].

Podríamos pensar que el objeto común de los pensamientos de las personas son simplemente los referentes de sus términos, es decir, los objetos en el mundo que son denotados por los términos o las representaciones internas, por ejemplo, en el caso de “ciudad”, todas las ciudades particulares que existen en el mundo (esta postura es defendida por algunos proponentes de las teorías de “referencia directa”). Existen varias dificultades con esta postura. Por lo menos en el caso de los términos generales (o predicados), se considera que hay por lo menos tres candidatos diferentes para ser sus referentes:

  1. la extensión, o el set de objetos reales que satisfacen han predicado (por ejemplo las ciudades individuales: Nueva York, París…)
  2. la intensión, o la función de objetos posibles que satisfacen el predicado en este y todos los mundos posibles (por ejemplo, [ciudad] sería una función, que incluye en el mundo que habitamos a Nueva York, París, etc., y en otro mundo al set de ciudades posibles, por ejemplo: Atlántida, Metrópolis, Pelotillehue, etc.)
  3. La propiedad causalmente eficiente (por ejemplo, la “ciudad-idad”) que todos estos objetos reales o posibles tienen en común.

Los lógicos extensionalistas como Quine (1960), evitando a hablar de mundos no reales o “propiedades” ontológicamente sospechosas, prefieren la primera opción. Los lógicos modales y teóricos en semántica formal como Montague (1974), interesados en explicar la semántica de las lenguas naturales, tienden a preferir la segunda, y muchos filósofos de la mente como Dretske (1987), Millikan (1984) y Fodor (1991), interesados en las interacciones causales entre los animales y el mundo, tienden a preferir la tercera.

Incluso, en adición al referente de un término general, muchos (siguiendo a Frege, 1966) han argumentado que existen “modos de presentación” o “sentidos” (a veces se usa también el término “intensión”). Después de todo, “triángulo equiangular” y “trilateral equilateral” se aplican a la misma cosas no sólo en el mundo real, sino que también en todos los mundos posibles, y se refieren -en la medida que se tomen como refiriéndose realmente a cualquiera estas cosas- a la misma extensión, la misma intensión y (desde un punto de vista causal) la misma propiedad; pero difieren en la manera en que estos referentes son presentados a la mente: una cosa es pensar de algo que es un triángulo equilateral, y otra es pensar de algo que es un trilateral equilateral (razón por la cual la demostración de que son necesariamente coextensivos es interesante). Para algunos (por ejemplo, Peacocke 1992) lo conceptos pueden ser los sentidos (senses) así entendidos. Pero entonces necesitaremos una teoría de los sentidos. Algunos filósofos buscan una habilidad y/o regla que indique qué rol inferencial (o conceptual) juega la representación en el pensamiento del agente, desde la estimulación pasando por los estados mentales que intervienen hasta la conducta: por ejemplo los estímulos y las inferencias que conducen a la aplicación un término, y desde ahí a la aplicación de otros términos y a la acción. Así, el contar los ángulos debiera conducir a “triángulo” y viceversa; o el ver a multitudes debiera conducir a “multitud”, lo que por su parte debiera conducir a “diez o más” y quizás a ciertas conductas o disposiciones, por ejemplo, a decir “diez son multitud”, y estos patrones de causa y efecto (o roles causales) deben tomarse como parte constitutiva de los conceptos [triángulo] o [multitud].

