La explicación psicológica de sentido común sostiene que la vida mental de los seres humanos – responsable de la acción cotidiana de las personas adultas normales típicas – está determinada por procesos mentales con poderes causales y de naturaleza representacional. Sin mayores problemas, podemos afirmar que de lo anterior se sigue, al menos, algún grado de compromiso con que:

1. existe una vida mental.
2. la mentalidad humana tiene una explicación.
3. el nivel explicativo de este fenómeno es de carácter psicológico.
4. la explicación psicológica de lo mental refleja fielmente una psicología popular o de sentido común.
5. los procesos mentales típicos causan algo.
6. la causalidad de los procesos mentales es de naturaleza representacional.
7. los procesos causales de la vida mental gobiernas la acción cotidiana de las personas.

Afirmar la existencia de una vida mental, tal como se ha caracterizado, implica aceptar la existencia de aquello que la conforma. De aquí se sigue una visión realista de algún tipo de representación mental, capaz de cumplir con el rol casual de los procesos señalados. Intuitivamente, podemos decir que dichas representaciones debieran estar relacionadas con las instanciaciones de aquellas creencias y deseos que las personas comunes y corrientes reportan poseer cuando justifican la causa de sus acciones. Resulta interesante el hecho de que, a partir de dichas creencias y deseos, la causación mental parece susceptible a ser subsumida por generalizaciones que soportan contrafactuales: Si, por ejemplo, es cierto que don J. Arrate hizo A porque creía B y deseaba C, entonces también lo que es que don J. Arrate no habría hecho A si no hubiese creído B o no hubiese deseado C (aquí la disyunción no es excluyente). Del mismo modo, resulta de cierto interés el hecho de que las instanciaciones de representaciones mentales no sólo podrían causar la conducta sino que también otras instanciaciones de la misma naturaleza. Se entiende que dichas instanciaciones no son sólo creencias o deseos sino que también lo son acerca de algo, y que el pensamiento, concebido como proceso mental paradigmático, puede ser caracterizado sobre la base de aquellas instanciaciones que combinan estados mentales como creencias y deseos, entre otros, con contenido intencional. Luego, los pensamientos pueden causar deseos, y viceversa, como cuando pensar acerca de votar por algún candidato presidencial causa el querer hacerlo, y viceversa. En otras palabras, los pensamientos se causan unos a otros, y tienen como resultado la fijación de creencias. Técnicamente, habría que decir que dichos estados mentales intencionales constituyen lo que se ha dado en llamar las ‘actitudes proposicionales’ (AP), responsables de operar en los procesos cognitivos subyacentes a la conducta inteligente, en el entendido de que dichas APs son la instanciación personal de representaciones mentales compartidas.

Adicionalmente, es parte del sentido común sostener que tanto las creencias como los deseos son evaluables semánticamente. Dicho de otra manera, hay condiciones de satisfacción que tales estados poseerían dentro de una psicología de sentido común de creencias y deseos. En el caso de las creencias, las condiciones señaladas son el estado de cosas en virtud del cual aquellas creencias son verdaderas o falsas. En el caso de los deseos, las condiciones de satisfacción corresponden al estado de cosas en virtud del cual los deseos son satisfechos o frustrados. De este modo, que alguna elección presidencial no se haya decido en primera vuelta hace cierto la creencia de que nadie ha sido electo presidente aún, pero frustra el deseo de que determinado candidato sea elegido presidente. Todo aquel que sostiene (a) que la existencia de estados mentales cuyas instanciaciones (e interacciones) son responsables de causar la conducta, de una manera consistente con las generalizaciones de una psicología de sentido común de creencias y deseos; y (b) que aquellos estados mentales con poder causal son también semánticamente evaluables, recibe el apelativo correcto de ‘realista acerca de las actitudes proposicionales’.

