image

Tan en boga que se puso esto de las intervenciones políticas truchas, amén de las ya recurrentes y manoseadas acusaciones cruzadas de actos de corrupción política pasados y presentes en nuestra tripa de tierra, que no pude evitar recordar las últimas veces que me preocupé de la actividad política. La última última fue, de hecho, cuando escuché el Episodio 12 del Podcast de Tercera Cultura, intitulado “No vote por mí”, en que se discutían las dinámicas eleccionarias de la mano de un preclaro Víctor Herrero. Y, antes de esa, me había leído varios papers sobre la psicología del liderazgo (¿Qué esperaban? Esto es Tercera Cultura, la tierra de los que ojeamos papers en vez de prender la tele).

Los artículos estaban todos inscritos en el área de la psicología política, uno de los campos más entretenidos que he descubierto dentro de los estudios sobre cognición social. En términos groseramente simples, la psicología política intenta establecer vínculos entre los procesos sicológicos de los individuos, su comportamiento y las dinámicas de la actividad social-política.

Escarbando entonces en la red mientras veía el Superclásico en el otro monitor, me topé con este artículo en la Revista Electrónica de Psicología Política, de autoría de Gioacchino Lavanco y Loredana Valverdi, investigadores de la Universidad de Palermo (Sicilia, ni más ni menos) y que, precisamente, reporta un estudio en que los investigadores intentan explicar la relación entre las características psicológicas de los políticos y determinados contextos de su actividad. Más específicamente, la idea que intentaron testear es si el locus de control que poseen diversos candidatos es diferente respecto del tipo de elecciones que enfrentan.

imageEl locus de control es un concepto propuesto inicialmente por Julian Rotter (al lado) que, en términos muy simples, alude a la percepción personal que uno tiene sobre qué controla la vida de uno. Para ello, se caracteriza a las personas en una escala que va desde sentir que la vida, las circunstancias y/u otras personas manejan el buque de nuestras vidas (locus externo) hasta que uno es el dueño de su destino (locus interno). En este paper (PDF) se resume de manera simple y con mayor precisión el concepto. Si les aburre leer, entonces acuérdense del final de Forrest Gump, que también concluye que uno va por la vida  tomando decisiones propias (locus interno) en el marco de las oportunidades y constreñimientos de la vida (locus externo). Y si no entienden con eso, mejor preocúpense, porque hasta Forrest Gump cachó.

Según reportan estos tanos, existen estudios que apuntan a que los políticos suelen demostrar percepciones y comportamientos más bien asociados a un locus interno de control. Partiendo de esa base, la pregunta que se hace la dupla es si existen diferencias en el locus de control para distintos candidatos sicilianos dependiendo del tipo de elección (local o general). Para responderla, en un lapso de cinco años entrevistaron a un total de 54 candidatos que participaron en distintas elecciones en Palermo y Sicilia (regionales, administrativas y generales) y les hicieron responder el test de Rotter (I-E Locus of Control Scale). Este test permite tener evidencia sobre si los individuos se sienten capaces/incapaces de hacer algo o, de frentón, con el poder en las manos. La recolección de datos la hicieron en cada ocasión a dos semanas de que se realizaran las elecciones correspondientes. Mientras más alto el puntaje (29, en la mayoría de las versiones del test) más externo es el locus de control del participante.

Los datos aquí son simples de interpretar. En promedio, los participantes reflejaron un locus de control interno recontra alto (7,13 SD 3,41), que era lo esperable. A la hora de diferenciar entre tipos de elecciones, y esta es la parte interesante, el locus de control interno fue superior para los candidatos de las elecciones locales (las regionales).

La interpretación de Lavanco y Valverdi para esta diferencia es muy interesante. Dicen ellos que esta diferencia puede tener que ver con las exigencias de los distintos tipos de elecciones. En los otros dos tipos de elecciones, la mayor parte de la candidatura está en manos de quien se candidatea  y la dependencia de los partidos es menor. Las elecciones regionales en Sicilia, en cambio, se caracterizan por una dinámica de todos contra todos, donde no hay amigos ni aliados y donde, por lo mismo, los partidos tienden a tener casi todo el control sobre a quién subir o bajar. La clave del éxito para un candidato, entonces, pasa por una adhesión estricta a su grupo político. Bajo esas circunstancias, suena plausible que los candidatos necesiten de tener un locus de control interno relativamente más fuerte para compensar la sensación (que responde a una situación real)  de sentir que cualquier cosa puede pasar independientemente de lo que ellos puedan hacer a nivel individual (que es, objetivamente, poco).

imageY aquí viene el dato que pueden usar para amenizar el carrete del viernes: esta interpretación es muy compatible con indicadores socioculturales que apuntan a que la cultura y lo sociedad siciliana se caracteriza, junto con los rasgos de dogmatismo y estrechez de mente, con lo que ellos llaman sentimiento mafioso. Este sentimiento mafioso establecería una dinámica social  basada en la competencia extrema en la que resultan esenciales valores como la fidelidad, la pertenencia y la dependencia. Si nada de esto les suena familiar, partieron a arrendar El Padrino y Buenos Muchachos. O si no, se leen la historia de Salvatore “Toto” Cuffaro, presidente Siciliano condenado a prisión por sus vínculos con la mafia. Y la cosa no es nada puro de los italianos, que uno piensa al tiro, de puro prejuicioso: vean American Gangster (lo mejor de Ridley Scott en años) sobre el surgimiento y caída de Frank Lucas, el señor negro de la droga de finales de los sesenta en Nueva York, que construyó su organización siguiendo exactamente estos principios. O se leen el artículo que inspiró la película (ojo, está en inglés).