Respecto a todas las distinciones anteriores, es muy importante ser especialmente cuidadosos con la jerga “el concepto de X”, como por ejemplo en “el concepto de causalidad de los antiguos griegos (o de los niños)”, una jerga que figura prominente mente en los estudios sobre la historia de la ciencia o en psicología del desarrollo. Esto podría significar meramente el concepto [causalidad], que los niños tienen (como la mayoría de los adultos); o puede significar la habilidad del niño de desplegar el concepto en el razonamiento y la discriminación; o puede significar cualquier cosa entre la extensión, intensión o regla que los niños asocian con la palabra “causalidad” y sus formas relacionadas, o puede significar (como de hecho usualmente lo hace) la representación y/o las creencias estándar (que prefiero llamar la concepción) que los niños asocian con la extensión, intensión, regla o habilidad llamada [causalidad]. El cual de estos candidatos es el correcto debiera depender de cual es la entidad que uno piensa que es el concepto y cual es un mero acompañamiento de este. Lo que uno no puede sostener en serio es la posibilidad de que un niño posea un concepto [causalidad] que es a la vez idéntico y diferente del concepto de los adultos.

Pero el elegir qué es lo que uno piensa que es el concepto y que es un mero acompañamiento de él, depende de cual teoría de conceptos uno sostiene, y de cual es el rol explicativo que estos juegan, asunto al que nos dedicaremos ahora.

TEORÍAS SOBRE CONCEPTOS

La teoría clásica

Históricamente, mucho se ha hablado acerca de los conceptos. Como constituyentes compartibles de los objetos de las actitudes, presumiblemente figuran en las generalizaciones cognitivas y las explicaciones sobre la conducta y las capacidades de los animales. También se presume que sirven como los significados de los ítems lingüísticos, suscritos en las relaciones de traducción, de definición, sinonimia, antinomia, e implicación semántica (Katz 1972). Mucho del trabajo en la semántica de los lenguajes naturales (Jackendoff 1983) se considera como el estudio de la estructura conceptual.

También se piensa que los conceptos son los objetos directos del “análisis filosófico”, actividad practicada por Sócrates y los filósofos analíticos del siglo XX cuando preguntan acerca de la naturaleza de la justicia, el conocimiento o la piedad, esperando descubrir las respuestas por medio exclusivo de la reflexión a priori (por ejemplo, Chisholm 1957).

La expectativa de que un tipo de entidad pudiera servir en todas estas tareas iba mano a mano con lo que se tiende a llamar la “teoría clásica” de los conceptos, de acuerdo a la cual estos tienen un “análisis” consistente en las condiciones que son individualmente necesarias y conjuntamente suficientes para su satisfacción, condiciones que son conocidas a cualquier usuario competente de ellos. El ejemplo estándar es el de [soltero], en cual parece ser idéntico a [hombre no casado y elegible]. Un ejemplo más interesante pero problemático ha sido [conocimiento], cuyo análisis ha sido tradicionalmente [creencia verdadera justificada].

La teoría clásica parece ofrecer una respuesta iluminadora a cierta forma de pregunta metafísica: ¿en virtud de qué algo es el tipo de cosa que es? -por ejemplo, ¿en virtud de que un soltero es un soltero?- Y lo hace de un modo tal que soporta contrafácticos: nos dice el qué condiciones debiera satisfacer el concepto en situaciones distintas a las reales (aunque todos lo solteros reales resulten ser pecosos, es posible que puedan haber solteros no pecosos, ya que el análisis del concepto no excluye esa posibilidad). La teoría clásica también parece ofrecer una respuesta a la pregunta epistemológica del porqué las personas parecen saber a priori (o independientemente de la experiencia) acerca de la naturaleza de muchas cosas, por ejemplo que los solteros no están casados: es un constituyente de las condiciones de posesión de un concepto que conozcan su análisis, aunque sea a través de la reflexión.

Empirismo y Verificacionismo

La teoría clásica, sin embargo, siempre ha tenido que enfrentar la dificultad de los conceptos primitivos: está bien el sostener que la competencia consiste en algún tipo de dominio de una definición, pero ¿qué pasa con los conceptos primitivos en los cuales el proceso de definición debe culminar necesariamente? El empirismo británico del siglo XVII ofreció una solución: todos los primitivos son sensoriales. De hecho, ellos expandieron la teoría clásica incluyendo la afirmación, que muchas veces se da por sentada sin crítica en las discusiones de esa teoría, que todos los conceptos son “derivados de la experiencia”: “cada idea se deriva de una impresión correspondiente”. En el trabajo de Locke, Berkeley y Hume se pensaba que esto quiere decir que lo conceptos están de algún modo compuestos de ítems mentales introspectibles –“imágenes”, “impresiones”- los que se pueden descomponer en último término en elementos sensoriales básicos. Así, Hume analizaba el concepto de [objeto material] como involucrando ciertas regularidades en nuestra experiencia sensible, y [causa] como involucrando continuidad espacio temporal y conjunción constante.