Uno puede adoptar entre una posición realista o anti-realista con respecto a las actitudes proposicionales (AP), pero cada una de estas opciones tendrá que oponerse a la otra con sus propios términos teóricos e, idealmente, con sus propias teorías. O, al menos, tendría que dar buenas razones para sostener que la postura del contradictor es errónea, ya sea porque asume la existencia de cosas que no existen (o no podrían existir), o porque su propio aparataje teórico logra subsumir, en este caso, las generalizaciones y el poder explicativo de la teoría desafiada.

Aunque remotamente posible, la Teoría Representacional de la Mente (TRM) es una teoría que intenta defender una postura realista de las APs, proporcionando una explicación plausible acerca de qué tipo de cosas tendrían que ser las APs, si fuesen algo que realmente existe. Es correcto decir que, entre todas las teorías disponibles en la actualidad, la TRM es la teoría explicativa de la mente con mejor poder predictivo. En estricto rigor, no hay otra más completa (o menos incompleta). Sin embargo, se pueden tener distintos grados de reticencia con respecto a la existencia de las APs, y aún así mantener cierto compromiso con alguna versión de las TRM, tal como se constata en las diversas opciones de anti-realistas. Basta mencionar dos casos. En primer lugar, las posturas instrumentalistas, donde se asume una TRM sin un compromiso ontológico y literal con la psicología de creencias y deseos. En este caso, se asume que es suficiente asumir una explicación “como si” existieran tales términos teóricos como las creencias y deseos, sólo para sacar provecho del poder predictivo que representa tal “postura intencional”. En segundo lugar, las posturas elimitativistas, donde se soslaya posibilidad de que una psicología de sentido común sea mínimamente verdadera, ya sea porque sus términos teóricos son falsos, o bien porque la ontología que asumen dichos términos explicativos son incoherentes con las que asumen el resto de las ciencias especiales. En este caso, se propone descartar la psicología de sentido común y buscar algo mejor que la reemplace. No obstante lo anterior, se sabe que para ambos casos (i.e la postura intencional instrumentalista y alguna posible teoría fisicalista competidora) la tarea no es fácil, dado que la primera cuestión a la que deben responder es, precisamente, cómo es que los términos que se consideran falsos (y susceptibles de eventual sustitución) son tan exitosos predictivamente, al momento de dar cuenta de la conducta humana.

Desde la perspectiva de un anti-realista, se ha sostenido críticamente que las explicaciones basadas en la atribución de creencias y deseos parecen sólo funcionar en sistemas completamente racionales, i.e. un tipo de cosa que no se halla en la naturaleza, especialmente a la “luz” de la teoría de la evolución. Pero no resulta obvio que de esto se siga que (i) algún grado de racionalidad constatable por la visión evolucionista sea insuficiente para corroborar la existencia de APs, o que (ii) una psicología no intencional sea capaz dar cuenta del grado de racionalidad exhibido por los seres humanos. Desde la persepectiva de un realista intencional, los sistemas racionales son, más bien, especies de sistemas intencionales, y no al revés. Esto implica aceptar que es un error apelar a la racionalidad como criterio de análisis de la intencionalidad. Al mismo tiempo, también se debe admitir la necesidad de contar con una teoría de la “semanticidad” del pensamiento, en tanto proceso mental intencional y racional paradigmático.

Como sería de esperar, las alternativas desafiantes aún no parecen alcanzar un acuerdo con respecto a cuál o cómo tendría que ser una mejor opción que subsuma las generalizaciones de la explicación psicológica de sentido común. Eso, por sí sólo, da pie a una especie de defensa débil de la explicación productiva de la inteligencia humana propiciada por la TRM y la metáfora del computador surgida en el contexto de la Revolución Cognitiva. Según esta defensa, aún no hay buenas razones para descartar la mejor teoría predictiva de que se dispone, en el entendido de que dicha teoría tampoco se vería amenazada por carecer de una teoría (casual) plausible del significado de la representaciones mentales.

Artículo orginal en:  http://urbanguyb.blogspot.com/

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