olorosar. tr. Oler, percibir el olor de algo. espon. «Ahora mi duda es ¿estás seguro que hay olor a amor en el Peda? ¿No será que te confundiste y accidentalmente te olorosaste otra cosa?». (bananacorp.cl, Se huele…, 12.07.06). [DUECh]

Supongo que muchos de nosotros recordamos esa genial publicidad del desodorante AXE (no confundir con el baile brasilero) que tenía por fondo la canción Love Is in the Air de John Paul Young. Si no… denle play

La idea del comercial era espantosamente directa: el uso del aroma AXE producía una reacción en cadena de proezas sexuales motivadas por la quintaesencia del olor. Y la lógica o la racionalidad detrás de esto era un concepto que ha cobrado fuerza en los últimos años en el mundo de las revistas femeninas y las industrias de la belleza y los cosméticos, las feromonas:

sustancias químicas secretadas por los seres vivos con el fin de provocar comportamientos específicos en otros individuos de la misma u otra especie. Se comportan como un medio de transmisión de señales cuyas principales ventajas son el alcance a distancia y el poder sortear obstáculos, puesto que son arrastradas por las corrientes de aire” (Santa Wikipedia).

O, como escribió Patrick Süskind:

“Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella”.

Encontrar la esencia del perfume feromónico, que haga caer rendidas o rendidos a todos a nuestros pies es como la piedra filosofal de nuestra sociedad erotizada hasta el extremo.

Les tengo malas noticias: parece que esa búsqueda no tiene un buen final; la revista Slate ha publicado un lapidario artículo acerca de las feromonas humanas que da por el trasto con la idea de que incluso pudieran existir.

El texto reseña el libro The Great Pheromone Myth (Doty, 2010), donde el autor propone que toda la parafernalia acerca de esencias que modificarían la conducta sexual humana, tal como ocurre con especies de insectos u otras está completamente descarrilada. Como siempre, todo comienza con los macacos rhesus (nuestra especie pariente favorita cuando se tratan de proyectar hallazgos desde los simios a los humanos), y un experimento de Richard Michaels en los años sesenta que pareció mostrar que ciertos químicos en las vaginas de las hembras de esa especie atraían a los machos. Lo llamaron copulin. Aunque en 1982 el “copulin” fue desacreditado por el mismo Michaels como un atractor, los fabricantes de perfumes siguieron llenándose la boca con la esencia.

Y aquí viene lo mejor (o peor). Sobre la más famosa de las hipotetizadas feromonas humanas, el nunca bien ponderado androsta-4,16,-dien-3-one (androstadienone), la reseña arroja sombras. Se pensaba que este olor era el terror de las chicas, el washiturro de los olores, el zorrón de los zorrones. Pero. Una investigación para Nature de Andreas Keller, descubrió que, dependiendo de la variación del gen OR7D4 que se poseía, el androstadienone podía percibirse como floral, repulsivo, o simplemente no olerse en absoluto.

Slate avanza que incluso la relación causal entre olores y comportamientos puede ser la inversa a la que nos han estado vendiendo. Un comportamiento que se asocia con un olor puede hacer o marcar ese olor, pero quizá no a la inversa.

Cuento corto… al parecer no existen las feromonas en la clase mammalia (mamíferos). Así que cuando se eche el pachulí, su colonia Coral, su Jean Naté, no crea que un desconocido le va a regalar flores, eso NO ES IMPULSE.