Berkeley notó un problema en esta aproximación, que cada generación ha tenido que redescubrir: si un concepto es una impresión sensorial, como una imagen, entonces ¿cómo puede distinguirse un concepto general -[triángulo]- de un concepto más particular -por ejemplo, [triángulo isósceles]- que pudiera servir para imaginarse el concepto general? Más recientemente, Wittgenstein (1953) llama la atención respecto a la ambigüedad múltiple de las imágenes. Y, en cualquier caso, las imágenes parecen inútiles a la hora de capturar los conceptos asociados con los términos lógicos (¿cual es la imagen de una negación o una posibilidad?). Sea cual sea el rol de esas representaciones, la competencia conceptual debe involucrar algo más.

De hecho, además de las imágenes, impresiones y otros ítems sensibles, una explicación completa de los conceptos necesita considerar los asuntos referentes a la estructura lógica. Esto es precisamente lo que los positivistas lógicos hicieron, enfocándose en sentencias lógicamente estructuradas en vez de imágenes y sensaciones, transformando al empirismo en la famosa “teoría verificacionista del significado”: el significado de una oración son los medios por los cuales se confirma o refuta, en último término a través de la experiencia sensible; el significado o concepto asociado con un predicado son los medios por el cual la persona confirma o refuta si este lo satisface.

Esta teoría, que alguna vez fue muy popular, ha sido atacada profusamente en filosofía en los últimos 50 años. En primer lugar, no se ha logrado casi ninguna reducción exitosa de conceptos comunes (como [objeto material] o [causa]) a conceptos puramente sensibles (por ejemplo, ver las propuestas de Ayer 1934, y las críticas de Quine 1953 y Chisholm 1957). Nuestros conceptos de objeto material y causa parecen ir mucho más allá de la mera experiencia sensible, al igual que nuestros conceptos en una ciencia altamente teórica parecen ir muchísimo más allá de la evidencia que poseemos para postularlos.

Además, pareciera que había un patrón común en estos fracasos. Tomando prestada la idea de Pierre Duhem, Quine (1951) señalaba que “nuestras creencias se enfrentan al tribunal de la experiencia sólo como un cuerpo completo”: el papel tornasol volviéndose rojo confirma que una solución es ácida sólo en conjunto con un gran cuerpo de conocimientos teóricos previos en física y química, y de hecho muchos han argumentado que sólo en conjunción con la totalidad del sistema de creencias de una persona (postura llamada “holismo de la confirmación”). Por ende, si un concepto es analizado por sus condiciones de verificación, su significado será igualmente holístico (“holismo semántico”). Dado que no es probable que dos personas compartan exactamente las mismas creencias, se desprende la consecuencia que dos personas no podrían compartir el mismo concepto – y que nadie, estrictamente hablando, podría recordar la misma cosa a lo largo de una cantidad de tiempo en la que se haya producido un cambio de creencia cualquiera! La “mismidad de un concepto” para Quine se vuelve un asunto “indeterminado”. A lo más que uno podría optar es a la similaridad del rol inferencial entre símbolos en distintas teorías o sistemas de símbolos, conclusión que ha sido respaldada con entusiasmo por autores tan diversos como Kuhn (1962), Harman (1972) y Block (1986).

