Esta historia es conocida y repetida. Un hombre pasa gran parte de su vida “forever alone”. Llama insistentemente por teléfono a numerosas mujeres, las invita a salir, las lleva al cine y naca la pirinaca. A lo más se convierte en un pagafantas (la mascota a la que las amigas le cobran las gaseosas -Fanta- sin ofrecerle nada a cambio). Sin embargo, un buen día, un poco por fortuna un poco como premio al esfuerzo, logra encontrar una pareja. Bueno, ese mismo día empieza a llamar la atención de las féminas, que de improviso lo encuentran interesante. Tiene que andar arrancando del joteo. ¿Qué es lo que ha pasado?
Simple, se ha producido el “efecto del anillo de bodas”, como lo nombró el doctor en biología de la universidad de Louisville Lee Alan Dugatkin en 2000. La idea -que es capturada por la sabiduría popular como en la canción de que “el hombre casado sabe más bueno”- consiste en que un hombre que porte un anillo de compromiso en su anular de inmediato se vuelve más atractivo para las mujeres que se lo encuentran. El anillo se convierte en un imán afectivo y sexual.
Los biólogos, los psicólogos y los especialistas en comportamiento humano y animal han tratado de explicar por años esta situación, preguntándose en primer lugar si ella realmente es cierta y no solo el producto de imaginaciones afiebradas, para luego intentar explicar a qué se debe.
La enseñanza de los peces millones
Dugatkin & Godin (1992, “Reversal of female mate choice by copying in the guppy”), advertidos de que el joteo (en ingés “mata choice copying”) era un comportamiento extenido en varias especies de animales inventaron un experimento con peces millones (poecilia reticulata) que asombra por lo sencillo. Primero elegían un pez hembra (hembra ‘focal’) a la que le presentaban dos machos. La hembra se ponía a pololear y luego se apareaba con uno de ellos. A continuación los investigadores traían un nuevo pez hembra (hembra ‘modelo’) que elegía al macho no seleccionado por la primera, a vista y paciencia de esta. Finalmente, en una nueva situación de cortejo se daba nuevamente la opción a la primera hembra de elegir entre los dos machos. Sorpresa, sorpresa: elegía al que había rechazado en la primera vuelta, copiando la selección de la segunda hembra.
El principal hallazgo del experimento es que incluso en especies tan alejadas de la nuestra se da el joteo, o sea, las hembras toman decisiones de selección de pareja no solo por razones biológicas sino que sociales. Numerosos estudios posteriores mostraron que este fenómeno se daba en muchos otros vertebrados.
¿Qué nos enseña el caso de los peces millones? Que las hembras seleccionan a su macho recio siguiendo varias claves o pistas, una de ellas puede ser el atractivo, pero hay otras que -y aquí viene lo bueno- son más posibles de controlar por los varones.
Tobias Uller y Christoffer Johansson (2004, “Are Married Men More Attractive?”) repararon en el caso humano y trataron de construir un listado de posibles explicaciones al “efecto del anillo de bodas”. La primera y más extendida es que un hombre que tiene pareja se vuelve más atractivo para el resto de las mujeres porque “tiene algo oculto”, un “qué se yo” que solo su pareja ha descubierto. Puede ser más feo que el pecado mortal y un verdadero pelmazo en su forma de ser, pero el hecho de que esté empiernado algo significa. El misterio atrae como la miel.
La segunda y más curiosa explicación es que los hombres emparejados muestran con ello mismo una voluntad de compromiso y de esfuerzo por llevar adelante una relación que los convertiría en presas apetecibles. Algo como: “si está con ella y se ve tan embalado, así también va a estar conmigo si lo cazo”.
No es el anillo
Los mismos Uller y Johansson y otros equipos han estado desde mediados de los 2000 tratando de demostrar si el efecto “anillo de bodas” existe en los seres humanos y han llegado a conclusiones contradictorias. En una primera prueba (2004) seleccionaron a 97 mujeres de entre 18 y 30 años y las hicieron tener citas a ciegas controladas con varones que portaban y no portaban el famoso anillo. Ello no afectó en que las féminas los encontraran más o menos atractivos.
D. Waynforth (2007, “Mate Choice Copying in Humans”) reparó en que en realidad no era el anillo el atractivo, sino que mostrarse en público en pareja. Así que diseñó un test que corregía este problema del primero. Esta vez fueron 112 mujeres universitarias de entre 19 y 23 años, y los varones que observaban lo hacían acompañados en fotografías. Ahora sí el efecto se dio. Las muchachas encontraron más atractivos a los que aparecían en pareja, en especial si ella misma era atractiva.
La solución para los “forever alone”, entonces, no es comprarse un anillo de utilería, sino que hacerse acompañar de una mujer, ojalá buena moza. De hecho, una agencia francesa llamada “Rent-a-Girlfriend” (arrienda una polola) ha trabajado la idea, aunque, claro, la probabilidad y las acusaciones de que este tipo de prácticas acaben vinculadas a la prostitución son extremadamente altas.
Sexo ante todo El cine es el mejor reflejo de que el hombre casado sabe mejor. Lo probó el personaje interpretado por Michael Douglas en“Acoso sexual” , quien soportó estoico la presión de su jefa, interpretada por Demi Moore. Un clásico fue “Lolita” en que la actriz Dominique Swain hizo enloquecer a Jeremy Irons, quien tenía celos hasta de los chicles que la muchachita masticaba. En “Atracción fatal” hasta las mujeres sintieron odio por la malvada Glenn Close quien no le perdonó al personaje que interpretaba Michael Douglas sólo la quisiera para una noche de pasión y nada más. “Bajos instintos” consiguió seis nominaciones al Oscar por el romance entre Michael Douglas y Sharon Stone, quien protonizó en el film una escena de antología con su cruce de piernas sin ropa interior. |
También se puede dar al revés Si los hombres emparejados son víctimas del joteo femenino, ¿pasa lo mismo viceversa? El sentido común indica que sí, pero acá hay que afinar un poco más la puntería en el análisis. Las mujeres emparejadas que son joteadas por hombres, ¿lo son porque están emparejadas o por su propio atractivo? Esta última parece ser la respuesta que dan los psicólogos evolucionarios. Y la razón tiene que ver con los óvulos y los espermios y los tiempos de embarazo. Para una mujer el costo de reproducirse es alto: lo puede hacer solo una vez al año como máximo y su disponibilidad de células reproductivas es baja. Para un hombre, la reproducción no tiene mayor costo, puede hacerlo varias veces por día y su disponibilidad de células reproductivas es prácticamente ilimitada. Los biólogos especialistas en reproducción han dado con una regla: en cualquier especie animal el sexo que tendrá más parejas será el que tenga menor costo de reproducción. Al menos biológicamente, los seres humanos somos polígamos. |
Publicado originalmente en LUN Reportajes, 2012-07-29: Página 1, Página 2.