Estirando el elástico hasta donde más puedo, se me ocurre luego que un buen ejercicio para ordenar nuestras ideas respecto de esta relación política-políticos-comportamiento mafioso sería identificar a nuestro político más odiado(a) personalmente y tratar de identificar si éste(a) se comporta de alguna manera siguiendo estos patrones de personalidad (dueño de la pelota todo el rato, altamente competitivo) y valóricos (la asignación de gran importancia a la lealtad, por ejemplo). Mejor que eso, es hacer el mismo ejercicio, pero pensando en nuestro personaje político favorito(a).

El ejercicio no tiene ninguna validez científica, por supuesto, pero sí puede tener el valor de ayudarnos a detenernos a pensar a qué responde nuestra tendencia a presumir fácilmente una relación estrecha entre el poder político individual y la capacidad de cometer actos turbios o ilegales de manera organizada (que es, en parte, asumir que estos grupos se emparentan con o constituyen de frentón ejemplos de crimen organizado). Personalmente, descubrí que mis odiados y mis favoritos tenían ambos rasgos medios tirados al mafiosismo, pero diferentes entre sí: uno cargado a sentirse el mejor en una competencia salvaje y el otro leal a su grupo como un perro lazarillo. Y encontré interesante lo bien que encajaba esta intuición con las críticas clásicas que se hacen entre nuestra derecha e izquierda chilenas respecto a la manera en que funcionan como organizaciones de personas. Según estas críticas (estereotipadas al chancho, obviamente), nuestra derecha es un nido de odios paridos y competencias individuales (ej. Piñera vs Longueira, o Piñera vs. Allamand) mientras que hacia la izquierda del espectro van apareciendo los amiguismos y la necesidad del comité de partido hasta para ir a comprar el café.

Uno podría luego especular,  a la luz de este estudio de Lavanco y Valverdi, que ambas características son propias de una percepción de la vida que, por lo visto, caracteriza también a los mafiosos sicilianos  y, por ende, podrían eventualmente configurar un escenario propicio para,  frente a las diversas situaciones  de la vida política, responder bajo los mismos principios estratégicos y valóricos. La variable determinante estaría, entonces, en la estructura sicológica de los individuos. Es solo cosa de que haya suficiente gente con su locus de control interno al tope, de creerse el cuento de que uno puede, si quiere. Como todo en la vida, entonces, es cosa de tener a la persona indicada en el lugar preciso. En otras palabras, Forrest Gump podría haber sido Presidente de EEUU o jefe de la familia Corleone.

El estudio es entero entretenido y valioso por varios motivos, encuentro yo. Primero, porque establece un escenario complejo, razonable (y lamentablemente muy, pero muy, posible) en que un político podría comportarse de la manera mafiosa tradicional. Segundo, porque ayuda a reemplazar clichés medio vacíos con los que uno intenta explicar casos de corrupción y demases  (“El poder corrompe”, el que más chato me tiene) por ideas más finas y concretas.

Y, tercero, y lo más importante, porque saber de este estudio lo califica a uno como nerd de élite y, en determinadas circunstancias, aumenta nuestras posibilidades de desarrollar competencias de interacción social y superar las desiluciones amorosas.

Me explico. Mal que mal, estamos hablando de un estudio sobre sentimiento mafioso hecho en Sicilia misma, lo que de por sí ya suena algo bizarro. No solo eso, el estudio termina, en el fondo, proponiendo una manera de interpretar el mundo y la psicología del mismísimo Vito Corleone. Ahora bien, piensen en esas conversaciones de patota en que inevitablemente sale el tema de las películas y toca que sale El Padrino o las películas de gangsters a colación. Inevitablemente en estas conversaciones suelen aparecer decenas de ñoños cinéfilos que creen que ver una película cuarenta veces y saberse de memoria la trivia entera asociada los hace expertos. Salgan con este dato en un momento como ese y dejarán en claro quién de verdad la lleva. En el momento adecuado, incluso, podría servir para impresionar a aquella persona por la que anden babeando. Se los doy firmado.

Y si eso no pasa, entonces será un super buen indicador de que no era la persona correcta, después de todo. Y se van a poner retristes, obviamente. Y necesitados de entretención. Ahí pueden verse alguna de mafiosos  para levantar el ánimo (El Rey de Nueva York) o para saborear la tristeza (Gomorrah).

Y si la soledad y la decepción no se aplacan con el cine de mafia, entonces hagan el test de Rotter (PDF) en su fría y sombría habitación. No les traerá mayor felicidad, pero al menos tendrán una referencia psicométricamente más válida de su tristeza (locus externo alto). En vez de decir “Toi triste, no sé qué hacer”, podrán decir “Saqué 27 en el test de Rotter”. Y si esa evidencia les parece interesante en ese momento de desolación y abandono, entonces sabrán que están bien, que su alma sigue intacta y que se podrán recuperar en el futuro cercano.

Y así es como el fenómeno de los políticos mafiosos y la cognición social podrían hasta salvarlos de una desilución amorosa. Y eso lo saben ahora gracias a Tercera Cultura.

No hay de qué.

imageimage