Fodor y LePore (1992) han sostenido recientemente que los argumentos en pro del holismo del significado son poco convincentes, y que hay razones teóricas importantes para sostener una teoría completamente atomista de los conceptos. En esta postura, los conceptos no tienen “análisis” de ningún tipo: ellos son simplemente maneras en las que la gente se relaciona directamente con propiedades individuales en el mundo, maneras que podrían darse respecto a un concepto pero no respecto a otros: en principio, alguien podría tener el concepto [soltero] y no tener ningún otro concepto, ni menos un análisis de él. Esa postura va de la mano con el rechazo de Fodor a no sólo el verificacionismo, sino que a cualquier explicación empirista del aprendizaje o construcción de los conceptos: de hecho, dado el fracaso de las construcciones empiristas, Fodor (1975, 1979) notablemente sostiene que los conceptos nunca se construyen ni se “derivan de la experiencia”, sino que son todos (o casi todos) innatos.

Teorías no clásicas: Prototipos

Wittgenstein (1953) además planteó la pregunta por si un concepto realmente necesita algún tipo de análisis. Ciertamente, la gente rara vez es capaz de producir una definición adecuada de un término, a pesar de ser usuarios competentes del mismo. Wittgenstein propuso que en vez de compartir una definición clásica aislada de lo que, por ejemplo, los juegos tienen en común, los distintos usos de la palabra “juego” involucra un set de “parecidos de familia” entrecruzados y superpuestos. Esta especulación fue tomada en serio como una hipótesis psicológicamente testeable por Rosch (1973) y Smith y Medin (1981). Ellos mostraron que la gente responde en distinta forma (en términos de tiempo de respuesta y otros parámetros) a preguntas respecto a, por ejemplo, si los ruiseñores o los pingüinos son pájaros, de un modo que sugiere que la pertenencia a un concepto no es un asunto de poseer un análisis tradicional; sino que de la “distancia” desde un “prototipo” o un “ejemplar” típico. Así, un ruiseñor satisface muchas más de las propiedades de un pájaro típico que las que satisface un pingüino y por lo mismo es un “mejor” miembro de la categoría; y una mentira maliciosa es un mejor ejemplo de “mentira” que una mentira bien intencionada.

No siempre ha estado claro precisamente qué tipo de cosa es un prototipo o ejemplar. Es necesario resistirse a la tentación de importar a los procesos mentales o cerebrales cosas tales como el comparar un pájaro real, o incluso una imagen de uno con otro, cosa que hace sentido solo fuera de ellos. Posiblemente se trata de una lista de propiedades seleccionadas, quizás acompañada de una imagen mental, y una métrica para determinar la distancia del candidato de aquella lista. Algunos autores han propuesto el explotar los recursos de la “fuzzy set theory” para capturar la estructura propuesta, donde la membresía a una categoría no es entendida como un asunto de todo-o-nada, sino que es una cuestión de grados: cualquier cosa satisface cualquier concepto, aunque sea en un grado ínfimo.

Pero la prototipicalidad, la cual posiblemente involucra distancias entre un grupo complejo de distintas propiedades, debe distinguirse tanto de la vaguedad como de el adivinar. Es un lugar común el hecho que cada concepto que se aplica a cosas en el espacio y el tiempo es vago en algún sentido, porque siempre hay “casos limítrofes” en los que no está claro si el concepto se aplica o no. Hay, por ejemplo, mucha gente para la cual es un asunto indeterminado si son calvos o no, pero eso no es objeción a la teoría clásica de que [calvo] es analizable en términos de [carecer cabello craneal], ya que, sin importar la vaguedad de la aplicación de [calvo] uno puede involucrarse en aplicar ese análisis.

Adivinar, tanto como la prototipicalidad y la vaguedad, también es cuestión de grados. Sin embargo, y a diferencia de ellos, no está el problema metafísico de las condiciones de satisfacción real de algo para adecuarse al concepto, sino que el problema es de carácter epistemológico, que involucra la creencia o la probabilidad epistémica de que algo satisfaga las condiciones, dada cierta evidencia. El ver a alguien con un bisoñé puede significar que hay un 90% de probabilidad que la persona sea un 50% calva, o un 40% de probabilidad que la persona sea un 95% calva. La cuestión respecto a si [calvo] es un concepto clásico o prototípico no se ve afectada por este problema.

La distinción entre la pregunta metafísica acerca de cómo las cosas son y la pregunta epistémica acerca de la evidencia es, sin embargo, particularmente difícil de sostener con respecto a los conceptos (el inglés ordinario muchas veces hace que las dos preguntas vayan juntas: la pregunta metafísica puede articularse como “¿Qué determina qué es lo que algo que es?” y puede confundirse con la pregunta epistemológica “¿cómo puede uno determinar que algo es lo que es?“). Como Rey (1983, 1985) señala, muchas veces se espera que los conceptos respondan ambos tipos de pregunta, y no deberíamos suponer sin un buen argumento que ellos pueden llevar a cabo ambas tareas. Por ejemplo, lo que determina metafísicamente si algo es masculino femenino es probablemente los datos acerca de sus capacidades reproductivas o sus genes; pero ninguna de ellas son la maneras que usualmente usamos para adivinar el género de la persona, las que usualmente involucran propiedades accidentales como el nombre, cabello o vestimenta. De hecho, en vista del holismo de la confirmación ya mencionado, los procedimientos epistémicos pueden involucrar casi cualquier cosa, ya que no existe ningún límite a la ingenuidad de una persona a la hora de explotar la evidencia circundante para hacer inferencias – o bien simplemente se puede confiar en lo que otras personas dicen. Pero seguramente el hecho de que la gente puede explotar cualquier cosa para averiguar el qué es algo no implica que cualquier cosa sea parte del análisis correcto de un concepto. En cualquier caso, el hecho de que la gente sea más lenta para mostrarse de acuerdo en que los pingüinos son pájaros (en oposición a los ruiseñores) no es una reflexión acerca de la status del pingüinos como pájaros bona fide incluso en las mentes de los sujetos de esos experimentos. Después de todo, la mayoría de la gente sabe que los estereotipos que tienen de las cosas no son completamente confiables y pueden ser trascendidos con un poco de reflexión. De hecho, no hay motivos para suponer que los análisis clásicos de un concepto tengan que ser empleados necesariamente en el razonamiento “on-line” excepto en las tareas inusualmente demandantes como el “análisis filosófico”.

La tradición empirista, particularmente en su vertiente verificacionista, sugirieron una forma de conectar lo metafísico con lo epistémico: las condiciones de definición del concepto debe enunciarse en términos de evidencia experiencial. Si la idea detrás de esa tradición es evitar el paso desde el holismo de la confirmación al holismo semántico, es necesario distinguir entre las formas en las cuales los conceptos se relacionan con la experiencia, aquellas formas que se deben al análisis genuino de un concepto y aquellas formas que se deben meramente a las creencias de que la gente pueda tener. Las explicaciones del “rol inferencial” de los conceptos ya mencionadas pretendían hacer esto, distinguiendo las inferencias desde “soltero” a “no casado”, de las inferencias desde “soltero” a “pecoso”. Aquellos que interesados en definir los conceptos en términos de su rol en las teorías, probablemente apelan a lo mismo.

Sin embargo, el famoso ataque de Quine (1953) a la distinción analítico/sintético ha sido interpretada por muchos como mostrando que no puede hacerse tal diferencia entre inferencias. El argumentaba que las nociones de analicidad, significado, sinonimia y posibilidad forman un círculo vicioso de nociones empíricamente no verificables. Además de este asunto, existe la dificultad de trazar un límite justificado sobre qué tanto pueden las personas desviarse en las inferencias que ellos hacen con los conceptos de los que pueden, sin embargo, ser usuarios completamente competentes: algunos creacionistas creen que las personas no son animales, los idealistas creen que los objetos materiales son ideas, y los nominalistas creen que los números son numerales. Todos estos son estados cognitivos posibles, y por lo tanto presentan dificultades prima facie a cualquier teoría de conceptos que sostenga que su identidad implica conexiones específicas a otros conceptos o experiencias.

Teorías no clásicas: aproximaciones causales

El trabajo de Kripke (1972), Putnam (1975) y Burge (1979) sugiere otra estrategia. Ellos argumentan que los significados de las palabras, particularmente los nombres propios y los términos de clase natural, no implican definiciones conocidas a sus usuarios, sino que más bien implican relaciones causales con sus referentes reales y/o la comunidad en la cual el término es usado. (El si realmente existen definiciones que los usuarios no conozcan es un problema que ni ellos ni muchos otros consideran). Putnam (1975) en particular, se imaginó que existe un planeta, la tierra gemela, exactamente igual que la tierra en todo aspecto excepto por el hecho que, en vez de existir H2O, existe un compuesto llamado XYZ idéntico al agua en todos sus aspectos superficiales. El argumentaba que la palabra “agua” al ser pronunciada por los habitantes de la tierra gemela significa algo distinto de lo que significa en la nuestra, y que ellos tienen un concepto diferente, [t-agua], que el que nosotros usamos regularmente, [agua], a pesar del hecho de que la organización de los cerebros de los habitantes de la tierra gemela es (ex hypothesi) indistinguible de la nuestra.

Mientras que estas intuiciones proveen un desafío interesante a la teoría clásica, éstas sacrifican su explicación de la competencia conceptual. Si la competencia no consiste en la posesión de una definición, ¿que es lo que hace que sea verdadero que alguien posea un concepto en vez de otro? ¿Qué es lo que hace verdadero que un niño o un adulto posea el concepto de [causa] o [conocimiento], si no puede definirlo? La mera interacción causal en un entorno o comunidad determinada no puede ser suficiente, ya que seguramente no todos los seres conscientes en Nueva York tienen todos los conceptos de un físico nuclear de la Universidad de Columbia.

Por lo mismo, algunos autores han propuesto distintas variedades de enlaces causales contra fácticos: X tiene el concepto Y si y sólo si algún estado de X co-varía causalmente con Y (por ejemplo, X puede discriminar instancias de Y) bajo ciertas condiciones (ideales, normales, evolutivamente significantes), como un asunto de necesidad nomológica. Así, alguien tiene el concepto de [caballo] si y sólo si puede bajo ciertas condiciones distinguir a los caballos de los no-caballos. Esta la idea de fondo en las teorías “informacionales” (o covariacionales), propuestas por Dretske (1980), Millikan (1984) y Fodor (1991). En cierto modo, esto es simplemente un desarrollo de la idea que los empiristas usualmente asumían implícitamente (y que estaba explícita en el trabajo de B. F. Skinner) sobre los primitivos sensoriales: alguien tiene el concepto de [rojo] si y sólo si puede discriminar cosas rojas. Las teorías informacionales simplemente extienden esta idea a los términos no sensoriales.

Desafortunadamente, esta solución no parece del todo adecuada. Primero, existe la dificultad sustancial de especificar las condiciones apropiadas para la co-variación de una manera no circular. Muchos sospechan que esto conduciría a un enredo con la tesis de Brentano de la “irreducibilidad de lo intencional”: explicitar las condiciones apropiadas implicaría mencionar otras condiciones intencionales/semánticas/conceptuales, tales como si la gente está prestando atención, si no cree que su experiencia perceptual es confusa, quiere darse cuenta de lo está pasando, etc. Esta circularidad potencial es especialmente problemática para aquellos que desean “naturalizar” las teorías sobre conceptos, por ejemplo, ajustándolas con las teorías del resto de la naturaleza (biología, física, etc.).

Pero también existen un número de problemas específicos que han sido ampliamente discutidos pero no han sido resueltos decisivamente en la literatura: transitividad, disyunción, co-extensión y co-instanciación.

La transitividad es el problema que, mientras la co-variación (y otra “información” causal) es una noción transitiva, la representación conceptual no lo es (si A co-varía con B y B co-varía con C, entonces A co-varía con C; pero “A” no expresa tanto a [B] y a [C]). Por ejemplo, el símbolo “humo” puede co-variar con la existencia de humo en condiciones adecuadas, y el humo mismo puede co-variar con el fuego; y así “humo” puede co-variar con el fuego también; pero “humo” significa [humo] y no [fuego].

La disyunción es el problema de distinguir la mala aplicación de un concepto [A] a los B, de la aplicación correcta del concepto disyuntivo [A o B]: por ejemplo una representación que co-varía con caballos y es mal aplicada a las vacas en una noche oscura es una representación que puede interpretarse como co-variando con caballos o vacas en una noche oscura. (Fodor (1991) discute este problema en detalle; véase también el problema relacionado del como determinar que función aritmética alguien está calculando, discutido por Kripke (1982)).

Ya hemos notado el problema de la co-extensividad en el caso de los triángulos versus los trilaterales: la co-variación de un estado simbólico con uno puede ser necesariamente la co-variación con el otro. El problema de los conceptos co-instanciados es un problema diferente. Quine (1960, capítulo 2) presentó este problema con su famosa discusión acerca de cómo traducir la expresión de un idioma extranjero, “Gavagai”, tokens de la cual él asume que co-varían con la presencia de conejos. El problema es que cuando sea que hay conejo presente, también existen partes no separadas de conejo y también segmentos temporales de conejo. Lo conceptos respectivos en cada uno estos casos ni siquiera son co-extensivos (lo conejos no son partes ni segmentos de conejo) ni mucho menos idénticos. Pero debido a su co-instanciación, cualquier estado que co-varía con uno puede co-variar con el otro. Así es que se necesita algo más para individuar sus conceptos.

CONCLUSIÓN TENTATIVA

Es tentador volver a alguna propiedad de la teoría clásica y seleccionar alguna propiedad de la teoría de rol inferencial que pueda desambiguar estos casos: lo que distingue a [humo] de [fuego], [caballos] de [caballos o vacas en una noche oscura], [triángulo] de [trilateral], [conejo] de [partes no separadas de conejo] es probablemente algún tipo de patrón de inferencia. Otra posibilidad, explorada a fondo por Millikan (1984) y Dretske (1987), ha sido el apelar a las funciones teleológicas relacionadas con la habilidad de la discriminación (quizás existe o existió una ventaja biológica en el discriminar conejos en vez de sus partes no separadas) que puedan jugar un rol en explicar el porqué esta característica fue seleccionada. Probablemente la mejor apuesta es una mezcla sutil de las varias teorías que han sido esbozadas aquí – por ejemplo, tanto de la representación-tipo, rol inferencial, y alguna teoría o visión co-variacional. Estos asuntos han sido objeto de constante investigación.

Podemos resumir la situación actual con respecto a los candidatos de ser “conceptos” que sean discutido aquí de esta manera: existe una representación token en la mente o el cerebro del agente, y tipos que son compartidos por distintos agentes. Estas representaciones pueden ser palabras, imágenes, definiciones, o prototipos, que pueden jugar un rol inferencial específico en el sistema cognitivo del agente y se mantienen en ciertas relaciones causales o co-variacionales con fenómenos en el mundo. En virtud de estos hechos, tales representaciones se asocian con una extensión en el mundo, y posiblemente con una intensión que determina la extensión en todos los mundos posibles, y posiblemente una propiedad que todos los objetos en esa extensión comparten. El cual de todas estas entidades uno va a seleccionar como siendo los conceptos, depende del rol explicativo que uno quiere los conceptos lleven a cabo. Desafortunadamente, no hay un acuerdo generalizado respecto a cual debiera ser ese rol.